Recientemente, en dos muestras los escultores Vicente
Gajardo y Mauricio Guajardo evidenciaban las huellas de esta artista en la
escultura nacional. Y es que su combinación de modernidad y pasado escultórico
latinoamericano, la ubican como referente de una tradición -que de una forma u
otra- vuelve a nosotros; para algunos como fantasma, para otros, como promesa
de renovación.
El punto es que Colvin creó un lenguaje propio que, partiendo del modernismo
fue haciéndose cada vez más personal, nutriéndose en el camino de múltiples
referentes formales y culturales.
Sin duda los pueblos originarios y también,
el paisaje de nuestro continente fueron acervos que logró traducir manteniendo
siempre una constante preocupación por los medios plásticos.
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Espíritu del agua. Maqueta |
Condensada y contundente mini retrospectiva que
permite seguir la obra de la artista desde sus inicios en la figuración hasta
el desarrollo pleno de su lenguaje abstracto. La exposición abre con una
sección dedicada a su obra figurativa.
Marta Colvin se muestra aquí
como una clásica moderna. Son figuras de proporciones alargadas, con un
evidente dominio de la representación realista y en un estilo que recuerda a la
escultura europea que se hizo tras las vanguardias, la llamada “vuelta al
orden”, un estilo que adoptó el fascismo italiano, por ejemplo, y que conjuga
la monumentalidad de la escultura académica con ciertos aspectos de la
modernidad.
Es desde ahí que la artista
salta a una abstracción orgánica, es decir formas no reconocibles pero cuyos
contornos recuerdan desde semillas hasta microorganismos, un estilo que
desarrolló Hans Arp en escultura y Tanguy en pintura.
“Eslabón” de 1956, una
imponente pieza en madera, es un notable ejemplo de este estilo.
Al recorrerla, uno parece ver,
por momentos, una figura humana en tensión y por otro, la unidad mínima de una
cadena, el eslabón, que le da título. Los especialistas en Colvin, han llamado
a esta etapa “periodo Semilla”.
Una fórmula que conjuga las
referencias ya señaladas y desde luego la síntesis que Henry
Moore o Barbara Hepworth, convirtieron en fórmula -y hasta lugar
común- de lo moderno.Paloma de la paz
Las piezas de los sesentas y
primeros setentas, muestran un cambio evidente en el lenguaje de la artista.
Parecieran tanto paisajes como arquitecturas. De hecho, “Señal en el
Bosque”, de 1971, recuerda por momentos la arquitectura de estilo Pradera,
de Frank Lloyd Wright.
Parece la descripción de una
vivienda, pero también la de un paisaje, dispuesto en medio de la naturaleza
como comentario y contrapunto del entorno. Cosa muy evidente en sus obras de la
serie Horizonte Andino. Esculturas que, contrario a la tradición de la
disciplina, se desarrollan de forma horizontal.
Esa horizontalidad es una
forma de evocar el paisaje y la superficie accidentada, rica en toda clase de
cortes, tan característica de la cordillera. Como si la artista sintetizara, a
través de estas formas que se extienden, las alturas andinas y su exuberante
topografía. Fisuras que describen el relieve y los traumas de una geografía.
Los colores de
Marta
Algo que podría resultar menos
evidente para una escultora, en Colvin es notoria su preocupación por el color.
Está desde luego el propio de los materiales que emplea, la madera, la piedra,
pero también tinciones con las que dota a las piezas de atmósferas e
irradiaciones que las vuelven muy características.
Está, por ejemplo, el rojo intenso
de “Zarza ardiente” de 1967 o el empleo del turquesa en obras
como “Vigías” de 1973 o “Machi” del año ´71. En otras
piezas, pienso en “Ariki”, aparece en cambio un trabajo de sutiles tonos
de verde y sepia que están administrados con un sensible y rico ojo pictórico.
La superficie de la pieza está
imbuida de una gran variedad de tonos dentro de su contenida gama cromática.
Eso es algo que caracteriza sus obras de los años 60.
La madera parece a ratos
bronce patinado o cerámica, y consigue así ampliar las resonancias del material
sin forzarlo. Quizás aquí también había un eco de carácter tradicional. Horizonte andino III.
La
escultura policromada, después de todo, es parte esencial del lenguaje colonial
latinoamericano. Quizás.
Pero Colvin era ante todo una
escultora, cuya búsqueda principal se articulaba a partir del binomio
forma-espacio. No extraña entonces, que algunas obras tengan piezas unidas con
bisagras, permitiendo el movimiento de algunas unidades y por lo tanto una reconfiguración
de la forma y el espacio que la circunda.
La idea del volumen, que se
expande a través de un registro rico en textura, tiene en “Búsqueda o
jaula” de 1966, una particular variación porque aparece contenido al
interior de una tabiquería que obliga al espectador a recorrer la escultura para
descubrir las formas que se esconden en su interior.
Hay aquí, desde luego, un
encuentro entre un formalismo de carácter racionalista y una interpretación de
la abstracción que tiene evidentes conexiones con las estelas mayas o la
escultura y arquitectura de los aztecas.
Tal vez eso es característico
en todo el legado maduro de esta artista, porque Colvin pertenece a una
generación del arte latinoamericano que reconoce el valor de nuestro continente
cuando viaja a Europa e identifica que una porción de la modernidad muy importante
se ha forjado desde una reinterpretación de acervos primitivos, ancestrales. "Eslabon" (c) MNBA
La propia artista contó en
alguna ocasión cómo Henry Moore le hizo ver que no era necesario que
una artista latinoamericana acudiera a Europa a aprender escultura, pues mucha
de la mejor se había realizado en nuestro continente.
La obligación entonces era poner los ojos en esa tradición que las academias habían ignorado. La artista consagró su obra a ese propósito. Esta exposición es una buena prueba de ello.