En julio de 1670, los astrónomos
observaron desde la Tierra la aparición de una “nueva estrella”, o nova, en la
constelación Cygnus. Lo que presenciaron, fue la aparición de un punto
brillante que a continuación se esfumó, volvió a aparecer y luego desapareció
del todo en una parte oscura del cielo.
Los astrónomos que estudiaron
recientemente los restos de este suceso cósmico al principio pensaron que se
trataba de la fusión de dos estrellas de secuencia principal, es decir,
estrellas que siguen una evolución similar a la del Sol.
Sin embargo, Gracias al Atacama Large
Millimeter/submillimeter Array (ALMA), un equipo internacional de
astrónomos encontró indicios de que hubo una colisión de corta duración entre
una enana blanca (los antiguos restos de una estrella similar al Sol) y una
enana marrón (un astro que nunca llegó a ser estrella debido a la falta de masa
suficiente para mantener una fusión nuclear).
Dicha colisión, observada desde
la Tierra en 1670 y bautizada como Nova sub Capite Cygni (‘nueva
estrella bajo la cabeza del cisne’), hoy es conocida como CK Vulpeculae.
No obstante, las nuevas observaciones apuntan
a una explicación más intrigante. Tras estudiar los desechos de esta explosión,
que produjo dos anillos de polvo y gas que recuerdan un reloj de arena, con un
objeto central compacto, los investigadores concluyeron que esta estructura es
el resultado de la fusión de una enana marrón (llamada “estrella fallida”
porque carece de la masa necesaria para mantener una fusión nuclear) con una
enana blanca.
“Ahora pareciera que lo que observamos
hace algunos siglos no era lo que hoy consideraríamos una nova propiamente
tal. Fue, más bien, la fusión de dos objetos estelares: una enana blanca y una
enana marrón.
La colisión de estos dos astros arrojó al
espacio un cóctel de moléculas e isótopos inusuales que nos proporcionó
información nueva sobre la naturaleza de este fenómeno”, explica Sumner
Starrfield, astrónomo de la Arizona State University y coautor de un artículo
publicado en la revista Monthly Notices of the Royal Astronomical Society.
Según los investigadores, la enana blanca
pudo haber sido unas diez veces más masiva que la enana marrón, pese a ser
mucho más pequeña. Mientras la enana blanca giraba en espiral hacia dentro, las
fuerzas gravitacionales ejercidas por la enana blanca podrían haberla desintegrado.
“Esta es la primera vez que se identifica de
manera fehaciente este tipo de fenómeno”, afirma Starrfield.
Como la mayoría de los sistemas estelares
de la Vía Láctea son binarios, las colisiones entre estrellas no son tan raras,
señalan los astrónomos. Las observaciones de ALMA revelaron nuevos detalles
sobre el acontecimiento de 1670.
Al estudiar la luz proveniente de dos
estrellas más distantes que atraviesa los restos de polvo dejados por la
fusión, los investigadores detectaron las huellas características del litio, un
elemento que se destruye fácilmente dentro de una estrella de secuencia
principal, pero no dentro de una enana marrón.
“La presencia del litio, junto con ratios
isotópicos inusuales de los elementos carbono, nitrógeno y oxígeno, dejan
suponer un flujo de material de una estrella enana marrón hacia la superficie
de una enana blanca. La ‘quema’ termonuclear y la erupción de este material dio
origen al reloj de arena que vemos hoy”, explica Stewart Eyres, vicedecano de
la Facultad de Computación, Ingeniería y Ciencia de la Universidad de Gales del
Sur y autor principal del artículo.
Para sorpresa de los investigadores, el
reloj de arena también tiene abundantes cantidades de moléculas orgánicas como
el formaldehído (H2CO) y la formamida (NH2CHO), un derivado del ácido fórmico.
Como estas moléculas no sobrevivirían a una fusión nuclear, lo más probable es
que se hayan formado en los desechos de la explosión, lo cual avala la
conclusión de que una enana marrón se habría desintegrado tras encontrarse con
una enana blanca.
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