lunes, 8 de octubre de 2018

Los tesoros de los piratas de Guayacán.


En 1578, Francis Drake, corsario al servicio de Inglaterra, llegó a la bahía de Cicop, hoy conocida como La Herradura, en la región de Coquimbo. Ante las inclemencias climáticas recaló su navío Golden Hind en una bahía protegida de los vientos del sur, a la que nombraría com
o El Refugio.

El mito popular sostiene que el mismo Drake enterró ahí un valioso tesoro, pero los expertos difieren y aseguran que Subatol Deul, pirata hebreo, habría realizado el entierro. Otros afirman que fue lord Anson, quien 200 años después escondió el botín.

Esta reedición del libro que en 1935 publicó el ingeniero y arqueólogo Ricardo Latcham, narra y recopila en detalle todas las aristas de esta historia que sigue vigente, encendiendo la imaginación, el deseo y la esperanza de encontrar la riqueza oculta.

El interés de Latcham en el presunto tesoro lo llevó a realizar en 1930 una exhaustiva investigación financiada por el Estado chileno, empresa que le permitió conocer al único testigo de la llegada de un barco supuestamente holandés a comienzos del siglo pasado, un personaje que a su vez dedicó su vida a escarbar en la zona y a interpretar los vestigios encontrados.

“El tesoro de los piratas de Guayacán” no solo recopila antecedentes, documentos y otras pruebas que dan pie para creer en la existencia de este misterioso tesoro, sino que también invita al lector a sacar conclusiones propias, entregando nuevos antecedentes y puntos de vista sobre esta fascinante –y de algún modo inagotable– historia.

Originalmente publicado en 1935 El tesoro de los piratas de Guayacán revela el lugar donde se ubicaría un tesoro oculto en la bahía de Guayacán.

Un libro originó la leyenda del tesoro de Guayacán, quizás el último destello de la fiebre de buscadores de tesoros a fines del siglo XIX inspirados por otra novela histórica, “La Isla del Tesoro” (1883) de Robert Louis Stevenson.

Ricardo Latcham nació en Bristol, Inglaterra, en marzo de 1869, y falleció en Chile en 1943. Muy dedicado a las matemáticas, se tituló como ingeniero civil y de minas, pero su afición por la lectura lo llevó a estudiar en profundidad los problemas de la raza humana, especialmente de los autóctonos chilenos.

Era este un hombre de gran sobriedad en el comer y en el vestir. Mantuvo su agilidad física hasta los 70 años. Introdujo, con otros ingleses, el fútbol en Santiago, cuando era profesor en el Colegio Inglés. Aventurero y soñador, residió cinco años entre los indios de la frontera araucana y aprendió el mapuche.

Después se instaló en La Serena, donde se casó y nacieron cuatro de sus hijos. Antes de viajar a nuestro país, Ricardo E. Latcham era ya considerado como una eminencia por sabios de la época tales como Rivet, Joyce y Nordenskiold, entre otros. Durante su estadía en La Serena fue profesor de inglés en el Liceo. Más tarde se trasladó a Santiago, dio conferencias, y escribió numerosos estudios y ensayos, especialmente antropológicos. Además, recorrió varios países y gran parte de la zona norte de Chile.

Sus publicaciones fueron muy apreciadas por los hombres de ciencia, y el gobierno chileno, en 1927, lo designó director del Museo Nacional, donde, a la vez, continuó sus investigaciones y trabajos.  En 1929, encontró en el valle de Chacabuco el esqueleto petrificado de un mastodonte, al que clasificó dentro de la variedad chilensis, lo cual fue considerado como acertado y científico por los naturalistas consultados sobre el hallazgo. También, mientras ejercía la dirección del Museo, realizó las investigaciones en la bahía de Guayacán que relata en la presente obra.




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