Un equipo
liderado por el investigador Carlos Castillo Rivera busca descifrar cómo las
perturbaciones en la capa de electrones de la Tierra podrían anticipar la
llegada de olas destructivas.
La ionósfera,
esa capa atmosférica cargada de electrones que se extiende aproximadamente
entre 80 y 1.000 kilómetros de altitud, está siendo estudiada como posible
herramienta para anticipar la llegada de tsunamis generados por terremotos en
el Océano Pacífico.
Una
investigación analizó las alteraciones en esta región -conocidas como Perturbaciones
Ionosféricas Viajeras (TIDs)- para 14 tsunamis ocurridos entre 2010 y 2021 en
el Anillo de Fuego, la zona de mayor actividad sísmica del planeta.
El estudio
es encabezado por Carlos Castillo Rivera, geofísico titulado en la Universidad
de Concepción (UdeC), actualmente en el Departamento de Física de la Universidad
de Santiago, junto a colegas como Manuel Bravo y Benjamín Urra, ambos
formados en la UdeC; e Ignacia Calisto, investigadora y docente en Geofísica
UdeC.
Los investigadores
descubrieron que estas perturbaciones ionosféricas pueden detectarse incluso
horas antes de que las olas impacten las costas, lo que abre interesantes
posibilidades para los sistemas de alerta temprana.
Cuando un
gran terremoto submarino genera un tsunami, no sólo produce olas en el océano
sino también ondas de gravedad que viajan hacia la atmósfera. Al llegar a la
ionosfera, estas ondas crean perturbaciones en la densidad de electrones que
pueden medirse mediante satélites de navegación, como GPS. Ondas y consecuentes
perturbaciones que se propagan mucho más rápidas que las ondas de un tsunami.
El
análisis mostró casos destacados como el tsunami de Islas Salomón en 2016,
donde las anomalías en la ionósfera aparecieron aproximadamente dos horas antes
de que las lejanas olas llegaran a la costa.
Situaciones
similares se observaron en los eventos de México 2017 y Nueva Zelanda 2021,
donde las señales ionosféricas de sus respectivos tsunamis, producidos lejos de
las costas, fueron igualmente tempranas. El equipo trabajó con datos del
Contenido Total de Electrones, calculados a partir de señales satelitales,
comparándolos con modelos computacionales de tsunamis.
Los
resultados demostraron que, en eventos bien documentados, particularmente
tsunamis en Chile, hay una clara correlación entre las perturbaciones
ionosféricas y la propagación de las olas.
Sin
embargo, en otros casos como el terremoto de Ecuador 2016, la relación fue
menos evidente, lo que sugiere que se requiere un umbral mínimo de energía para
que las Perturbaciones Ionosféricas Viajeras sean detectables de manera
confiable.
El método
presenta tanto oportunidades como desafíos. Mientras en zonas alejadas del
epicentro (campo lejano, a más de 500 kilómetros) los resultados son más
claros, en áreas cercanas al terremoto la ionósfera puede verse alterada tanto
por el sismo como por el tsunami, dificultando la identificación de señales
específicas. Además, existen perturbaciones naturales recurrentes que podrían
confundirse con TIDs asociados a tsunamis.
Los
investigadores plantean que esta técnica no pretende reemplazar los sistemas
actuales de alerta como las boyas DART o los sismómetros, sino complementarlas.
La ventaja potencial radica en que la ionósfera puede monitorearse en tiempo
real y con cobertura global, lo que sería especialmente útil en zonas con
insuficiente instrumentación marina.
El equipo
propone integrar este enfoque con otras tecnologías, como ionosondas, para
mejorar la precisión de la detección.
Los otros coautores del estudio son Juan González, de la U. Andrés Bello; Roberto Benavente, de la U. Católica de la Santísima Concepción; y los científicos y ex profesores de Geofísica UdeC Alberto Foppiano, Dante Figueroa y Elías Ovalle.
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