Escribir un diario de vida, permite que los autores exploren su memoria
para poder reconstruir la experiencia pasada donde se expresan y desahogan los
sentimientos y despejando la mente y el corazón, en un espacio donde la
literatura y la vida conversan.
Escritores como Ricardo Piglia, Franz Kafka, Virginia Woolf ,Cesare
Pavese, Fernando Pessoa, Julio Ramón Ribeyro o Luis Oyarzún, registraron su
vida como si fuera la de otro o sin ocultarse transformaron su propia vida en
un material literario, sin una idea de lector o sin estar preocupados de cierto
momento cultural, como un hábito y sin explicaciones.
Lo anterior, con el propósito de registrar cosas o momentos personales, ofreciéndoles la posibilidad de registrar los hechos del diario vivir para evitar que se olviden fácilmente, para que duren un poco más.
Lo anterior, con el propósito de registrar cosas o momentos personales, ofreciéndoles la posibilidad de registrar los hechos del diario vivir para evitar que se olviden fácilmente, para que duren un poco más.
Algunas personas escriben un diario de vida para registrar como les va
en el día o ver lo que está ocurriendo en su aprendizaje de la vida, como si
esos cuadernos se transformaran en un sitio arqueológico a donde van a parar
los buenos y malos recuerdos.
Para Héctor Abad Faciolince escribir “El olvido que seremos” fue la
manera de homenajear la memoria y la vida de su padre el doctor
Héctor Abad (1921-1987), que demostró a través de la medicina su compromiso
social, el amor por la vida, por los hijos, por el arte y por la justicia siendo
amenazado muchas veces hasta que el 25 de agosto de 1987, fue asesinado por
paramilitares a la entrada del Sindicato de Maestros de Medellín, a los 65
años.
Para poder escribir este relato y enfrentar esta pérdida, el autor
necesitó veinte años para sacar esos recuerdos del fondo del baúl de la memoria,
porque tal como él lo expresa “entendí
que la única venganza, el único recuerdo y también la única posibilidad de
olvido y perdón consistía en contar lo que pasó, nada más”.
El relato de este libro está construido
como diario de vida porque en él, Hector Abad escribió en primera persona, sin
reparar mucho en la forma sino más bien, en el fondo y mostrándose a si mismo y
a su familia con una ternura infinita y conmovedora, especialmente en los
momentos más duros de su vida como fue la muerte de su hermana y años después,
la de su padre Este relato se construye al extrañar profundamente a un padre amoroso, que se ríe más que sus hijos, no oculta sus lágrimas cuando está triste, canta tangos y escribe poemas y que tampoco es el sostén económico de la familia, sino que delega esa función en su esposa, que educa a sus hijos con abrazos y que rodea a su familia con un amor profundo para protegerlos de una sociedad que está inmersa en la violencia y en el odio familiar, político e institucional.
El libro entonces, resulta ser una novela, una carta
a su padre, testimonio, biografía, en donde a lo largo de los cuarenta y dos
capítulos, el lector no puede dejar de preguntarse del porqué de la muerte y
que sentido tiene.
A través de su libro, Héctor Abad además
de repasar su corazón para no olvidar los recuerdos que lo conmovieron tanto, como
fueron la muerte de su hermana y la de su padre, invita a la subversión de no olvidar para no
dejar atrás los recuerdos de su padre que, al fin y al cabo, son los de su
propia historia.
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