martes, 5 de agosto de 2025

Resumen extendido del libro "Cómo destruir una democracia”

Daniel Matamala parte de una escena simple, pero poderosa: en una pequeña tienda en San Salvador, un hombre muestra orgulloso una imagen del presidente Nayib Bukele, escoltado pormilitares. No repite consignas, no parece un fanático.

Lo dice con convicción: Dios lo envió. Esa escena, lejos de ser anecdótica, activa la premisa central del libro: los nuevos dictadores no se imponen por la fuerza, sino que son queridos. Son amados, adorados, percibidos como enviados, salvadores. No necesitan tanques. Les basta con una elección y una narrativa eficaz.

El dictador moderno no llega con un golpe de Estado: llega con aplausos. A partir de esa idea, Matamala desarrolla una tesis contundente: el autoritarismo actual se construye desde el interior de la democracia.

Los líderes populistas siguen una fórmula común –aunque tengan ideologías distintas– que les permite vaciar las instituciones desde dentro y acumular poder total, sin romper formalmente con el sistema. Chávez, Trump, Bukele, Milei, López Obrador: todos distintos, todos partes de una misma lógica.

Cada uno de ellos construye una relación afectiva con el pueblo, que se convierte en la justificación de todo. Lo que importa ya no es el programa, ni siquiera el resultado. Importa la conexión emocional. Esa fidelidad, una vez instaurada, habilita abusos, mentiras, represión y eliminación de contrapesos sin consecuencias políticas graves.

Cómo destruir una democracia identifica el proceso en cinco pasos. Es una cuenta regresiva. El primer paso es la instalación del caudillo como figura dominante del discurso público, aun respetando la legalidad. Aquí se sitúa López Obrador: carismático, hiper presente, pero aún sin romper con la Constitución.

El segundo paso es la escalada verbal y emocional, donde el líder transforma el debate político en una guerra entre leales y traidores. Javier Milei representa este momento, con su agresividad discursiva, su desprecio por la disidencia y su afán de ruptura total. El tercer paso es la erosión sistemática de las instituciones.

En este nivel se ubica Trump, quien, tras perder las elecciones, intentó evitar la transferencia del poder con maniobras legales y finalmente con violencia. El cuarto paso es la ruptura constitucional explícita. Nayib Bukele encarna este momento al controlar los tres poderes del Estado, encarcelar sin juicio y modificar la ley para permitir su reelección.

El último escalón es la tiranía consolidada, representada por Nicolás Maduro, quien se mantiene en el poder a pesar del colapso económico, la pérdida de legitimidad electoral y el éxodo masivo de su población. Más allá del análisis político, el libro profundiza en la dimensión emocional de este fenómeno.

El amor al líder funciona como blindaje. Lo protege de las críticas, lo libera de las reglas, lo convierte en encarnación del pueblo. Es un amor que, como dice el autor, “todo lo cree, todo lo excusa, todo lo espera, todo lo soporta”. Pero este amor necesita su contraparte: el odio.

Todo caudillo necesita un enemigo. Un “ellos” que amenace al “nosotros”. En el caso de los líderes de izquierda, ese enemigo suele ser la élite económica, los empresarios, los medios, los jueces. En los de derecha, son las minorías, los inmigrantes, los académicos, los progresistas. Siempre hay una figura externa que amenaza la pureza del pueblo, y que debe ser neutralizada.

Matamala expone cómo este discurso de odio va escalando: parte con la estigmatización, sigue con la persecución judicial, luego con el control de los medios y, en los casos más graves, con la represión directa. La clave está en el manejo del relato. El dictador moderno es también un gran comunicador.

Controla el mensaje, impone su lenguaje, convierte la mentira en una herramienta política cotidiana. Lo hizo Trump con sus 30 mil afirmaciones falsas verificadas. Lo hace Bukele desde sus redes sociales. Lo hizo Chávez con sus transmisiones eternas. Todos, cada uno a su estilo, logran que el pueblo se alinee con su visión, aunque esta contradiga la realidad objetiva.

El libro también pone el foco en el votante. Y ahí es donde se vuelve más incómodo, porque no habla de sociedades sometidas, sino de pueblos que eligen ser gobernados por estos líderes. Que los prefieren, los revalidan, los justifican.

Matamala compara este fenómeno con el fútbol. En un clásico, cuando tu equipo mete un gol en posición de adelanto, ¿quieres que lo anulen o que lo validen? Si lo validan, aunque sea injusto, celebras. Si lo anulan, protestas.

Esa es la lógica del fanático. Y esa misma lógica, aplicada a la política, está destruyendo la democracia. Porque muchos prefieren ganar con trampa, antes que perder con reglas. El autor muestra cómo el sistema democrático solo funciona si hay una ciudadanía que lo respete incluso cuando pierde.

Y que defienda el juego limpio, aunque eso implique que el adversario gane. Si se rompe esa lógica –si lo importante no es que el sistema funcione, sino que mi bando gane a toda costa–, el deterioro es inevitable.

Y eso, dice el autor, es lo que está ocurriendo en buena parte del mundo. La polarización ha convertido al adversario en enemigo. Y cuando el adversario es visto como una amenaza existencial, todo se justifica: la mentira, la violencia, la eliminación del otro. El autor sustenta su libro en años de reporteo en terreno.

No se construye desde el escritorio. El periodista estuvo en Caracas, San Salvador, Ciudad de México, Buenos Aires, Washington, entre muchas otras ciudades. Conversó con seguidores de Bukele, de Chávez, de Trump. Vio de cerca la fe, la esperanza, la resignación. Y también el precio.

Porque cada paso hacia la tiranía tiene consecuencias concretas: miles de presos sin juicio, censura, violencia, corrupción, éxodo. Pero cuando el líder es percibido como un salvador, esos costos se asumen como necesarios. Incluso como heroicos.

Al final, el libro pone el foco en la ciudadanía, en quienes aplauden al líder, en quienes justifican su poder, en quienes están dispuestos a renunciar a sus derechos si el gobernante promete seguridad, orden o prosperidad. El problema no está solo en el caudillo. Está en quienes lo habilitan. Y la solución, si es que existe, está también en ellos.

El libro no ofrece una fórmula mágica. Pero deja una advertencia clara: cuando el amor al líder reemplaza al respeto por las reglas, la democracia deja de ser un sistema político y se convierte en un culto. Y cuando eso ocurre, no hay institucionalidad que resista. Cómo destruir una democracia es una radiografía brutal del presente.

No es un lamento nostálgico ni una predicción catastrófica. Es un intento por mostrar, con nombres, datos y testimonios, cómo se destruye una república en cámara lenta, pero con plena complicidad ciudadana. Es también una invitación a preguntarse qué estamos dispuestos a defender: si un líder, o un sistema. Si un proyecto, o una forma de vivir en libertad.

Porque como sugiere Daniel Matamala, la democracia no muere cuando se pierde una elección, si no que muere cuando dejamos de creer que vale la pena respetarla, incluso cuando no nos conviene.

Datos que entrega este libro

El 72% de la población vive bajo regímenes autoritarios (dato V-Dem 2024), y este libro explica cómo se llega allí, paso a paso.

• La mayoría de las dictaduras actuales no nacieron como tales: en más del 70% de los casos de erosión democrática reciente, los líderes fueron electos inicialmente de forma democrática.

Entre 2001 y 2011, los precios del petróleo se cuadruplicaron. Gracias a esta bonanza, Venezuela recibió más de 800.000 millones de dólares durante los años de Chávez, lo que permitió sostener el modelo populista y cimentar la lealtad social.

• En El Salvador, más de 66.000 personas fueron detenidas durante el régimen de excepción de Bukele, muchas sin cargos ni debido proceso. Aún así, su popularidad superó el 80%. En 2023, el 73% de los salvadoreños dijo estar dispuesto a que se limiten los derechos si eso trae seguridad.

En México, durante el mandato de AMLO, se registró un retroceso de más de 20 puestos en los rankings de libertad de prensa.

• En 2021, un 38% de los estadounidenses seguía creyendo –sin evidencia– que a Donald Trump le habían robado las elecciones presidenciales de 2020.

• El programa Aló presidente de Chávez duraba hasta 8 horas. En una emisión, se transmitió en simultáneo por 240 radios y 80 canales de televisión. El show era una mezcla de propaganda, culto personal, drama social y karaoke político.

• Javier Milei llevó a los medios a su hermana Karina, conocida como "El Jefe", a quien no se le conoce una declaración pública, pero que coordina su campaña y toma decisiones clave. Matamala la llama “la Rasputina del Conurbano”.

• Bukele bautizó a su régimen como “la dictadura cool”. En redes sociales se presenta como un milenial moderno, con emojis, memes y frases provocadoras, aunque su gobierno ha militarizado instituciones y anulados contrapesos democráticos.

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