Daniel Matamala parte de una escena simple, pero poderosa: en una pequeña tienda en San Salvador, un hombre muestra orgulloso una imagen del presidente Nayib Bukele, escoltado pormilitares. No repite consignas, no parece un fanático.
Lo dice con convicción: Dios lo envió. Esa
escena, lejos de ser anecdótica, activa la premisa central del libro: los
nuevos dictadores no se imponen por la fuerza, sino que son queridos. Son
amados, adorados, percibidos como enviados, salvadores. No necesitan tanques.
Les basta con una elección y una narrativa eficaz.
El dictador moderno no llega con un golpe
de Estado: llega con aplausos. A partir de esa idea, Matamala desarrolla una
tesis contundente: el autoritarismo actual se construye desde el interior de la
democracia.
Los líderes populistas siguen una fórmula
común –aunque tengan ideologías distintas– que les permite vaciar las
instituciones desde dentro y acumular poder total, sin romper formalmente con
el sistema. Chávez, Trump, Bukele, Milei, López Obrador: todos distintos, todos
partes de una misma lógica.
Cada uno de ellos construye una relación
afectiva con el pueblo, que se convierte en la justificación de todo. Lo que
importa ya no es el programa, ni siquiera el resultado. Importa la conexión
emocional. Esa fidelidad, una vez instaurada, habilita abusos, mentiras,
represión y eliminación de contrapesos sin consecuencias políticas graves.
Cómo destruir una democracia identifica el
proceso en cinco pasos. Es una cuenta regresiva. El primer paso es la
instalación del caudillo como figura dominante del discurso público, aun
respetando la legalidad. Aquí se sitúa López Obrador: carismático, hiper presente,
pero aún sin romper con la Constitución.
El segundo paso es la escalada verbal y
emocional, donde el líder transforma el debate político en una guerra entre
leales y traidores. Javier Milei representa este momento, con su agresividad
discursiva, su desprecio por la disidencia y su afán de ruptura total. El
tercer paso es la erosión sistemática de las instituciones.
En este nivel se ubica Trump, quien, tras
perder las elecciones, intentó evitar la transferencia del poder con maniobras
legales y finalmente con violencia. El cuarto paso es la ruptura constitucional
explícita. Nayib Bukele encarna este momento al controlar los tres poderes del
Estado, encarcelar sin juicio y modificar la ley para permitir su reelección.
El último escalón es la tiranía
consolidada, representada por Nicolás Maduro, quien se mantiene en el poder a
pesar del colapso económico, la pérdida de legitimidad electoral y el éxodo
masivo de su población. Más allá del análisis político, el libro profundiza en
la dimensión emocional de este fenómeno.
El amor al líder funciona como blindaje.
Lo protege de las críticas, lo libera de las reglas, lo convierte en
encarnación del pueblo. Es un amor que, como dice el autor, “todo lo cree, todo
lo excusa, todo lo espera, todo lo soporta”. Pero este amor necesita su
contraparte: el odio.
Todo caudillo necesita un enemigo. Un
“ellos” que amenace al “nosotros”. En el caso de los líderes de izquierda, ese
enemigo suele ser la élite económica, los empresarios, los medios, los jueces.
En los de derecha, son las minorías, los inmigrantes, los académicos, los
progresistas. Siempre hay una figura externa que amenaza la pureza del pueblo,
y que debe ser neutralizada.
Matamala expone cómo este discurso de odio
va escalando: parte con la estigmatización, sigue con la persecución judicial,
luego con el control de los medios y, en los casos más graves, con la represión
directa. La clave está en el manejo del relato. El dictador moderno es también
un gran comunicador.
Controla el mensaje, impone su lenguaje,
convierte la mentira en una herramienta política cotidiana. Lo hizo Trump con
sus 30 mil afirmaciones falsas verificadas. Lo hace Bukele desde sus redes
sociales. Lo hizo Chávez con sus transmisiones eternas. Todos, cada uno a su
estilo, logran que el pueblo se alinee con su visión, aunque esta contradiga la
realidad objetiva.
El libro también pone el foco en el
votante. Y ahí es donde se vuelve más incómodo, porque no habla de sociedades
sometidas, sino de pueblos que eligen ser gobernados por estos líderes. Que los
prefieren, los revalidan, los justifican.
Matamala compara este fenómeno con el
fútbol. En un clásico, cuando tu equipo mete un gol en posición de adelanto,
¿quieres que lo anulen o que lo validen? Si lo validan, aunque sea injusto,
celebras. Si lo anulan, protestas.
Esa es la lógica del fanático. Y esa misma
lógica, aplicada a la política, está destruyendo la democracia. Porque muchos
prefieren ganar con trampa, antes que perder con reglas. El autor muestra cómo
el sistema democrático solo funciona si hay una ciudadanía que lo respete
incluso cuando pierde.
Y que defienda el juego limpio, aunque eso
implique que el adversario gane. Si se rompe esa lógica –si lo importante no es
que el sistema funcione, sino que mi bando gane a toda costa–, el deterioro es
inevitable.
Y eso, dice el autor, es lo que está
ocurriendo en buena parte del mundo. La polarización ha convertido al
adversario en enemigo. Y cuando el adversario es visto como una amenaza
existencial, todo se justifica: la mentira, la violencia, la eliminación del
otro. El autor sustenta su libro en años de reporteo en terreno.
No se construye desde el escritorio. El
periodista estuvo en Caracas, San Salvador, Ciudad de México, Buenos Aires,
Washington, entre muchas otras ciudades. Conversó con seguidores de Bukele, de
Chávez, de Trump. Vio de cerca la fe, la esperanza, la resignación. Y también
el precio.
Porque cada paso hacia la tiranía tiene
consecuencias concretas: miles de presos sin juicio, censura, violencia,
corrupción, éxodo. Pero cuando el líder es percibido como un salvador, esos
costos se asumen como necesarios. Incluso como heroicos.
Al final, el libro pone el foco en la
ciudadanía, en quienes aplauden al líder, en quienes justifican su poder, en
quienes están dispuestos a renunciar a sus derechos si el gobernante promete
seguridad, orden o prosperidad. El problema no está solo en el caudillo. Está
en quienes lo habilitan. Y la solución, si es que existe, está también en
ellos.
El libro no ofrece una fórmula mágica.
Pero deja una advertencia clara: cuando el amor al líder reemplaza al respeto
por las reglas, la democracia deja de ser un sistema político y se convierte en
un culto. Y cuando eso ocurre, no hay institucionalidad que resista. Cómo
destruir una democracia es una radiografía brutal del presente.
No es un lamento nostálgico ni una
predicción catastrófica. Es un intento por mostrar, con nombres, datos y
testimonios, cómo se destruye una república en cámara lenta, pero con plena
complicidad ciudadana. Es también una invitación a preguntarse qué estamos
dispuestos a defender: si un líder, o un sistema. Si un proyecto, o una forma
de vivir en libertad.
Porque como sugiere Daniel Matamala, la
democracia no muere cuando se pierde una elección, si no que muere cuando
dejamos de creer que vale la pena respetarla, incluso cuando no nos conviene.
Datos que entrega este libro
El 72% de la población vive bajo regímenes
autoritarios (dato V-Dem 2024), y este libro explica cómo se llega allí, paso a
paso.
• La mayoría de las dictaduras actuales no
nacieron como tales: en más del 70% de los casos de erosión democrática
reciente, los líderes fueron electos inicialmente de forma democrática.
Entre 2001 y 2011, los precios del
petróleo se cuadruplicaron. Gracias a esta bonanza, Venezuela recibió más de
800.000 millones de dólares durante los años de Chávez, lo que permitió
sostener el modelo populista y cimentar la lealtad social.
• En El Salvador, más de 66.000 personas
fueron detenidas durante el régimen de excepción de Bukele, muchas sin cargos
ni debido proceso. Aún así, su popularidad superó el 80%. En 2023, el 73% de
los salvadoreños dijo estar dispuesto a que se limiten los derechos si eso trae
seguridad.
En México, durante el mandato de AMLO, se
registró un retroceso de más de 20 puestos en los rankings de libertad de
prensa.
• En 2021, un 38% de los estadounidenses
seguía creyendo –sin evidencia– que a Donald Trump le habían robado las
elecciones presidenciales de 2020.
• El programa Aló presidente de Chávez
duraba hasta 8 horas. En una emisión, se transmitió en simultáneo por 240
radios y 80 canales de televisión. El show era una mezcla de propaganda, culto
personal, drama social y karaoke político.
• Javier Milei llevó a los medios a su
hermana Karina, conocida como "El Jefe", a quien no se le conoce una
declaración pública, pero que coordina su campaña y toma decisiones clave.
Matamala la llama “la Rasputina del Conurbano”.
• Bukele bautizó a su régimen como “la dictadura cool”. En redes sociales se presenta como un milenial moderno, con emojis, memes y frases provocadoras, aunque su gobierno ha militarizado instituciones y anulados contrapesos democráticos.
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