Por ello, en tiempos de incertidumbre
personal, en tiempos de crisis es frecuente recurrir a la idea del arte como una
forma de ayuda para lidiar con los problemas diarios y también, nos
sensibilizan con un papel que va mucho más allá de la distracción ya que el
arte en general, es capaz de observar y escuchar la realidad, entregando
respuestas y preguntas con una perspectiva propia.
En momentos de zozobra, la humanidad busca
respuestas, remedios que le ayuden a sobrellevar esta pesada carga que nos
lastra, nos limita y nos impide avanzar.
En su artículo “Una aproximación al
complejo emotivo del arte”, Sixto Castros señala que “en este sentido, la
obra de arte, entendida como una forma de reflexión, de proyección de anhelos,
esperanzas, deseos, o como reflejo de una mentalidad de época, de una
cosmovisión o como un artefacto sensible que ayuda a descubrir facetas
desconocidas de nuestra propia condición humana.
Un ejemplo de ello, es el cuadro Guernica,
obra de Pablo Picasso que se refiere al bombardeo de la ciudad vasca de
Guernica. El cuadro, pintado en blanco y negro y que refleja el horror de ese
día, se convirtió en un alegato antibélico y en un símbolo universal de la paz
y la denuncia de la violencia contra civiles. Actualmente se exhibe en el Museo
Reina Sofía.
Ahora bien, cuando las personas se
enfrentan al horror y al terror, es cuando el pensamiento se despliega con la
fuerza de la palabra, como una manera de sobrevivir al dolor y en muchas
ocasiones, se transforma esa experiencia en producción cultural y testimonio
humano.
Es el caso de María Eugenia Bravo
Calderada, que escribe el libro “La casa del techo rojo” publicado por
Victorina Press (Inglaterra).
En el libro María Eugenia recorre su vida
y la de sus abuelos maternos, en cuya casa paso muchos años de su infancia
rodeada de la vida más natural que se desarrollaba en Roble Huacho, región de
la Araucanía.
De esa época recuerda los aromas a miel, a
manzanas, a leña en la chimenea, a las lanas que tejía su abuela, de los libros
y revistas que llenaron su infancia de letras y sueños.
También recuerda el paisaje de Ancacomohue,
donde su abuelo emigrante construyó la casa de la familia, pintada con los
colores de la bandera italiana. Una casa con el techo rojo donde se sentí
segura y tranquila.
Luego, viene la etapa de la adultez, como
profesora de filosofía y sicología aplicada al arte en la U. de Chile, su
adhesión al gobierno de la Unidad Popular. Luego del Golpe Militar primero fue
detenida en el centro de detención de cerro Chena, luego estuvo en
Investigaciones, luego en el Estadio Nacional y finalmente en el Centro de
Detención Femenina del Buen Pastor donde materializó su comienzo en la poesía.
![]() |
María Eugenia Bravo Calderara |
Entonces, a pesar de no ser una persona
religiosa sentí la necesidad de recurrir a la magia, a lo poderoso y como no
sabía cómo rezar comenzó el poema “Oración en el Estadio Nacional”, en el cual
rezo por mí y que me llevó a la literatura.
Fui escribiendo ese poema en cualquier
hoja que cayera en mis manos y que fueron conservadas por mi madre, enviadas a
través de valija diplomática a Suiza y cuando ya estaba en Inglaterra, el
primer viaje que hice fue a Suiza a la casa de una amiga que los había
guardado.
Finalmente, el libro fue publicado en
Inglaterra, de manera bilingüe y que me hizo conocida en Europa como la poetisa
de los derechos humanos.
Sin embargo, siempre tuve la inquietud de escribir
en prosa los recuerdos de mi vida hasta que entre al grupo de poetas “Las
Juanas” que, a pesar de seguir escribiendo poesía, me animaron para escribir
prosa y así fue como nació este libro”, comenta la autora.
La escritura fue el arte que ayudó a
soñar, a imaginar, a recordar y crear transformándose en un refugio,
liberación, reflexión, que la transportó a esa casa del techo rojo donde se
sentía segura y amada sacándola de una realidad que la agobiaba.
Sin embargo, escribir este libro no fue
fácil porque la memoria tiende a ocultar o reprimir, los hechos dolorosos como
un mecanismo de defensa inconsciente para proteger al individuo de traumas y
evitar el sufrimiento continuo.
Aunque estos recuerdos pueden parecer
borrados, persisten en la mente y pueden manifestarse en el presente a través
de síntomas de ansiedad o depresión. El proceso de olvido no es una supresión
voluntaria, sino una forma en que el cerebro intenta integrar o aislar la
experiencia traumática para la supervivencia.
Para poder escribir este relato y sacar del
fondo del baúl de la memoria esos recuerdos tan dolorosos, María Eugenia tardó
muchos años en poder enfrentarlos, sin embargo, lo pudo hacer cuando entendió
que la única manera de recordar sin dolor, la única posibilidad de olvido era
contar lo que pasó.
En su libro, junto con repasar su corazón
para no olvidar los bellos momentos de su infancia, como el olor y el sabor de
un membrillo busco exorcizar los miedos que cambiaron su vida.
Ese es el valor de la literatura que
vuelve la realidad cercana a los lectores. En esta ocasión, tanto la ficción
como la realidad caminan juntas, apoyándose para resistir al olvido.
Por ello, se agradece, una escritura
limpia, clara y precisa sin adjetivos, sin calificaciones o descalificaciones en
una historia en que la venganza, el horror, el miedo, el valor caminan con los
personajes, con sus historias y con sus familias, que abre los cajones cerrados
de la memoria y que habla sobre la dignidad que se defiende con palabras cuando
todo lo demás ha sido arrebatado.
Este libro es un viaje de la oscuridad a
la luz, de la vergüenza a la dignidad, uno necesario para ayudar a los chilenos
que nacieron mucho tiempo después de ocurridos los hechos a conocer parte de su
historia y es una forma de conversar, compartir, acotar y enfrentar al miedo,
que es una de las fuerzas más poderosas y peligrosas a las que se enfrentan los
seres humanos.
Como cuando el poeta mexicano Manuel José
Othón (1858-1906), le preguntó al Señor: “Señor ¿para qué hiciste la memoria/
la más tremenda de las obras tuyas? / Mátala por piedad, aunque destruyas/el
pasado y la historia”.
La respuesta a la pregunta anterior podría ser que no hay amnistía para la memoria y, lejos de lo que algunos quisieran hacer creer, no hay decreto humano o divino, que sea capaz de archivar un pasado que permanece para siempre.
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