martes, 26 de agosto de 2025

La casa del techo rojo: exorcizando el terror.

 Desde siempre, el arte ha sido un poderoso medio para que las personas expresen su conciencia del mundo, sus sentimientos y sensibilidad, canalizando y procesando emociones complejas que a menudo son difíciles de verbalizar.

Por ello, en tiempos de incertidumbre personal, en tiempos de crisis es frecuente recurrir a la idea del arte como una forma de ayuda para lidiar con los problemas diarios y también, nos sensibilizan con un papel que va mucho más allá de la distracción ya que el arte en general, es capaz de observar y escuchar la realidad, entregando respuestas y preguntas con una perspectiva propia.

En momentos de zozobra, la humanidad busca respuestas, remedios que le ayuden a sobrellevar esta pesada carga que nos lastra, nos limita y nos impide avanzar.

En su artículo “Una aproximación al complejo emotivo del arte”, Sixto Castros señala que “en este sentido, la obra de arte, entendida como una forma de reflexión, de proyección de anhelos, esperanzas, deseos, o como reflejo de una mentalidad de época, de una cosmovisión o como un artefacto sensible que ayuda a descubrir facetas desconocidas de nuestra propia condición humana.

Un ejemplo de ello, es el cuadro Guernica, obra de Pablo Picasso que se refiere al bombardeo de la ciudad vasca de Guernica. El cuadro, pintado en blanco y negro y que refleja el horror de ese día, se convirtió en un alegato antibélico y en un símbolo universal de la paz y la denuncia de la violencia contra civiles. Actualmente se exhibe en el Museo Reina Sofía. 

Ahora bien, cuando las personas se enfrentan al horror y al terror, es cuando el pensamiento se despliega con la fuerza de la palabra, como una manera de sobrevivir al dolor y en muchas ocasiones, se transforma esa experiencia en producción cultural y testimonio humano.

Es el caso de María Eugenia Bravo Calderada, que escribe el libro “La casa del techo rojo” publicado por Victorina Press (Inglaterra).

En el libro María Eugenia recorre su vida y la de sus abuelos maternos, en cuya casa paso muchos años de su infancia rodeada de la vida más natural que se desarrollaba en Roble Huacho, región de la Araucanía.

De esa época recuerda los aromas a miel, a manzanas, a leña en la chimenea, a las lanas que tejía su abuela, de los libros y revistas que llenaron su infancia de letras y sueños.

También recuerda el paisaje de Ancacomohue, donde su abuelo emigrante construyó la casa de la familia, pintada con los colores de la bandera italiana. Una casa con el techo rojo donde se sentí segura y tranquila.

Luego, viene la etapa de la adultez, como profesora de filosofía y sicología aplicada al arte en la U. de Chile, su adhesión al gobierno de la Unidad Popular. Luego del Golpe Militar primero fue detenida en el centro de detención de cerro Chena, luego estuvo en Investigaciones, luego en el Estadio Nacional y finalmente en el Centro de Detención Femenina del Buen Pastor donde materializó su comienzo en la poesía.  

María Eugenia Bravo 
Calderara
“Estuve tres días en las graderías del Estadio Nacional y durante esos días el terror y el horro de estar en una situación que no se puede controlar, la desesperación de querer salir y no saber cómo, fue enorme.

Entonces, a pesar de no ser una persona religiosa sentí la necesidad de recurrir a la magia, a lo poderoso y como no sabía cómo rezar comenzó el poema “Oración en el Estadio Nacional”, en el cual rezo por mí y que me llevó a la literatura.

Fui escribiendo ese poema en cualquier hoja que cayera en mis manos y que fueron conservadas por mi madre, enviadas a través de valija diplomática a Suiza y cuando ya estaba en Inglaterra, el primer viaje que hice fue a Suiza a la casa de una amiga que los había guardado.

Finalmente, el libro fue publicado en Inglaterra, de manera bilingüe y que me hizo conocida en Europa como la poetisa de los derechos humanos.  

Sin embargo, siempre tuve la inquietud de escribir en prosa los recuerdos de mi vida hasta que entre al grupo de poetas “Las Juanas” que, a pesar de seguir escribiendo poesía, me animaron para escribir prosa y así fue como nació este libro”, comenta la autora.

La escritura fue el arte que ayudó a soñar, a imaginar, a recordar y crear transformándose en un refugio, liberación, reflexión, que la transportó a esa casa del techo rojo donde se sentía segura y amada sacándola de una realidad que la agobiaba.

Sin embargo, escribir este libro no fue fácil porque la memoria tiende a ocultar o reprimir, los hechos dolorosos como un mecanismo de defensa inconsciente para proteger al individuo de traumas y evitar el sufrimiento continuo.

Aunque estos recuerdos pueden parecer borrados, persisten en la mente y pueden manifestarse en el presente a través de síntomas de ansiedad o depresión. El proceso de olvido no es una supresión voluntaria, sino una forma en que el cerebro intenta integrar o aislar la experiencia traumática para la supervivencia. 

Para poder escribir este relato y sacar del fondo del baúl de la memoria esos recuerdos tan dolorosos, María Eugenia tardó muchos años en poder enfrentarlos, sin embargo, lo pudo hacer cuando entendió que la única manera de recordar sin dolor, la única posibilidad de olvido era contar lo que pasó.

En su libro, junto con repasar su corazón para no olvidar los bellos momentos de su infancia, como el olor y el sabor de un membrillo busco exorcizar los miedos que cambiaron su vida.

Ese es el valor de la literatura que vuelve la realidad cercana a los lectores. En esta ocasión, tanto la ficción como la realidad caminan juntas, apoyándose para resistir al olvido.

Por ello, se agradece, una escritura limpia, clara y precisa sin adjetivos, sin calificaciones o descalificaciones en una historia en que la venganza, el horror, el miedo, el valor caminan con los personajes, con sus historias y con sus familias, que abre los cajones cerrados de la memoria y que habla sobre la dignidad que se defiende con palabras cuando todo lo demás ha sido arrebatado.

Este libro es un viaje de la oscuridad a la luz, de la vergüenza a la dignidad, uno necesario para ayudar a los chilenos que nacieron mucho tiempo después de ocurridos los hechos a conocer parte de su historia y es una forma de conversar, compartir, acotar y enfrentar al miedo, que es una de las fuerzas más poderosas y peligrosas a las que se enfrentan los seres humanos.

 Para María Eugenia, muchos fueron los recuerdos dolorosos que, al escribir el libro, se hicieron presentes y que siguen sorprendiendo por su crudeza como para preguntarse, para que seguir recordando.

Como cuando el poeta mexicano Manuel José Othón (1858-1906), le preguntó al Señor: “Señor ¿para qué hiciste la memoria/ la más tremenda de las obras tuyas? / Mátala por piedad, aunque destruyas/el pasado y la historia”.

La respuesta a la pregunta anterior podría ser que no hay amnistía para la memoria y, lejos de lo que algunos quisieran hacer creer, no hay decreto humano o divino, que sea capaz de archivar un pasado que permanece para siempre. 

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