De
ahí en adelante no paró más, ni siquiera cuando la situación económica de la
familia era precaria, no vendían nada y, como ella misma dice, “no tenía ni
para comprar fósforos”.
Sus
jornadas de trabajo eran y siguen siendo intensas. Sus manos comienzan a dar forma
a lo que dictan su mente y su corazón –sombreros, carteras, bolsos, accesorios,
figuras religiosas– y puede pasar largas horas ensimismada en su labor, sin
reparar en el dolor de sus manos.
“Mi
marido (Jaime Muñoz, quien realiza el planchado, hormado y las terminaciones de
las piezas) a veces me apagaba la luz, pero hace muchos años que dejó de
hacerlo porque yo iba y la encendía”, dice.
Estos
más de 50 años de trabajo continuo y el ser la quinta generación de su familia
dedicada a este oficio, que se originó hace más de dos siglos en la zona huasa
de nuestro país, la hicieron acreedora al Premio Maestra Artesana y Artesano
2022 en la categoría Tradicional, que el Ministerio de las Culturas, las Artes
y el Patrimonio le entregó en un acto realizado en la Delegación Presidencial
de la Región de O’Higgins, en Rancagua.
En la ceremonia, que contó con la asistencia de la subsecretaria de las Culturas y las Artes, Andrea Gutiérrez; el delegado presidencial de O’Higgins, Fabio López, y el subdirector nacional de INDAP, César Rodríguez, también se entregaron los premios de las categorías Contemporánea, al tallador en piedra Nelson Castillo, de Combarbalá, y Aprendiz, al orfebre Fanny Bocca, de Macul.
La
distinción, que se volvió a entregar tras cuatro años de ausencia, reconoce, en
el caso de Juanita –así la conocen todos–, a una cultora que domina todo
proceso productivo de su oficio, cuyo saber se ha transmitido por generaciones
y que tiene en la artesanía su principal medio de subsistencia.
El
premio que recibió fue un certificado de maestría, $2.500.000 y la
promoción de su trabajo a nivel nacional e internacional.
Sobre su trabajo, Juanita contó que se inicia con la recolección de la paja durante la cosecha. Luego se limpia, se le sacan las espigas y pelusas, y se lava.
El material se selecciona en gavillas de acuerdo al grosor, para
confeccionar un tejido más uniforme, y se tiñe con espino, maleza de álamo,
sauce o anilinas, para los colores más fuertes, para luego trenzar a mano las
cuelchas –humedeciendo la paja para que no se quiebre– y rematar con máquina de
coser. “Un sombrero fino puede llevar 90 horas de trabajo”, cuenta.
Actualmente tiene un local de ventas ubicado en la
plaza de Santa Cruz, comuna de la que es Hija Ilustre.
Al recibir el premio, la maestra cestera dijo que estar muy emocionada por el reconocimiento y se lo dedicó a sus ancestros y a su familia, de quienes heredó su amor por el oficio: “Cada trabajo que se hace con las manos nace del alma. A veces hay cosas que una hace y no quisiera ni vender, porque una se encariña con las piezas”. También solicitó que se tramite la Ley de Artesanía, después de 30 años de trabajo del sector, para resguardar la cultura e identidad del país.
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