En muchos aspectos, la literatura del
siglo XX se definió como el reflejo de la violencia imperante en la sociedad
reflejada en la destrucción, en la guerra, en los crímenes, la violación
expresando la sensación de que los seres humanos, eran incapaces de lograr la
paz a largo plazo y en el que la violencia humana, llevó al mundo al borde de
la destrucción total.
Esta violencia, ha sido retratada por diferentes
autores y distintas maneras entre las cuales se muestra la violencia de género,
la mayor parte de las veces, dirigida hacia la mujer, pero, también, en algunas
ocasiones, se incluye al hombre, quien también se ve indefenso ante
esta clase de violencia.
A diferencia de otras épocas en donde el
tema principal de la literatura era el amor, las costumbres o los paisajes, hoy
el tema de la violencia de género es tomado por los escritores para desarrollar
sus relatos porque, actualmente, la violencia de género es uno de los problemas
sociales más visibles en todo el mundo.
La violencia hacia la mujer puede adoptar
formas diferentes: física, verbal, psíquica, sexual, social, económica,
etcétera. Unas formas de coacción que se han ejercido, en mayor o menor medida,
a lo largo de la historia.
Se manifiesta en todos los ámbitos de la
vida social y política: la familia, el Estado, la educación, los medios de
comunicación, las religiones, el trabajo, la sexualidad, las organizaciones
sociales, la convivencia en espacios públicos o la cultura. Este tipo de
violencia está profundamente arraigado América Latina.
¿Qué acontece con la palabra cuando se
acerca a la violencia extrema? ¿Cómo trabaja el relato literario con el mal
radical?
¿Qué no pasa por nuestra mente para que
lleguemos a la violencia de género? Sin duda la respuesta es múltiple: respeto,
empatía, racionalidad, y, entre otras muchas, la lectura.
Es el caso del libro “Teoría de una
práctica amorosa” de Jessica Atal el abuso, la violencia, el machismo son el
hilo conductor de los 46 poemas que componen su octavo libro publicado por
Ediciones Bonnefont.
Cada poema está dedicado a una mujer que
ha manifestado, a través de su arte, su opinión o su crítica, su lucha por la
reivindicación de los derechos de las mujeres y las fotografías de Isabel
Skibsted, refuerzan la condición de vulnerabilidad en que viven tantas mujeres.
Marta Brunet, Mary Shelley, Anaïs Nin, Amy
Winehouse, Violeta Parra, Toni Morrison, Virginia Woolf, Alejandra Pizarnik y
Carmen Berenguer, son algunas de las mujeres a las que van dedicados estos
poemas
“Elegí a esas mujeres porque todas, ya sea
a través de la palabra, la música o el cine, han luchado por la liberación y la
reivindicación de los derechos de las mujeres, han cuestionado los roles
sociales a los que nos vemos aún sometidas, así como han denunciado o han sido
víctimas de la dominación, la violencia y el abuso de los hombres”, dice la
autora.
En su artículo “La violencia de género en
los géneros literarios” Tanya Huntington comenta que, como personaje femenino
tanto en la antigua Grecia como en Roma, “como personaje femenino de ese
compendio, si corrías con suerte, el secuestro y la violación (anteriormente
conocidos como rapto) te transformaban con el tiempo en una reina de Creta y, a
la postre, en la madrina de un continente entero, como fue el caso de Europa.
Si eras menos afortunada, te volvías un monstruo como Medusa, quien ejercía la
escultura no con las manos, sino con la mirada.1 Lo máximo —reina— y lo
mínimo —monstruo— a lo que podías aspirar, eran ambos extremos enmarcados por
la violencia de género. Tampoco hay que olvidar, cuando hablamos de los
laureles como el máximo premio de la creación poética, que son los dedos
podados de Dafne los que nos coronan, hablando metafóricamente.
Detrás de cada una de estas mujeres
mitológicas perseguidas hay violencia de género. Detrás de cada loca en el
desván, cada Bertha Mason y cada Susana San Juan, hay violencia de género.
Detrás de cada personaje que se suicida
por despecho (Ofelia, Madame Bovary, Ana Karenina, la señorita Julia, etcétera)
hay violencia de género. También lo hay detrás de cada Desdémona, cada Hester
Prynne, cada Dama de las Camelias, cada Maga, cada Lolita, cada Sethe, cada
Cesárea Tinajero, cada Urania Cabral, cada Vike, cada Bruja asesinada en La
Matosa, etcétera. Hay violencia de género pisándole los talones a cada
Sheherezade y anda al acecho de demasiadas de nuestras grandes autoras
(Virginia Woolf, Sylvia Plath, Rosario Castellanos, Lucia Berlin y un largo
etcétera).
Incluso las que desarrollamos un feminismo
que quisiera borrar la etiqueta de “víctima” como sinónimo de “mujer”, no
sabríamos dentro de esa fantasía utópica hacia dónde dirigir la mirada dentro
del canon literario porque está sembrado de cadáveres de mujeres: los Júpiter
siguen raptando, los Orlando siguen furiosos, los Otelo siguen apagando esa
vela, los Rodion Raskolnikov siguen creyéndose “excepcionales”, los Humbert
Humbert siguen dando clases, los Álex siguen practicando su ultraviolencia, los
Patrick Bateman siguen prendiendo sus taladros en ese vasto espacio atemporal
que es la literatura.
La memoria de las letras es tan larga como
su aliento, y su aliento es tan largo como su inspiración –una fuerza capaz de
vencer hasta a la muerte por causas no naturales, al feminicidio, porque no
deja de meter aire al tema incómodo, injusto, horroroso que nos corresponde
aquí en esta charla.
A diferencia de una noticia que puede
ocupar las primeras planas una semana y pasar al olvido la semana siguiente, la
literatura nunca ha desviado la mirada de la violencia de género y su registro
permanente, ha resultado ser la manera más eficaz de resistir la embestida del
oleaje constante de un tiempo presente que desbanca a sí mismo”.
Entonces, busca visualizar toda esa
violencia que las mujeres viven día a día pero que, a pesar de ello, no se ve.
Ese es el objetivo de este libro que, a
través de un verso cortante, afilado, que se pone al borde del lenguaje muestra
tanto el quiebre, la denuncia silenciosa como la última respiración de ira y de
aire de las mujeres, un grito colectivo para despertar a una sociedad indolente
ante el dolor y la desesperación de tantas mujeres, que mueren en silencio y en
vergüenza y que aspira a valorar el papel de las mujeres en el mundo.
Jessica Atal (Santiago de Chile) es
escritora, editora, tallerista, ensayista y crítica literaria, con más de
trescientos cincuenta artículos publicados sobre literatura, arte, actualidad y
política. Graduada con un Bachelor of Arts, Minor in Spanish, de la University
of Utah, es autora del libro de relatos Ella también se va (2018), de la novela
virtual WhatsApp, Amor (2016) y de los libros de poesía Carne Blanca (2016),
Cortina de elefantes (2014), Arquetipos (2013), Pérdida (2010) y Variaciones en
azul profundo (1991).
En 2004 recibió el Premio Edward Said. Su
obra ha sido traducida a varios idiomas y ha aparecido en antologías, diarios y
revistas literarias tanto en Chile como en el extranjero. Es colaboradora
permanente de la revista cultural La Panera.