jueves, 8 de octubre de 2020

Teoría de una práctica amorosa: un grito en contra de la violencia hacia la mujer

 En muchos aspectos, la literatura del siglo XX se definió como el reflejo de la violencia imperante en la sociedad reflejada en la destrucción, en la guerra, en los crímenes, la violación expresando la sensación de que los seres humanos, eran incapaces de lograr la paz a largo plazo y en el que la violencia humana, llevó al mundo al borde de la destrucción total.

Esta violencia, ha sido retratada por diferentes autores y distintas maneras entre las cuales se muestra la violencia de género, la mayor parte de las veces, dirigida hacia la mujer, pero, también, en algunas ocasiones, se incluye al hombre, quien también se ve indefenso ante esta clase de violencia.

A diferencia de otras épocas en donde el tema principal de la literatura era el amor, las costumbres o los paisajes, hoy el tema de la violencia de género es tomado por los escritores para desarrollar sus relatos porque, actualmente, la violencia de género es uno de los problemas sociales más visibles en todo el mundo.

La violencia hacia la mujer puede adoptar formas diferentes: física, verbal, psíquica, sexual, social, económica, etcétera. Unas formas de coacción que se han ejercido, en mayor o menor medida, a lo largo de la historia.

Se manifiesta en todos los ámbitos de la vida social y política: la familia, el Estado, la educación, los medios de comunicación, las religiones, el trabajo, la sexualidad, las organizaciones sociales, la convivencia en espacios públicos o la cultura. Este tipo de violencia está profundamente arraigado América Latina.

¿Qué acontece con la palabra cuando se acerca a la violencia extrema? ¿Cómo trabaja el relato literario con el mal radical?

¿Qué no pasa por nuestra mente para que lleguemos a la violencia de género? Sin duda la respuesta es múltiple: respeto, empatía, racionalidad, y, entre otras muchas, la lectura.

Es el caso del libro “Teoría de una práctica amorosa” de Jessica Atal el abuso, la violencia, el machismo son el hilo conductor de los 46 poemas que componen su octavo libro publicado por Ediciones Bonnefont.

Cada poema está dedicado a una mujer que ha manifestado, a través de su arte, su opinión o su crítica, su lucha por la reivindicación de los derechos de las mujeres y las fotografías de Isabel Skibsted, refuerzan la condición de vulnerabilidad en que viven tantas mujeres.

Marta Brunet, Mary Shelley, Anaïs Nin, Amy Winehouse, Violeta Parra, Toni Morrison, Virginia Woolf, Alejandra Pizarnik y Carmen Berenguer, son algunas de las mujeres a las que van dedicados estos poemas

“Elegí a esas mujeres porque todas, ya sea a través de la palabra, la música o el cine, han luchado por la liberación y la reivindicación de los derechos de las mujeres, han cuestionado los roles sociales a los que nos vemos aún sometidas, así como han denunciado o han sido víctimas de la dominación, la violencia y el abuso de los hombres”, dice la autora.

En su artículo “La violencia de género en los géneros literarios” Tanya Huntington comenta que, como personaje femenino tanto en la antigua Grecia como en Roma, “como personaje femenino de ese compendio, si corrías con suerte, el secuestro y la violación (anteriormente conocidos como rapto) te transformaban con el tiempo en una reina de Creta y, a la postre, en la madrina de un continente entero, como fue el caso de Europa. 

Si eras menos afortunada, te volvías un monstruo como Medusa, quien ejercía la escultura no con las manos, sino con la mirada.1 Lo máximo —reina— y lo mínimo —monstruo— a lo que podías aspirar, eran ambos extremos enmarcados por la violencia de género. Tampoco hay que olvidar, cuando hablamos de los laureles como el máximo premio de la creación poética, que son los dedos podados de Dafne los que nos coronan, hablando metafóricamente.

Detrás de cada una de estas mujeres mitológicas perseguidas hay violencia de género. Detrás de cada loca en el desván, cada Bertha Mason y cada Susana San Juan, hay violencia de género.

Detrás de cada personaje que se suicida por despecho (Ofelia, Madame Bovary, Ana Karenina, la señorita Julia, etcétera) hay violencia de género. También lo hay detrás de cada Desdémona, cada Hester Prynne, cada Dama de las Camelias, cada Maga, cada Lolita, cada Sethe, cada Cesárea Tinajero, cada Urania Cabral, cada Vike, cada Bruja asesinada en La Matosa, etcétera. Hay violencia de género pisándole los talones a cada Sheherezade y anda al acecho de demasiadas de nuestras grandes autoras (Virginia Woolf, Sylvia Plath, Rosario Castellanos, Lucia Berlin y un largo etcétera).

Incluso las que desarrollamos un feminismo que quisiera borrar la etiqueta de “víctima” como sinónimo de “mujer”, no sabríamos dentro de esa fantasía utópica hacia dónde dirigir la mirada dentro del canon literario porque está sembrado de cadáveres de mujeres: los Júpiter siguen raptando, los Orlando siguen furiosos, los Otelo siguen apagando esa vela, los Rodion Raskolnikov siguen creyéndose “excepcionales”, los Humbert Humbert siguen dando clases, los Álex siguen practicando su ultraviolencia, los Patrick Bateman siguen prendiendo sus taladros en ese vasto espacio atemporal que es la literatura.

La memoria de las letras es tan larga como su aliento, y su aliento es tan largo como su inspiración –una fuerza capaz de vencer hasta a la muerte por causas no naturales, al feminicidio, porque no deja de meter aire al tema incómodo, injusto, horroroso que nos corresponde aquí en esta charla.

A diferencia de una noticia que puede ocupar las primeras planas una semana y pasar al olvido la semana siguiente, la literatura nunca ha desviado la mirada de la violencia de género y su registro permanente, ha resultado ser la manera más eficaz de resistir la embestida del oleaje constante de un tiempo presente que desbanca a sí mismo”.

Entonces, busca visualizar toda esa violencia que las mujeres viven día a día pero que, a pesar de ello, no se ve.

Ese es el objetivo de este libro que, a través de un verso cortante, afilado, que se pone al borde del lenguaje muestra tanto el quiebre, la denuncia silenciosa como la última respiración de ira y de aire de las mujeres, un grito colectivo para despertar a una sociedad indolente ante el dolor y la desesperación de tantas mujeres, que mueren en silencio y en vergüenza y que aspira a valorar el papel de las mujeres en el mundo.

Jessica Atal (Santiago de Chile) es escritora, editora, tallerista, ensayista y crítica literaria, con más de trescientos cincuenta artículos publicados sobre literatura, arte, actualidad y política. Graduada con un Bachelor of Arts, Minor in Spanish, de la University of Utah, es autora del libro de relatos Ella también se va (2018), de la novela virtual WhatsApp, Amor (2016) y de los libros de poesía Carne Blanca (2016), Cortina de elefantes (2014), Arquetipos (2013), Pérdida (2010) y Variaciones en azul profundo (1991).

En 2004 recibió el Premio Edward Said. Su obra ha sido traducida a varios idiomas y ha aparecido en antologías, diarios y revistas literarias tanto en Chile como en el extranjero. Es colaboradora permanente de la revista cultural La Panera.

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