miércoles, 23 de octubre de 2019

De Ñuñohue a la Reina: caminando sobre la historia de la capital chilena.


La ciudad, no es sólo un objeto de estudio muy importante de las ciencias sociales, sino, un problema que ha ocupado y preocupado a los hombres desde que éstos decidieron asentarse formando agrupamientos estables.

Los asentamientos humanos, aún en sus formas más simples, requieren de un mínimo de acuerdos sociales para asegurar el equilibrio del grupo y que, de la fragilidad o solidez de dichos acuerdos, depende fundamentalmente la estabilidad necesaria para la convivencia adecuada.

Por ello, la ciudad debe entenderse como un fenómeno vivo y permanente, íntimamente ligado a la cultura con la que comparte la característica de la complejidad, lo que invita a acometer su estudio desde múltiples puntos de vista.

Asimismo, son numerosas las definiciones que se han formulado sobre la ciudad a lo largo de la Historia, dependiendo del elemento constitutivo sobre el que se fijara la atención. Por ejemplo, algunos autores han destacado el elemento material (la pavimentación, el cierre amurallado, los equipamientos), mientras que otros han atendido a las relaciones sociales o a visiones utópico-filosóficas del fenómeno urbano.

Si hay un consenso, es que existe una relación básica entre la presión demográfica y la cristalización de los primeros núcleos urbanos y estos procesos se producen y reproducen, de manera independiente en el tiempo y en el espacio.

El fenómeno urbano, la ciudad, es el apoyo fundamental para la transformación global de la sociedad porque la ciudad, está unida así al nacimiento de la sociedad clasista, al estado, a las relaciones de dominio, a la escritura, a la historia.

Cada tipo de sociedad implica una ciudad característica unida, inexorablemente, con su propia estructura social ya que, en cada sociedad, destaca un elemento de la estructura social: el económico, el político o el ideológico, dando lugar a un tipo de ciudad característico y a unos elementos urbanos dominantes.

La ciudad capitalista es un centro de acumulación de capital, un instrumento colectivo de reproducción social, el modo de usar el espacio más favorable para la reproducción económica y un centro de distribución e intercambio de mercancías.

Hace tiempo, el periodista Carlos Álvarez Cortés y el licenciado en Historia Juan Pablo Ormazábal en conjunto con Mandrágora, publicaron el libro “De Ñuñohue a La Reina. Viaje al patrimonio cultural e identidad de una comuna”.

El libro, es una aproximación a la historia de la comuna de La Reina, desde su historia prehispánica, pasando por los hechos históricos de los siglos XIX y XX y los personajes que la habitaron tocando la historia, patrimonio y estilo de vida de esa comuna y de sus habitantes.

“Ñuñoa es el origen de todo lo que hoy está a los pies de la cordillera, desde el Mapocho al Maipo, incluida La Reina. Ñuñoa es la derivación de Ñuñohue - “lugar de ñuños”-, nombre que los indígenas le daban a esa tierra donde se daba la flor llamada ñuño”, dice Carlos Álvarez.

La Reina fue creada en 1964, instalándose sobre las tierras más remotas de lo que hasta entonces administraba Ñuñoa. “Larraín sería el origen de la denominación de La Reina, o visto desde el ángulo contrario, La Reina habría surgido como deformación del apellido Larraín, según anota el historiador, investigador y ensayista René León Echaiz en el libro: “Ñuñohue” (1972).

“Su primer alcalde fue el arquitecto Eduardo Castillo Velasco, quien se dedicó a solucionar los problemas que había: los vecinos más alejados de la entonces Ñuñoa se sentían postergados, los servicios comunales y el transporte no llegaban tan lejos, y los bordes de Arrieta y Tobalaba eran basurales”, comenta Álvarez.

Cuando se creó La Reina en el gobierno de Frei Montalva, Castillo Velasco impulsó la urbanización, los suministros de agua y electricidad, los servicios de retiro de basura. “En el fondo humanizó la vida de esos extramuros, que siempre tuvo una identidad: quienes llegaron a La Reina vinieron a pensar, a crear y a vivir de una manera”, dice el autor.

 Los Egaña, los Larraín y los Arrieta, que tienen avenidas con sus nombres, o los Maroto, cuya casa de 1920 hoy es la sede del Club de Jazz. “Pero también los vecinos habituales, que hasta hoy defienden el estilo de vida a escala humana”, concluye.

Ñuñoa presenció grandes cambios durante el siglo XX. Pasó de albergar a gran parte de la clase alta santiaguina hasta mediados de 1970 (quienes han ido emigrando al sector nororiente de la capital) para convertirse en una comuna fundamentalmente de clase media, media alta. En tanto que su enorme crecimiento demográfico hacia 1980 (más de 600 mil habitantes) produjo su división en varias comunas.

Egaña, Arrieta, Maroto y Larraín, cuatro linajes que aquí se consideran una suerte de nobleza criolla de la precordillera. Son las familias propietarias de estas tierras al oriente de la ciudad y que protagonizaron, la historia de la comuna de La Reina, en este caso la prehistoria de un territorio delimitado oficialmente apenas en 1964. Y entre esos apellidos, posiblemente Larraín sea el más referencial.

 “La familia fue fundamental en el desarrollo cultural de la zona, no solo con las tertulias literarias y musicales que realizaron en la casona entre 1889 y 1933, y a las que asistían músicos e intelectuales extranjeros, como Ortega y Gasset. También se ocuparon de la cultura popular con la construcción del Teatro Circo Peñalolén, dedicado a la gente que vivía allí y trabajaba las tierras.

Había espectáculos de esparcimiento familiar, baile y teatro”, cuenta Santiago Marín Arrieta, bisnieto del primer propietario, don José Arrieta Perera, quien en 1870 le compró esas tierras a doña Margarita Egaña, hija de Mariano Egaña.

El clan Parra Sandoval, Delia del Carril, Pablo de Rokha, Pablo Neruda, Margot Loyola, Vicente Bianchi, Roberto Bravo, Nemesio Antúnez, Roberto Pohlhammer han sido algunos de los vecinos ilustres de esta comuna.

Entre los hitos patrimoniales están la antigua Villa Grimaldi, la casa de la familia Maroto (actual Club de Jazz); la casa de la familia de Gregorio Ossa (actual Casa de la Cultura de Ñuñoa), con los hermosos jardines del parque Juan XXIII.

Además, está el Monasterio de San Rafael de las Carmelitas Descalzas, cuya campana más antigua data de 1771, el colegio La Salle, la Villa Paidahue, donde falleció el presidente Juan Antonio Ríos, entre muchas obras que sería largo de nombrar.

 Este libro, es un rescate patrimonial importante que es útil para conocer el patrimonio que tienen los santiaguinos y de esa manera aprender a amar y conservar parte importante de la historia patrimonial de la capital chilena.





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