| Chinganas chilenas (c) Memoria Chilena |
Con la esperada llegada de
septiembre, miles de chilenos y chilenas planifican de antemano cómo
festejar las Fiestas Patrias. Descansar, reunir a la familia o compartir platos
típicos son algunas de las costumbres habituales. No obstante, un panorama
infaltable para estos días es asistir a las clásicas fondas.
Este año, se pronostica
una celebración de al menos cuatro días, con el jueves 18 y viernes 19 marcados
en el calendario, más el fin de semana del 20 y 21. Ante esto, los parques
que albergan fondas ya han comenzado a anunciar la venta de entradas, comidas,
artistas y música en vivo. Sin embargo, el panorama favorito de muchos tiene un
origen que pocos conocen.
Estos festivos eventos,
protagonistas de las Fiestas Patrias, tienen su raíz en las chinganas del siglo
XIX.
El historiador Cristóbal
García-Huidobro, académico de la Universidad de Santiago, explicó que el
término chingana hacía referencia a “un lugar donde esconderse o con muchos
recovecos”, lo que se relaciona con que estos espacios eran de diversión
popular, ubicados en sitios apartados.
En ellos abundaba el
baile, el alcohol y el desenfreno. Conductas consideradas inapropiadas, lo que
generaba rechazo en las clases altas de la época, que los miraban con
desdén por considerarlos degradantes.
La organización de estos
espacios estuvo marcada por la participación de mujeres de sectores
populares. Muchas de ellas los administraban porque tenían el conocimiento
culinario necesario y, al mismo tiempo, era una forma de generar ingresos
propios sin depender de un hombre.
“Chinganas, ramadas y fondas
fueron una fórmula para que las mujeres pudieran acceder a tener un poco más de
capital, tanto para sus emprendimientos como para su propio bolsillo”, comentó
García-Huidobro.
Migración y masividad
Con la migración del campo a la ciudad en el siglo XIX, las ramadas rurales comenzaron a instalarse en Santiago.
En lugares como el actual Parque O’Higgins o incluso en
la Alameda de las Delicias, se levantaban estos espacios festivos que poco
a poco se consolidaron como parte de la vida urbana.
No obstante, la masividad de estas celebraciones preocupaba a las autoridades.
Durante el siglo XIX y
principios del XX, el recelo hacia las chinganas y ramadas se debía
principalmente al consumo excesivo de alcohol, vinculado tanto a la
violencia como a la “cuestión social” de la época.
Incluso figuras como Bernardo
O’Higgins llegaron a prohibirlas temporalmente por ser vistas como focos
de vicio y juego, en una época donde la gente debía ser educada y trabajadora.
Pese a las regulaciones
y prohibiciones, estos sitios no desaparecieron, sino que evolucionaron
hasta convertirse en fondas, adquiriendo un carácter más institucionalizado.
Hoy en día, se instalan solo en el periodo de Fiestas Patrias y funcionan bajo normas sanitarias y municipales, con patentes para la venta de alcohol y control de seguridad.
Anteriormente, estos
lugares estaban abiertos al público prácticamente todo el año, eran espacios
permanentes de encuentro popular disponibles de lunes a domingo, pero con el
tiempo esa cotidianidad desapareció y la fiesta se centró exclusivamente
en septiembre, reforzando su carácter de celebración nacional.
Aun así, mantienen su espíritu popular. Para García-Huidobro, su permanencia radica en que representan un momento de catarsis colectiva. “Somos un país relativamente opaco en cuanto a las fiestas.
Las Fiestas Patrias permiten que, durante varios días, los chilenos vivan una alegría compartida, una especie de carnaval que históricamente no hemos tenido”, planteó.
Actualmente, en las fondas no solo se baila cueca, sino que también se disfrutan ritmos modernos, combinando tradición y actualidad.
Miles de personas, en parques y plazas de todo el país, se preparan cada septiembre para celebrar en torno a ellas, reafirmando una costumbre que ha acompañado a varias generaciones de chilenos y chilenas.


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