En su eterno devenir, el agua de río nos
muestra el incesante curso de la vida y la transformación constante en la que
todos estamos inmersos.
El río y la civilización humana van de la
mano porque históricamente, han sido vías de comercio, actividad estratégica y
turismo. A sus orillas se levantaron civilizaciones enteras, inspirado relatos
de conquistas, poemas de amor y discursos filosóficos de los más
variados.
Algunos ríos se consideran sagrados y se
constituyen como lugares de rituales que ayudan a mantener el equilibrio y
sentido espiritual, de poblaciones enteras. Otros atraviesan ciudades y campos
para llegar, en la mayoría de los casos, hacia el mar que los atrae y es el
destino final para sus aguas llenas de una vida abundante.
También, el río funciona como un generador
socializador, como una unión étnico-social o bien, pueden ser obstáculos
geográficos, militares y fronteras entre países o poblaciones y como
asentamientos que inicia nuevas poblaciones.
En el continente americano, el río
Bio-Bio, el Orinoco, el Amazonas, el Magdalena, el Río de La Plata y el
Misisipi son algunos de los cursos de agua que han marcado la identidad
cultural y social de las poblaciones que se han asentado en sus riberas, siendo
de gran importancia para el desarrollo de la historia, de la cultura y de la
identidad territorial de las comunidades que viven en torno a ellos.
Y también, se pueden dar esos sentimientos
a través del sentido de pertenencia a un grupo o a un país que puede ser el
lugar de nacimiento, de crianza o un determinado territorio que lleva a las
personas a identificarse con sus compatriotas y con la geografía que los rodea
y que determina el carácter y la historia de las personas.
Es el caso del río Misisipi y de su
protagonismo en la novela “Lejos de Luisiana” escrita por Luz Gabás y que ganó
el premio Planeta 2022 y que combina aventura, historia y amor.
La trama de la novela gira en torno a la
historia de Suzette Girard, una joven criolla de Nueva Orleans y el turbulento
territorio de Luisiana a finales del siglo XVIII, época en el cual fue
escenario de la disputa entre españoles, franceses e ingleses por la posesión
de ese territorio.
Además, está la historia de amor entre la
protagonista e Ishcate, hijo del jefe de la tribu kaskaskia, en la cual a pesar
de que ambos siguen sus caminos, el amor que sienten los hará volver a los
brazos del otro, con el imponente río Misisipi como testigo de su pasión.
Por las páginas de la novela, pasan tanto
la historia de ese territorio, la de Estados Unidos, la de Europa, entrelazadas
con las de Suzette e Ishcate que, en esos tiempos tan convulsos, darán su
propia batalla para preservar su amor de las amenazas del mundo que les ha
tocado vivir.
Y en medio de todas esas batallas, emerge
el río Misisipi, como el camino por el que deberán transitar los personajes,
como un signo de esperanza, de volver a creer y de volver a crecer
especialmente, de aprender a cruzar a la otra orilla dejando atrás todo aquello
que a los protagonistas les impedía ser felices.
Esta novela combina historia, geografía, aventura
y el romance en la dosis justa en el argumento, lo que entrega una lectura muy
bien anclada en la historia de Luisiana.
Aun cuando la historia atrapa al lector, hay
episodios que no aportan mucho a la trama y hacen que la atención a la historia
se disperse un poco deseando que las aventuras de la protagonista lleguen
pronto a buen puerto.
Así como ningún río culmina su recorrido
siendo igual que en sus comienzos, así las personas evolucionan en un constante
fluir y transitar. Y al igual que los ríos, la vida nunca se detiene para
regalarnos la vida misma en su navegar en el camino, llenándose de
circunstancias. ¿Qué sueños y esperanzas nos conectan con la otra orilla? ¿Cuál
es el mar que nos lleva al final del recorrido?
En el caso de Suzette e Ischcate, el río
Misisipi fue el telón de fondo en sus vidas, como el paisaje de su existencia,
constituyéndose en la geografía de sus historias y en parte de su identidad.
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