Es un día para visibilizar las
desigualdades de género, exigir el fin de la violencia contra las mujeres y
reivindicar su participación plena en todos los ámbitos de la sociedad. También
es una fecha para honrar los logros alcanzados y recordar que aún hay mucho
camino por recorrer hacia una verdadera equidad.
En sintonía con esta
importante fecha, el concurso de cuentos Santiago en 100 Palabras, presentado
por Fundación Plagio y Escondida | BHP, revelará una selección de diez cuentos
escritos por mujeres.
“Estos cuentos narran las
experiencias cotidianas de mujeres enfrentando el peso de las expectativas
sociales, el acoso, la búsqueda de libertad y la resiliencia en un mundo que
constantemente las desafía.
A través de escenas íntimas y
reflexivas, revelan emociones, resistencias y pequeñas victorias en su vida
diaria, con la ciudad como telón de fondo”, expresó Soledad Camponovo,
coordinadora general de Fundación Plagio.
Las autoras seleccionadas
provienen de La Cisterna, Peñalolén, Santiago, Quilicura, Maipú, Buin,
Providencia, Melipilla, Huechuraba y Las Condes y tienen entre 15 y 67
años.
“Como Museo Violeta Parra,
junto a Santiago en 100 Palabras, realizaremos la segunda versión del Taller de
Escritura Creativa en conmemoración del 8M, un espacio valioso y necesario para
poner en manifiesto nuestras memorias y experiencias a través de la escritura,
en un entorno seguro y en comunidad”, indicó Denise Elphick, directora del
Museo Violeta Parra.
El taller de escritura
creativa se realizará el próximo viernes 7 de marzo a las 16:00 horas en el
jardín del Museo Violeta Parra ubicado en Vicuña Mackenna 37, Santiago. En la
actividad también se entregarán libros con los mejores relatos de la edición recién
pasada del concurso. El taller es gratuito y solo hay que inscribirse
previamente en este formulario.
Lee, reflexiona e inspírate
con estas historias breves para el 8M
La niña (Mención
Honrosa)
La ciudad avanza, la pena se
queda en la niña. La ciudad no sabe de la pena de la niña. La niña no recuerda
el origen de su pena, se aleja de la ciudad, de sus habitantes. La mujer ve
crecer a su hija y recuerda el origen de su pena, mira con desconfianza la
ciudad en la que crece la hija. La mujer conversa con su pena, con la ciudad y
baila con la hija. La hija no tiene penas. La ciudad progresa, quiere proteger
a las niñas.
Rosario Vial Valenzuela, 51
años, Peñalolén.
Dueña de casa
Se levanta temprano y
extrañamente no escucha a nadie. No oye a su hijo cuando le pregunta por el
desayuno ni a su marido cuando le pregunta dónde están sus zapatos.
Sale a la calle sin saludar a
la vecina y tampoco le responde al conserje que le pregunta por el niño. No
contesta el teléfono cuando suena insistentemente. Toma una micro y se baja al
final del recorrido. Luego camina cuesta arriba hasta la entrada del Panul y
sigue caminando hacia arriba. Mientras sube la montaña decide que ese día todos
se las pueden arreglar sin ella.
JC, 33 años, La Cisterna
Clientes
A veces me toca caminar tarde
por Portugal y está oscuro. Apuro el trote para llegar a Jofré. Si es un día
malo está cerrado, si es un día bueno hay una familia llorando afuera de la
funeraria o algo por el estilo. Intento pasar cerca para sentir seguridad, pero
a veces me siento culpable o egoísta de querer que haya clientes que me den un
respiro del miedo que me da caminar hacia el sur.
Camila Núñez Escalona,
26 años, Santiago.
Mujer feliz
Una «mujer feliz» cada vez que
sale siente satisfacción de sí misma. Una mujer entra al metro con la frente en
alto. Una «mujer feliz» entra a la peluquería, arregla su cabello y lleva uñas
coloridas. Una «mujer feliz» recibe a su familia con una sonrisa irreal de
muñeca Barbie. Una «mujer feliz» siempre lo está, solo lo intenta por su
familia. Pero cuando cae la noche ella llora en silencio, dejando de fingir.
Una «mujer feliz» trata de descansar por las noches para que al otro día pueda
ser una «mujer feliz» de nuevo.
Martina Gutiérrez Baeza, 16
años, Buin.
Aprendí a
ver en el reflejo de los autos
a la persona de atrás para ver si me sigue, caminar sin audífonos para escuchar
los pasos, memorizar rápidamente las patentes de los autos,
dejarme crecer las uñas como
garras, ponerme las llaves entre los dedos. Aprendí a avisarle a mi amiga que,
por suerte, ya llegué.
Martina Olmedo Soto, 15
años, Quilicura.
La señora del aseo
Había viajado a cuidar a mi
madre. Ya de vuelta caminé por Argomedo arrastrando la maleta. Toqué el timbre.
Mi marido me esperaba. Con un poco de vergüenza me dijo: «Disculpa, la señora
del aseo no ha venido». Toqué el polvo sobre los muebles. Vi la canasta con
ropa sucia. Me detuve ante los platos y sobras. Entré al baño. En el espejo
inmundo estaba mi cansancio. Tomé mi maleta y caminé por Argomedo, en sentido
contrario.
Ana María Devaud
Oberreuter, 67 años, Providencia.
Pimienta
Más que para dar sabor, para
caminar de noche.
Marina Vega Cornejo, 28 años,
Maipú.
Alerta
Voy en la micro sentada junto
a la ventana con los audífonos puestos, pero con el volumen apagado. Alguien se
sienta a mi lado, me tenso. Miro de reojo y suspiro aliviada: es una mujer. Le
doy play a la música.
Ana Mardones Quintana, 22
años, Melipilla.
Me quiero
libre
A media cuadra tras haber
salido de mi casa me gritaron. Dos cuadras más allá un auto paró y desde ahí
también me gritaron. Me subí en Santa Ana y sentí cómo unas
manos rozaron mi pantalón. Me
bajé en Baquedano y vi cómo alguien miraba mi pecho. Fue un 8 de marzo, día en
el que más que nunca empiné mi pancarta: “Me quiero libre”.
Fernanda Pérez Lagos, 20 años,
Huechuraba.
8M
Le tomó las manos y le dio un
beso en la mejilla. Miraba emocionada las noticias por la tele chiquitita que
había en la cocina. Dio un respingo cuando se dio cuenta de que era la primera
vez que no le pedía a su hija que se cuidara.
Josefina Onetto Nova, 20 años, Las Condes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario