De una u otro forma, la creación de la historia de un
país, requiere de la construcción de innumerables mitos, buscando responder a
preguntas que se hace la realidad al buscar un relato irreal, con el objetivo de
influir en su cotidianeidad y en el futuro de la sociedad donde nace y que pasa a
formar parte de ella.
En su artículo, “Chile: las condiciones de la
democracia (Nueva Sociedad Nro. 140 noviembre - diciembre 1995, pp. 4-11), el
profesor Tomás Moulián explica que “la admirada estabilidad chilena, consistía
en que la frecuencia de las guerras civiles o de los golpes militares, era menor
que en otros países de América Latina y que en las interfases, existía una alta
gobernabilidad.
Especialmente, desde la década del 30 se vivió el largo
período intermedio de orden como si fuera perpetuo, elevando esa situación a la
categoría de aspecto consustancial de la tradición chilena.
Ni siquiera, la estructura polarizada del sistema de partidos y las complejas articulaciones de fuerzas que de ello resultaban, constituyeron señales de advertencia.
Ni siquiera, la estructura polarizada del sistema de partidos y las complejas articulaciones de fuerzas que de ello resultaban, constituyeron señales de advertencia.
Lo que unificaba a una élite, profundamente dividida
en otros aspectos, era la ilusión optimista de que Chile, constituía un ejemplo
democrático en un continente bárbaro.
Obnubilados por la ideología del progreso, se creyó que, desde 1891 y finalizado el período de las «masacres» obreras, nuestras costumbres políticas se habían definitivamente civilizado.
Obnubilados por la ideología del progreso, se creyó que, desde 1891 y finalizado el período de las «masacres» obreras, nuestras costumbres políticas se habían definitivamente civilizado.
Esa ilusión, estaba basada en la larga estabilidad de
un orden constitucional democrático que, en una América Latina básicamente
cambiante, duró entre 1932 y 1973, permitiendo espacios a múltiples formas de
reformismo.
Consiguió labrarse un prestigio de democracia avanzada
sobre la base, de la eficacia de un sistema partidario que realizaba decisivas
funciones de intermediación política y del hecho, que las reglas de
procedimiento político fueron aceptadas por todas las fuerzas significativas incluidos, los partidos autodenominados obreros o populares”.
Esta es la tesis, que Elizabeth Subercaseaux plantea
en el segundo tomo de la saga que comenzó con la publicación del libro, “La
patria de cristal”.
Es así como la “Patria estremecida”, publicada por
editorial Catalonia, se convierte en una novela histórica que recorre el siglo
XX, desde los primeros días del 1900 hasta el fin de la dictadura de Pinochet a través de un relato, que atrapa la atención del lector hasta la última página,
reconstruye hechos y personajes que marcaron el siglo recién pasado en Chile.
Presidentes, políticos, artistas y líderes
intelectuales que vivieron este convulsionado periodo están presentes en carne
y hueso.
Recabarren, Alessandri Palma, Ibáñez del Campo,
Aguirre Cerda, Frei Montalva, Allende y Pinochet. Gabriela Mistral, Iris
Echeverría, Elena Caffarena, entre otros, son los protagonistas de esta novela
histórica.
“Chile, fue un país estremecido no solo por los terremotos
horrorosos que padecimos durante el siglo XX, sino que por temblores políticos
salvajes que terminaron con el máximo estremecimiento, de una dictadura militar
de diecisiete años, generada con un golpe sangriento y con muertos flotando en
el Mapocho”, reflexiona Subercaseaux.
En este libro, Elizabeth Subercaseaux nos lleva al
convulsionado Chile del siglo XX, combinando magistralmente la ficción y la
historia, siglo de la construcción de la identidad política chilena.
Es así, como la ficción se transforma en parte activa
de la realidad creando, una relación mucho más cercana, de diálogo y de
pensamiento con el lector en un relato, donde la realidad y la ficción se
afectan, modifican y se transforman, cobrando vida propia hasta la última
página del libro.
Lo bueno de este libro, es que el juego entre realidad
y ficción literaria no se percibe porque los personajes, tienen autonomía
literaria transformando esta novela en una especie de pasillo de espejos, en la
cual, los personajes se fusionan en la narración con una superposición de voces,
tiempos y planos.
Lo anterior, porque entre los hechos históricos que
sirven de base a la novela y el lector, está la escritura que selecciona,
organiza y modifica la realidad que logra, que el lector no se cuestione si lo
que está leyendo es verdad o no.
Con admirable destreza, hace que el lector se haga
parte de una serie de hechos que tiene sus primeras manifestaciones, en un
régimen parlamentario decadente y las últimas, durante el esperanzador triunfo
del NO en el plebiscito que puso fin a la dictadura militar.
En este periodo Chile se estremece, reiteradamente,
aunque con distintos grados de intensidad, al verse enfrentados los anhelos
libertarios, con un conservadurismo de afán restaurador.
“Quise escribir una historia de Chile mucho más
entretenida y menos árida de las que estamos acostumbrados a leer. Todos los
acontecimientos, que aquí están narrados, efectivamente ocurrieron y sus
protagonistas también existieron. El único recurso de ficción que utilicé para
hilvanar las historias, es una familia de clase alta cuyos miembros se van
relacionando con los personajes reales y son testigos, de lo que va
ocurriendo”, explica la autora.
Como resultado de la pormenorizada investigación
histórica que sostiene el relato, se constata la reiterada presencia
de estas fuerzas antagónicas, encarnadas en Alessandri Palma, Recabarren,
Ibáñez, Iris Echeverría, Gabriela Mistral, Aguirre Cerda, González Videla, Frei
Montalva, Allende, Pinochet, entre otros.
Junto a estos personajes, reconocibles por sus nombres,
sus hechos y un agudo registro de sus perfiles sicológicos, encontramos también
otros, ficticios, pero no de menos importancia, vinculados a la historia y
sus protagonistas, que generan o padecen igualmente los estremecimientos que
tocan a la patria. Constituyen el pueblo, visto sin dejar en el olvido, a
ninguno de sus estamentos sociales.
Los hechos y los escenarios, narrados con voz ágil y
amena, comparten la palabra con sus personajes, multiplicando las voces de una
época que, su continuo dramatismo, no quedará en el olvido.
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