La serie de máquinas, fabricadas entre
fines del siglo XIX e inicios del XX, constituye un valioso testimonio de la
historia de la escritura y la evolución de las comunicaciones.
Cada vez es menos común el ejercicio de
escribir “a mano”. Teléfonos, computadores, tabletas y otros dispositivos
traducen, en segundos, el pulso de nuestros dedos al teclado en palabras,
reemplazando la letra manuscrita.
Sin embargo, para que esto fuera posible
existió un paso previo: la máquina de escribir. Este invento -cuyo primer
aparato realmente funcional fue creado en 1872 por el estadounidense
Christopher Sholes- supuso una revolución en las oficinas de todo el mundo pues
aceleró el trabajo manual y con ello la velocidad de las comunicaciones, de una
forma sin precedentes hasta entonces.
La máquina de escribir es una bisagra
-valga la analogía mecánica- para lo que vendría posteriormente, sin contar con
su valor estético y de diseño.
Así lo consideró la familia Weissenberg
Guasch, que acaba de entregar en comodato a la Corporación Cultural de Las
Condes la colección de máquinas reunida por su abuelo, Harry Weissenberg
Stiebel, para su exhibición pública.
Por ello se habilitó un espacio en la Biblioteca
del Centro Cultural Las Condes, para que sus usuarios y visitantes puedan admirar
estas extraordinarias piezas, que dan cuenta de la historia de la escritura y
la evolución de las comunicaciones.
El conjunto está integrado por máquinas fabricadas
entre fines del siglo XIX e inicios del XX, en su gran mayoría en Estados Unidos,
algunas de uso masivo u otras más peculiares, como la Junior portátil de 1907,
con el teclado más pequeño del mundo.
O una Blickensderfer de 1897, que supuso
un gran adelanto para su época pues llevaba un tampón que entinta los tipos, en
lugar de carretes de cinta y la popular Royal Standard, que en 1910 causó furor
con su teclado formado por cuatro hileras con doble tecla shift.
Periodistas, como el propio inventor
Christopher Sholes; hombres de negocios, como Thomas Alva Edison, y escritores,
como Mark Twain, fueron los primeros en rendirse a las máquinas de escribir.
Luego lo hicieron todos sus contemporáneos, como la reina Victoria, quien,
aunque se escandalizó la primera vez que leyó un texto mecanografiado, terminó
incorporando la herramienta a su administración.
Ya en 1959, un importante jurado escogió
la máquina de escribir Lettera 22, de la marca italiana Olivetti, como el
"mejor producto de diseño de los últimos 100 años". Sin embargo, en
la década de los 80 sería irremediablemente reemplazada por el procesador de
texto del computador.
Harry Simon Weissenberg Stiebel, alemán de origen judío, llegó a Chile en 1939, huyendo de los horrores de la Segunda Guerra Mundial. En la década de 1960 formó una empresa, con dos locales ubicados en la Galería Alessandri, cuyas vitrinas decoró con las piezas que hoy son parte de la exposición.
Tras fallecer en 1975, su hijo Jorge se hizo cargo
del negocio, hasta que ambos locales cerraron a mediados de los 90. Desde
entonces las máquinas permanecieron guardadas y recientemente fueron
descubiertas por Andrea y su hermano Matías, nietos del coleccionista.
La exhibición comenzará a partir de
octubre en la biblioteca del Centro Cultural Las Condes
(Apoquindo 6570 – 22 896 98 20) y podrá ser vista de lunes a viernes, 9:15 a
19:00 horas. (Cerrado por sanitización 13:30 a 15:00 horas). La entrada es liberada sólo con Pase de
Movilidad habilitado. Es un proyecto patrocinado por Ley de Donaciones
Culturales.
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