Los seres vivos parecen sentir una aversión espontánea
por la incertidumbre: para sobrevivir necesitan distinguir clara y rápidamente
entre lo bueno y lo malo, los amigos y los enemigos, el peligro y la seguridad.
De ahí la existencia en el cerebro de los mamíferos de
estructuras, como la corteza cingulada, que actúan como detectores rápidos de
incoherencias en relación a lo conocido y previsible. Por tanto, las
incertidumbres se perciben como un riesgo potencial y activan alertas de
estrés.
A los humanos nos gusta tan poco la incertidumbre
porque somos los animales anticipadores por excelencia. La necesidad de controlar
el medio, la previsibilidad y la seguridad no la aplicamos solo al presente,
sino también al futuro. «Hoy estoy bien, ¿pero mañana?». Sin embargo, la vida
está hecha de certezas frágiles y transitorias. Entonces, ¿cómo lograron
sobrevivir nuestros antepasados hasta llevarnos a nuestros días?
La adversidad siempre vuelve, la incertidumbre siempre
vuelve. ¿Qué hacer? ¿Esperar pacientemente como sugería Musset? Tal vez no,
pero sí aprovechar la crisis actual y las venideras para replantearnos nuestro estilo
de vida. En primer lugar, aceptando la incertidumbre y la adversidad inherentes
a toda vida humana. No se trata de aguantar, sino de fortalecerse. La
adversidad y la incertidumbre son la norma, por tanto, conviene aceptarlas y
prepararse sin renunciar a saborear la vida.”.
Ahora bien, la crisis que se ha vivido a raíz del
CODIV-19, ha obligado a las personas y a la sociedad a asumir la tarea de
comprender que las soluciones vienen de la enorme capacidad de los seres
humanos de incorporar la incertidumbre en las rutinas, relaciones y prioridades
que da como resultado la transformación de las personas y de la sociedad
En ese contexto, una de las herramientas que se
utilizó fue el arte que ayudó a soñar, imaginar y crear transformándose en
refugio, liberación, reflexión, que nos ha transportado, envuelto atrapándonos
para regalarnos armonía y felicidad sacándonos de una realidad que nos agobia.
Publicado por Ediciones Abierta, un ejemplo de lo
anterior es la publicación del libro “Hacer de la caída un paso de danza. ¿Qué pueden aprender las
organizaciones de la pandemia?, que contiene las reflexiones de Eugenio
Tironi, publicadas en diversas plataformas durante el período de 2020 en el que
Santiago estuvo bajo cuarentena.
Son comentarios que, en su mayoría, giran en torno al
impacto de la pandemia del COVID-19 sobre la sociedad, las organizaciones y el
liderazgo.
Se trata de palabas y notas emitidas sobre la marcha,
que se presentan en el estricto orden en que fueron difundidas y con mínimas
correcciones y que muestran la evolución del estado de ánimo del propio autor,
que seguramente no estuvo alejada de la atmósfera subjetiva de la sociedad en
su conjunto.
“A través de las publicaciones de Ediciones Abierta
buscamos sistematizar distintos aprendizajes que hemos obtenido a partir de los
proyectos y reflexiones de los cuales hemos sido parte, buscando aportar una
mirada diversa ante fenómenos sociales complejos y transversales”, afirma
Macarena Manzur, gerente general de TIRONI.
Por otra parte, en el artículo “el arte en tiempos de
pandemia” escrito por Aurora García para la revista digital Líder Empresarial,
se expresa que “en el arte se ven reflejadas las preocupaciones e inquietudes
tanto de una generación, como las que incumben al mundo personal e íntimo;
gracias a él es posible la comprensión del ser, que se ve o crea a sí mismo.
Tanto el que crea como el que consume arte están en
constante diálogo y es por eso que ocurre la transmisión de ideas, pensamientos
o hechos a partir de obras que toman el título de “arte”. En época de pandemia
esta disciplina ha cobrado relevancia, no más que la científica, puesto que no
nos salvará del coronavirus, pero sí de sus posibles represalias a nivel mental
o espiritual.
Por lo tanto, el arte en época de pandemia juega un
papel importante, no como mero entretenimiento, sino como un espacio en el que
pueden confluir la desesperación, la tranquilidad, el horror y el amor, un buen
mecanismo de retratar el mundo que da paso a la catarsis de emociones, que
ayuda, además, a comprender mejor la situación; que posiciona al individuo a
desarrollar criterio y ver sus inquietudes fuera de sí mismo”.
Durante los ciclos de confinamiento y
desconfinamiento, el arte ha proporcionado una vía de catarsis que ha permitido
a los escolares la reflexión. Los niños carecen de mecanismos conceptuales
abstractos, no disponibles hasta la adolescencia. En cambio, la expresión
artística es muy intuitiva.
Los juegos se refugian en el interior, y el arte
libera, extrae las voces que resuenan en ese interior. Dibujar,
interpretar músicas y danzas, componer cuentos y poesías, actuar en entornos
académicos, en esas escuelas ralentizadas por los confinamientos… Todo ello
representa un camino mágico para aprender a vivir.
Tal como expresó el poeta lusitano Fernando Pessoa,
De todo quedaron tres cosas:
la certeza de que había que seguir
y la certeza de que sería interrumpido antes de
terminar.
Hacer de la interrupción un camino nuevo,
hacer de la caída, un paso de danza,
del miedo, una escalera,
del sueño, un puente,
de la búsqueda, un encuentro.
Eugenio Tironi es Doctor en Sociología por la
Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (París). Es miembro de número de
la Academia de Ciencias Sociales, Políticas y Morales del Instituto de Chile.
Ha sido profesor universitario en Chile y en el extranjero. Es autor, coautor y
editor de más de treinta libros y columnista regular del diario El Mercurio.
Fundador y presidente ejecutivo de la consultora TIRONI.
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