El calentamiento
global no solo ha preocupado a los científicos por los efectos que puede tener
en el ámbito ecológico. También ha permitido, a través del retroceso de los
glaciares, que otras disciplinas vean un campo fértil para sus inquietudes.
Es el caso
de la paleontología, con los fósiles que van quedando al descubierto, y también
de los estudios relacionados con la formación del suelo, como el liderado por el
Dr. Francisco Matus Baeza, de la Universidad de La Frontera (UFRO).
Uno de los
principales objetivos de su proyecto es ver cómo el incremento de la
temperatura afecta las pérdidas de CO2 y carbono orgánico de los suelos recién
formados tanto en superficie como en profundidad.
El estudio
también permitirá conocer la influencia de la materia orgánica en este proceso y
los mecanismos involucrados en el secuestro de carbono. Es probable que con el incremento
de la temperatura en la Antártica, la frecuencia e intensidad de la
descomposición de los reservorios de carbono orgánico del suelo (liberado como CO2)
aumente, en desmedro de la formación del suelo.
Gracias al
esfuerzo realizado por el Instituto Antártico Chileno (INACH), muchos proyectos
pudieron continuar sus trabajos de terreno en el Continente Blanco en una
temporada particularmente compleja por los diversos factores que han afectado
al país y al mundo. Es el caso de la iniciativa dirigida por el Dr. Matus.
En la LVI
Expedición Científica Antártica (ECA 56), su equipo de terreno estuvo encabezado
por el doctorante Francisco Nájera (investigador del Laboratorio de
Conservación y Dinámica de Suelos Volcánicos, de la UFRO, y de la Facultad de
Ciencias Agronómicas de la Universidad de Chile) y Valentina González
(estudiante de Recursos Naturales, UFRO), quien estuvo trabajando con ellos
durante el año en otras salidas a terreno y en laboratorio, a quienes se sumó
un invitado internacional: el Profesor Yakov Kuzyakov.
Para
Nájera, la importancia de hacer el estudio en Antártica se debe a que “aquí hay
una baja influencia antrópica (humana), es decir, son ecosistemas prístinos que
representan las condiciones iniciales de la formación de los suelos a partir
del retroceso de los glaciares, tales como el efecto de la temperatura que
opera directamente sobre las rocas.
Luego, a
través de la sucesión ecológica de organismos como líquenes, musgos, plantas y
microorganismos, se generan las condiciones apropiadas para su formación”.
El
Profesor Yakov Kuzyakov es un científico de las Ciencias del Suelo de la
Universidad de Göttingen, Alemania, especializado en los procesos bióticos y
abióticos que inciden en su formación. Él trabaja con radioisótopos,
especialmente con carbono, nitrógeno y fósforo, que son los elementos más comunes
del suelo y que constituyen una parte esencial de bacterias, hongos y otros organismos
superiores. Los isótopos indican el origen del carbono que se está consumiendo.
Kuzyakov se
unió a este proyecto gracias a otra iniciativa con colegas chilenos y alemanes
en la parte norte de nuestro país relacionada con los efectos del clima y la
vegetación en la formación del paisaje terrestre.
Para él, “la
Antártica es un lugar como no hay otros en el mundo, es único, porque aquí el
suelo está comenzando a ser formado. En la mayoría de los lugares, el suelo ya se
formó hace cientos de miles de años y hoy sufre las consecuencias de una
degradación severa. Aquí podemos ver cuán rápido o lento el suelo se forma.
En
resumen, estamos investigando las etapas iniciales de este proceso, porque teniendo
este conocimiento podríamos mitigar la degradación de los mismos a causa de la
presión del ser humano”, afirma.
Según el
Dr. Matus, su proyecto “Efecto de los ciclos de descongelamiento y
congelamiento sobre el secuestro de carbono (C) a lo largo de gradientes de
desarrollo del suelo formados por el retroceso de los glaciares en la Antártida
marítima (isla Rey Jorge)”, financiado por el INACH, ha dado pie también para
estudiar otros fenómenos como la excesiva liberación de hierro (Fe) que deja el
retroceso de los glaciares.
El hierro
en el suelo gatilla otros procesos abióticos tales como la degradación de la
materia orgánica que, junto al incremento de la temperatura, intensificaría aún
más las pérdidas de las reservas orgánicas originales.
En la primera
campaña, en la ECA 55, este equipo recorrió distintos lugares de la península
Antártica muestreando distintos tipos de suelos. Fue una prospección en la que se
obtuvo información biológica y química y también algunos componentes físicos,
pero lo más importante fue detectar el carbono presente y ver si está asociado
a los contenidos de minerales o se encuentra solamente en las capas superiores
de suelo.
En tanto,
en esta temporada “recorrimos los mismos sitios, pero también visitamos nuevos lugares
para hacer comparaciones entre suelos de mayor o menor altitud dentro del
paisaje o más cerca o más lejos del glaciar, y cómo estas diferencias inciden
en los procesos de formación y la capa denominada permafrost”, comenta
Nájera.
El
permafrost es una capa congelada del suelo en profundidad con funciones
importantes como preservar el carbono y otros nutrientes. Si dicha capa se
pierde por efecto del calentamiento global, sería un indicio grave de
degradación del ecosistema.
El glaciar
Collins está a media hora de navegación en bote desde la base científica
“Profesor Julio Escudero”, donde el equipo montó su centro de operaciones. Ahí
se puede encontrar una población de plantas y musgos que han sido estudiadas
extensamente por investigadores del Programa Nacional de Ciencia Antártica. En
esta temporada fue particularmente visible el retroceso que ha tenido el
glaciar en una de las bahías.
Allí el grupo de Matus recogió sedimentos sobre
rocas a distintas altitudes, unas sobre las morrenas, otras que estaban cerca
de la playa y algunas arrastradas por el glaciar para saber, si existe relación
con los minerales existentes que ya se encuentran en el suelo o los que vienen
recién saliendo, de las enormes masas de hielo como el hierro.
Por otro
lado, en la isla Ardley es posible encontrar ornitosoles, suelos con
asentamientos de aves, pues ahí existe una numerosa colonia de pingüinos.
“Por la
alimentación de las aves y sus desechos hay altos contenidos de fósforo que lo
podemos asociar isotópicamente a su fuente, por ejemplo, algas o peces y ver
cuánta firma isotópica hay en las muestras de suelo que se analizarán.
Mientras
menor o mayor sea la firma isotópica, se puede inferir si el suelo es más joven
o más viejo. Por eso queremos diferenciar y ver también si podemos en algún
caso estimar las tasas de erosión y formación del suelo”, concluye Nájera.