En su versión literal, impunidad significa
ausencia de castigo. En primer lugar, existe impunidad cuando las víctimas y la
sociedad, no alcanzan a conocer la verdad sobre la extensión y las razones de
los abusos que han sufrido.
La impunidad implica que la justicia ha
fallado en sus principios, que se ha dejado a los criminales sin un castigo y
manda a la sociedad un mensaje de que el castigo penal es solo una remota
posibilidad.
En el libro “Crónicas Vedadas”, escrito
por Mónica Echeverría y publicado por Editorial Catalonia, se relatan seis
relatos históricos en distintas épocas, distintos momentos políticos y sociales
que están unidos por el hilo conductor de la culpa de crímenes atroces.
La autora llama a estas crónicas “vedadas”
porque, a pesar de corresponder a sucesos reales, no aparecen en los textos de
historia y si lo hacen, están truncados, como si no quisiéramos que hubiesen
sucedido y fueran manchas nauseabundas que debiéramos ocultar.
Sin embargo, esas historias son parte de
nuestro pasado en el cual, mujeres y hombres reales que, por causas complejas e
intrincados caminos de historia, han pasado a ser héroes, santos o bestias, sin
que exista claridad sobre dónde comienza el hombre real y comienza la fábula.
Estas crónicas, se nos presentan como una radiografía a una sociedad que
pretende que sus privilegios estén más allá del bien o del mal.
Junto con el prestigio social, las elites
van formando redes sociales, políticas, económicas, militares y eclesiásticas
que les permitían alternar posiciones en estas áreas.
En
el estudio, Redes de poder y sociabilidad en la élite política chilena. Los
parlamentarios 1990-2005., escrito por Vicente Espinoza se establece que “la
cohesión aparece cuando la movilidad social, encuentros sociales, matrimonios
cruzados, educación establecen vínculos entre sus miembros (Scott 2008). La
existencia de estos vínculos tiene consecuencias para la conformación y
características que posea la élite en cuanto a su conciencia de tal y su
capacidad de acción conjunta”.
Una venganza realizada en el Santiago
colonial; un oscuro secretario cuyas intrigas provocaron el asesinato de Manuel
Rodríguez y de los hermanos Carrera; un general de la república es la mano que
ejecuta la matanza de la escuela Santa María en Iquique; el asesinato de una
familia en un tradicional fundo de Chicureo; un connotado obispo chileno con un
oscuro pasado como prefecto de Investigaciones y uno de los implicados en el
caso Prats vive con el abandono y traición de sus pares son algunos de los
temas que trata este libro.
El hilo conductor de todos estos relatos,
es que nunca se supo quién o quiénes fueron sus autores materiales o
intelectuales de manera certera. Solo sospechas o bien, aunque se sabía quién
lo había hecho u ordenado hacer, nunca se contó con las pruebas concretas que
inculparan a los sospechosos.
La impunidad de las elites está
básicamente construida porque las redes familiares son verdaderas estructuras
de poder con una gran capacidad de alianzas matrimoniales y de negocios,
fundando un mundo de relaciones políticas, económicas y culturales en el cual,
tal como afirmara Francisco Sánchez-Montes González en su libro “Familias,
élite y redes de poder cosmopolitas de la monarquía hispánica en la edad
moderna”, desde la Edad Media Moderna la estirpe y el linaje definían la
posición de los individuos en su comunidad y configuraban tanto su mundo de
relaciones políticas, económicas y culturales, como sus fuentes de riqueza,
lazos de solidaridad y estrategias de ascenso y marcaran las pautas de
comportamiento y articularon un imaginario de valores que el conjunto de la
sociedad aceptó, asimiló y trató de mimetizar sin reservas”.
En el libro, la autora mantiene esa
incertidumbre sobre la inocencia o culpabilidad de los protagonistas de la
historia e incluso, mostrando la vulnerabilidad de los privilegios de los
miembros de la elite ante la necesidad imperiosa de mantener la posición
económica, social o política.
Por otra parte, no es una situación que se
dé solamente en Chile porque la legalidad en América Latina es la debilidad de
la ley.
Según Alberto M. Brinder “esta frase que
parece dramática o exagerada (y, sin duda, su formulación es excesiva) deja de
parecerlo cuando nos enfrentamos a un sinnúmero de acontecimientos cotidianos:
normas claras, clarísimas, de nuestras Constituciones que son incumplidas sin
mayor problema, derechos elementales que son considerados meras expectativas o
utopías sociales (cláusulas programáticas), abusos en las relaciones sociales
que contradicen normas indubitables de la legislación común, ilegalidad en el
ejercicio de la autoridad pública, privilegios legales o administrativos irritantes,
impunidad generalizada y otras tantas manifestaciones similares que cualquier
ciudadano común no tendría ningún problema en enumerar o le alcanzaría con
repetir simplemente los dichos populares que expresan la profundidad del
descreimiento social en el valor de la ley.
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