viernes, 29 de noviembre de 2024

Carne y arena para un diplomado de Microcuradurías

Para hablar del diplomado se hace fundamental entender que, si bien se concibe desde la singularidad de una práctica individual, se apuesta por un trabajo colectivo, ya que se forjan alianzas, se conocen personas, se solidifican amistades, se viaja a lugares llenos de memoria y de sentido.

Cobra interés el marco en el que está construido: desde la marginalidad, como su nombre lo dice, porque se asume un estado del arte que se hace en escenarios divergentes, que trabaja desde otras sensibilidades, y que también despliega una crítica a un arte tradicional.

Desde este sentido, el módulo en que participé integra a la curaduría una pregunta por el cuerpo, no solo en la mirada de cada uno, sino como un cuerpo que deviene en la relación con el espacio, el tiempo, el otro, la otra y lo otro.

La posibilidad de reunirnos permitió exponer las carnes, aunque fuese difícil, en orden de que sean atravesadas por otros significantes que promuevan la capacidad de deshacer un mundo al que hemos validado como el verdadero e implementar otras maneras de decirnos, pensarnos y sentirnos.

Dice Deleuze que el arte es un llamado a un pueblo que no existe todavía y desde allí, construir mundos alternos. Esa capacidad de creación es, según el autor francés, un acto de fabulación, el cual funda una lengua menor, un acto de habla que se opone a un sistema (como lengua mayor y dominante) que coarta la vida.

El encuentro de los participantes, sus reflexiones, gestos, palabras y sensaciones posibilita una comunidad, en el sentido en que la gente se reúne porque necesitamos la interacción, puesto que la presencia del otro puede ayudar a que se afiance el saber propio.

La comunidad de la que hablamos sería una potencia creadora, o sea una potencia virtual, la cual no tiene que ver con lo que se entiende actualmente (el mundo del Internet). La virtualidad que se plantea es un concepto antiguo, trabajado en la filosofía bergsoniana. Para Bergson, el instinto creador que busca lo comunitario es virtual.

Es un asunto doble; por un lado, hay un ligamiento a lo real, y por otra parte hay una potencia creadora que está en lo real, pero que no es actual. No obstante, puede volverse actual en la medida en que esa potencia genera un acontecimiento, que en el caso que nos ocupa puede ser del orden del arte.

La inteligencia, según Bergson, está volcada hacia las percepciones, que están siempre presentes, o también hacia esos constructos que generan la imagen-recuerdo. Pero hay un desliz entre la inteligencia y su producción de instrumentos con los cuales se acomoda a una realidad. Este desliz hace surgir una imagen virtual que opera sobre lo que la instrumentalidad de la inteligencia no alcanza.

Esta imagen virtual, dada la explotación de la imagen-tiempo sobre la verdad, es una dehiscencia de la palabra que se disjunta de la imagen visual y cobra una potencia inusitada de fabulación, como reacción defensiva de la naturaleza contra el poder disolvente de la inteligencia (Barragán, 2012).

Nos han vendido un plano seguro que nos impide ver más allá, de placeres que se esfuman porque no son productos de un deseo colectivo, sino de una imposición que creemos que nos hace libres.

Y el pueblo, en esa carrera a ninguna parte, busca de nuevo un arte menor, que no se edifica bajo los estándares de la producción, sino que se teje en la palabra de aquellos que han sido vulnerados. Ese arte menor, esa comunidad virtual es el ejercicio político del arte, del juego, de la fiesta y del símbolo.

En la primera sesión presencial de mi asignatura, El cuerpo. El yo como soporte, se hizo un ejercicio de reconocimiento corporal, para plantear un diagnóstico de cómo nos relacionamos con el cuerpo propio y con el del otro. Muchos hablaron de su timidez con relación al toque del otro, incluso al toque propio.

Esto nos lleva a pensar en la necesidad de los ejercicios corporales. Dice la colombiana Zandra Pedraza que es urgente pensarnos desde el cuerpo, para poder construir relaciones más sanas.

En las otras sesiones se viajó al ecoparque Ecorayen. Allí hicimos recorridos para habitar y escuchar el lugar, y planificar una acción que integrara el cuerpo, el mar, la montaña, el desierto, la arena y el reciclaje.

Ello nos llevó al sonido, al ritual, al dibujar, al fuego, y pudimos encontrar entre todos un gesto que consistía en trazar dibujos en la arena con palos, y al hacerlo crear un sonido, una danza y un relieve, para luego encontrarnos en un punto del ecoparque y desde allí invitar a todos a prender el fuego.

Espontáneamente se crearon cantos, palabras, danzas y conjuros. Fue muy hermoso entendernos no desde una palabra con sentido, sino desde el sonido, el movimiento y el otro (otra).

Más allá de un resultado final, se asume un acontecimiento artístico como un gesto colectivo que tiene el carácter de efímero, pero que provoca en ese instante un agenciamiento para encontrar otras pieles, y generar la capacidad de olvidarse de sí mismos. Borrar lo que nos separa y armar máquinas de vida que se oponen a las máquinas de guerra.

 Dice Manuel Delgado (1999) que en la fiesta se olvida la propia identidad, para crear una alianza comunitaria, al estilo que lo plantea Henri Bergson, es decir, la capacidad de deshacer la identidad como eso que nos pertenece y dejarnos ser del mundo, pertenecer al mundo, olvidarnos en el mundo.

Por eso, en este caso, un arte de resistencia no se trata de resultados, o de objetos o de belleza. Se trata de estar juntos en un acto, en una acción que se genera desde lo colectivo. Ese pueblo, desde la marginalidad, se convierte en una apuesta ética y política que recoge una estética expandida y se impone sobre una estética tradicional.

El arte mirado desde este lugar ya no se soporta en objetos, sino en afectos, en potencias. Dice la profesora Beatriz Bernal en una conferencia sobre Deleuze y la Lógica de la sensación, que el arte no muestra el objeto, sino la potencia del objeto, la capacidad de ir más allá, de entender las fuerzas de la vida y plasmarlas en un lienzo, en el cuerpo, en un papel o en un instrumento musical.

Esta fuerza o potencia son los bloques de afectos, preceptos y sensaciones que ya no trabajan sobre el calco del objeto, sino que rompen la representación como copia de la realidad, para crear otro sentido que no es el dado a priori.

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