WALTER GARIB
Cualquiera al ver que el hombre llevaba una torta en su
envoltorio, iba a suponer que alguien estaba de cumpleaños. En su gozosa
expresión se advertía las ansias de arribar pronto al hogar. Al momento de
cruzar el puente Pío Nono sobre el río Mapocho, miró hacia el cauce. Dos niños
harapientos que se calentaban al fuego y en una lata de conserva hervían agua,
a gritos le pidieron una moneda.
Se detuvo. Llovía y el invierno avanzaba. Caían las hojas
alfombrando los caminos del Parque Forestal. Bajo el paraguas protegía la
torta. ¿Acaso era responsabilidad suya la desgracia de esos chicuelos que
vivían bajo el puente? Culpa de la sociedad, incapaz de resolver las
injusticias. ¿Quién no las sufre? Pensaba en su torta y sentía ansias de
comerla ahí mismo. Al momento de comprarla, donde a menudo bebía café con
amigos, quiso con el dedo probar el manjar que desbordaba. Se contuvo. Debía
llegar a su apartamento situado frente al Parque Forestal, a la hora del té.
El tráfago de la ciudad que no duerme; las bocinas, el
clamor de las ambulancias, el ulular de las sirenas de la policía, creaban a su
alrededor un descomunal bullicio. Santiago palpitaba con frenesí en medio de la
lluvia. Él pensaba en la torta. Su dulzura le permitiría paliar las desgracias
de la ciudad donde había nacido. En otro barrio lejos de ahí, donde se amanece
y se anochece con la miseria.
Al final decidió lanzarles unas monedas a los niños, porque
se sentía cómplice de su desgracia. Prosiguió su camino esquivando la lluvia,
las pozas de agua sembradas por doquier. Desde que vivía en el sector, por
primera vez había enfrentado una realidad como aquélla. En infinidad de
oportunidades cruzó el puente a distintas horas, sin embargo, sólo en esa
ocasión encontraba niños ahí. De seguro, siempre los hubo, pero él no había
querido verlos.
Se introdujo en el ascensor junto con una señora que residía
en el mismo piso. Se saludaron y él le preguntó si cruzaba por el puente Pío
Nono en algunas ocasiones. Ella se encogió de hombros, como si responder podía
comprometerla o perturbar su vida.
—Le pregunto señora, pues acabo de ver niños harapientos
bajo el puente.
—Siempre los ha habido, vecino. ¿O usted no lo sabía?
—e hizo un gesto de indiferencia.
Al bajar ambos del ascensor, él comentó que la lluvia se iba
a prolongar hasta la noche, y ella movió la cabeza como quien duda de la
noticia. Se separaron, mientras él buscaba la llave en el bolsillo de su
chaqueta y ella hacía lo propio en su bolsa de mano. En tanto introducían la
llave en las chapas de apartamentos adyacentes, se miraron como si fueran dos
desconocidos, aunque por cortesía sonrieron.
—Hoy es mi cumpleaños, vecina —se atrevió a comentar y le
mostró la torta, trofeo de caza mayor si lograba convencerla.
Ella, acostumbrada a los saetazos donde concurría, porque
aún administraba atributos de hembra apetecida, realizó un gesto ambiguo con la
boca. Empequeñeció los ojos, como si la velada invitación le hubiese seducido.
Igual se volvió a defender utilizando sus mohines, destinados a protegerla.
El hombre demoró en abrir la puerta. Después de lanzar una
última mirada al pasillo donde no había nadie, ingresó a su apartamento. Como
de costumbre olía a encierro de nostalgia. Puso la torta en el centro de la
mesa del comedor. En medio del silencio, desprovisto de comensales, lucía como
en otros cumpleaños, cuando con su mujer e hijos, compartían en esa fecha.
Entre risas y parabienes lo felicitaban y él se vanagloriaba
de disponer de una familia modelo. Su mujer había fallecido hacía años y los
hijos se desperdigaban en busca de su propio destino. Se despojó del sobretodo
y lo puso en el respaldo del sofá y llevó el paraguas a la cocina.
En un armario buscó unas velitas de distintos colores y las
embutió en la torta. Necesitaba cuarenta y nueve, pero había menos. ¿Tenía
alguna importancia? Nadie iba a reparar en ese asunto baladí, aunque de
improviso llegara alguien de visita. Hizo hervir el agua en la tetera y se
sirvió una taza de café. Se sentó a la mesa, empeñado en revivir otros
cumpleaños y, las oportunidades cuando sus pequeños hijos le pedían que les
contara un cuento. A intervalos se puso a beber su café. Infinidad de imágenes
acudían a compartir su mesa. Al sonar el timbre, sintió un velado júbilo y se
apresuró a abrir la puerta, pero no había nadie. Después de encender las velas,
en susurro cantó cumpleaños feliz.
Walter Garib.Escritor chileno (1933). Ha
publicado Malandanzas de un enano (2009), El viajero de la
alfombra mágica (2008), No recomendable para señoritas(2007), Me
dicen El Querubín (2007), Hoy mañana del ayer(2006), Historias que
caben en un dedo (2004), La noche interior, (Antología de Cuentos
varios autores 2001), L'Homme qui cherchait son visage(2000), 100 Cuentos
brevísimos de Latinoamérica, Antología de Cuentos (2000),El otro
Caín (1997), El hombre del rostro prestado (1997),Vendimial
3 (Antología de Cuentos varios autores 1995),Pícaros y
atrevidas (1994),Antología del cuento erótico(Varios autores), Caudillo
iluminado (1993), Cantarrana no es la luna (1993), Por
desamor al amor (1992), El viajero de la alfombra
mágica(1991), Las muertes de un falte difunto (1990), Las noches
del Juicio Final (1989), De cómo fue el destierro de Lázaro
Carvajal(1988), Travesuras de un pequeño tirano (1986), Agonía
para un hombre solo (1977), El pescador y el
gigante (1973),Festín para inválidos (1972) y La cuerda
tensa (1963).
"Torta de cumpleaños" ha sido publicado con autorización
de Walter Garib. Además ha sido publicado en la revista Aurora Boreal de Finlandia