lunes, 3 de febrero de 2014

Torta de Cumpleaños






WALTER GARIB



Cualquiera al ver que el hombre llevaba una torta en su envoltorio, iba a suponer que alguien estaba de cumpleaños. En su gozosa expresión se advertía las ansias de arribar pronto al hogar. Al momento de cruzar el puente Pío Nono sobre el río Mapocho, miró hacia el cauce. Dos niños harapientos que se calentaban al fuego y en una lata de conserva hervían agua, a gritos le pidieron una moneda.

Se detuvo. Llovía y el invierno avanzaba. Caían las hojas alfombrando los caminos del Parque Forestal. Bajo el paraguas protegía la torta. ¿Acaso era responsabilidad suya la desgracia de esos chicuelos que vivían bajo el puente? Culpa de la sociedad, incapaz de resolver las injusticias. ¿Quién no las sufre? Pensaba en su torta y sentía ansias de comerla ahí mismo. Al momento de comprarla, donde a menudo bebía café con amigos, quiso con el dedo probar el manjar que desbordaba. Se contuvo. Debía llegar a su apartamento situado frente al Parque Forestal, a la hora del té.

El tráfago de la ciudad que no duerme; las bocinas, el clamor de las ambulancias, el ulular de las sirenas de la policía, creaban a su alrededor un descomunal bullicio. Santiago palpitaba con frenesí en medio de la lluvia. Él pensaba en la torta. Su dulzura le permitiría paliar las desgracias de la ciudad donde había nacido. En otro barrio lejos de ahí, donde se amanece y se anochece con la miseria.

Al final decidió lanzarles unas monedas a los niños, porque se sentía cómplice de su desgracia. Prosiguió su camino esquivando la lluvia, las pozas de agua sembradas por doquier. Desde que vivía en el sector, por primera vez había enfrentado una realidad como aquélla. En infinidad de oportunidades cruzó el puente a distintas horas, sin embargo, sólo en esa ocasión encontraba niños ahí. De seguro, siempre los hubo, pero él no había querido verlos.

Se introdujo en el ascensor junto con una señora que residía en el mismo piso. Se saludaron y él le preguntó si cruzaba por el puente Pío Nono en algunas ocasiones. Ella se encogió de hombros, como si responder podía comprometerla o perturbar su vida.

—Le pregunto señora, pues acabo de ver niños harapientos bajo el puente.

—Siempre los ha habido, vecino. ¿O usted no lo sabía?  —e hizo un gesto de indiferencia.

Al bajar ambos del ascensor, él comentó que la lluvia se iba a prolongar hasta la noche, y ella movió la cabeza como quien duda de la noticia. Se separaron, mientras él buscaba la llave en el bolsillo de su chaqueta y ella hacía lo propio en su bolsa de mano. En tanto introducían la llave en las chapas de apartamentos adyacentes, se miraron como si fueran dos desconocidos, aunque por cortesía sonrieron.

—Hoy es mi cumpleaños, vecina —se atrevió a comentar y le mostró la torta, trofeo de caza mayor si lograba convencerla.

Ella, acostumbrada a los saetazos donde concurría, porque aún administraba atributos de hembra apetecida, realizó un gesto ambiguo con la boca. Empequeñeció los ojos, como si la velada invitación le hubiese seducido. Igual se volvió a defender utilizando sus mohines, destinados a protegerla.

El hombre demoró en abrir la puerta. Después de lanzar una última mirada al pasillo donde no había nadie, ingresó a su apartamento. Como de costumbre olía a encierro de nostalgia. Puso la torta en el centro de la mesa del comedor. En medio del silencio, desprovisto de comensales, lucía como en otros cumpleaños, cuando con su mujer e hijos, compartían en esa fecha.
Entre risas y parabienes lo felicitaban y él se vanagloriaba de disponer de una familia modelo. Su mujer había fallecido hacía años y los hijos se desperdigaban en busca de su propio destino. Se despojó del sobretodo y lo puso en el respaldo del sofá y llevó el paraguas a la cocina.

En un armario buscó unas velitas de distintos colores y las embutió en la torta. Necesitaba cuarenta y nueve, pero había menos. ¿Tenía alguna importancia? Nadie iba a reparar en ese asunto baladí, aunque de improviso llegara alguien de visita. Hizo hervir el agua en la tetera y se sirvió una taza de café. Se sentó a la mesa, empeñado en revivir otros cumpleaños y, las oportunidades cuando sus pequeños hijos le pedían que les contara un cuento. A intervalos se puso a beber su café. Infinidad de imágenes acudían a compartir su mesa. Al sonar el timbre, sintió un velado júbilo y se apresuró a abrir la puerta, pero no había nadie. Después de encender las velas, en susurro cantó cumpleaños feliz.    

Walter Garib.Escritor chileno (1933). Ha publicado Malandanzas de un enano (2009), El viajero de la alfombra mágica (2008), No recomendable para señoritas(2007), Me dicen El Querubín (2007), Hoy mañana del ayer(2006), Historias que caben en un dedo (2004), La noche interior, (Antología de Cuentos varios autores 2001), L'Homme qui cherchait son visage(2000), 100 Cuentos brevísimos de Latinoamérica, Antología de Cuentos (2000),El otro Caín (1997), El hombre del rostro prestado (1997),Vendimial 3 (Antología de Cuentos varios autores 1995),Pícaros y atrevidas (1994),Antología del cuento erótico(Varios autores), Caudillo iluminado (1993), Cantarrana no es la luna (1993), Por desamor al amor (1992), El viajero de la alfombra mágica(1991), Las muertes de un falte difunto (1990), Las noches del Juicio Final (1989), De cómo fue el destierro de Lázaro Carvajal(1988), Travesuras de un pequeño tirano (1986), Agonía para un hombre solo (1977), El pescador y el gigante (1973),Festín para inválidos (1972) y La cuerda tensa (1963). 

"Torta de cumpleaños" ha sido publicado con autorización de Walter Garib. Además ha sido publicado en la revista Aurora Boreal de Finlandia

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