lunes, 24 de febrero de 2014

El maravilloso viaje del Longino. Un viaje de iniciación en la vida.

El “ferro-carril”, significa camino de hierro, siendo un medio de transporte muy significativo para las personas. En ellos, se atraviesan lugares inhóspitos, espectaculares y hermosos, travesías largas permitiendo conocer a muchas personas y aún hoy en algunos lugares del mundo, continúa siendo el principal medio de transporte para las personas.

En su artículo de Viajeros.com, Joaquim Pisa Carilla nos cuenta que “visitar un país es, ante todo, intentar una aproximación en primera persona a su geografía física y humana” y para ello está el tren.

En el mismo texto se dice que “el tren representó por tanto un progreso enorme en las comunicaciones al facilitar con prontitud y fiabilidad toda clase de intercambios, ya fueran comerciales, de negocios, personales, ideológicos, culturales o de cualquier otra especie. La aparición del tren no sólo revolucionó el transporte terrestre, sino que aportó al imaginario colectivo un elemento de gran poder simbólico y capacidad de evocación.

El ferrocarril empequeñeció el mundo y democratizó su conocimiento. El viaje a países lejanos y exóticos, la aventura por excelencia, ya no era patrimonio sólo de los magnates y de los chalados; gracias al tren, cualquiera podía acceder a la aventura a unos costes razonables y adaptados a las posibilidades de las distintas clases sociales.

Las metáforas que ha generado el ferrocarril son inagotables. Muchas tienen relación con la propia existencia humana, concebida como un viaje con sus estaciones y paradas, personas que se apean o suben a los vagones, un viaje que finaliza en un destino. En el siglo XXI, el tercero ya de su existencia, y en contra de lo que presumían algunos agoreros, los trenes siguen siendo un medio de transporte económico, eficiente y popular. También, el más evocador y posiblemente el más literario”.

El año pasado, Editorial Ayun publicó el libro de Julio Ortega Ilabaca “El maravilloso viaje del Longino” donde escribe el relato autobiográfico de un viaje que realizó en tren (en el Longino) en julio de 1973 durante sus vacaciones escolares de invierno. El libro, que es acompañado con un mapa de las rutas ferroviarias del norte, encanta por la sencillez y honestidad del relato con que el autor cuenta su viaje y por la detallada explicación geográfica del trayecto.

Viajar en tren es especial, porque reúne situaciones y personajes que terminan construyendo una realidad en la que el lector, puede atisbar ciertos paralelismos y conexiones con la propia vida, aunque no pretenda ser un reflejo de ella, porque es una realidad en si misma donde se unen largos caminos geográficos con los senderos de la vida de los personajes que surgen en la trama y este libro se constituye como una verdadera lección de la geografía del norte de Chile.

En su trabajo “Recuerdos del tren Longino. ENTRE VALLES, CERROS Y MAR” Jorge Fuentes coordinador del proyecto, explica que “el ferrocarril nació a principios del siglo XIX, en las zonas mineras de Inglaterra. En pocos años solucionó el problema del transporte terrestre de grandes cargas: las materias primas a los centros industriales, los productos agrícolas desde el campo a las ciudades, y las manufacturas de un lugar a otro. 

Los trenes, junto con los puertos, transformaron al mundo. El tren pasó a ser un símbolo del progreso imparable, pero también, al diseminar los libros y los diarios, fue un símbolo del viaje de la información, las ideas y la cultura. La aparición del ferrocarril constituyó el gran paso a la modernidad.

Como medio de transporte trajo mayor impacto que cualquier otra invención mecánica o industrial anterior, pues era la primera invención técnica que afectaba directamente a todos los habitantes de los países del mundo. Los primeros trenes fueron el ruidoso y humeante mensajero de una civilización destinada a ser crecientemente dominada por las innovaciones técnicas e industriales”..

Siempre al entrar a una estación de trenes, se puede percibir algo distinto. El apuro por no perder el tren, compras de último minuto, los olores a trenes, las vías férreas, los trenes en desuso, los gritos de los jefes de estación; los que llevan el equipaje, los avisos por altoparlantes construyen todo un mundo en cualquier parte del mundo. Los inspectores perforando los boletos de cartón y el vendedor de diarios, o dulces o bebidas crean todo un mundo de recuerdos que permanecen en la memoria de las personas aún muchos años sin viajar en tren.

En Chile, el tendido ferroviario hacia el norte y el sur permitió unir al país. Conectó pueblos y ciudades y diseminó la prosperidad económica. Impulsó la industria, modernizó la producción, abarató las mercaderías, intensificó el comercio y acercó el mundo urbano al rural. Todo ello gracias a los servicios ferroviarios privados y estatales.

 Entre estos últimos destaca, por su gran importancia histórica, el Tren Longitudinal Norte. Conocido también como Tren Longino o Longi, el Tren Longitudinal Norte comunicó durante décadas el centro con toda la zona norte de Chile, cubriendo el tramo La Calera-Iquique, convirtiéndose en medio de transporte fundamental cuando no existían los buses interprovinciales, los camiones de carga, las carreteras asfaltadas y los expeditos viajes en avión creando polos de desarrollo económico regional como zonas de cultivo agrícola, talleres y comercios, y trasladó elementos propios de la vida urbana al ámbito rural.

“Corre, tren, oruga, susurro, animal longitudinal entre las hojas frías y la tierra fragante, corre con taciturnos hombres de capa, con monturas, con silenciosos sacos de papas de las islas, con la madera del alerce, del oloroso coigüe, del roble sempiterno del país” decía Pablo Neruda.

Pero, en la década del 70’, entraría en una irreversible decadencia, que sólo anunció su posterior desaparición. Se vio perjudicado, primero, por la falta de inversión estatal permanente para mantener en un buen estándar el servicio de transporte ferroviario y, segundo, por la mejora sustancial de la infraestructura que masificó el transporte de camiones y buses.

El Longino pertenece a una época en que el trayecto era tan importante como el destino y no tanto la eficiencia y la rentabilidad del servicio. Así lo demuestra el viaje del autor que para él, significó un viaje desde su adolescencia hacia la madurez. 

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