Así
lo enseña la cultura mapuche, que durante estos días celebra el We Tripantu,
que se realiza con motivo del solsticio de invierno austral, que marca el día
más corto y la noche más larga del año en el hemisferio sur y que en 2024 se
registró el 20 de junio, justo 10 minutos antes de las cinco de la tarde.
Se
trata de una fiesta que reconoce el florecimiento de la naturaleza y de la
vida. Es el instante en que comienza el retroceso del invierno, en el cual los
días comienzan paulatinamente a ser más largos hasta la llegada del solsticio
de verano, dejándose atrás el ciclo previo de preparación del suelo, siembras y
cosechas.
Este
momento significa “la fusión de la materia (tierra) y la energía (cosmos), los
cuales traen consigo la procreación de la vida y el tiempo. Es decir, permite
que se inicien nuevas vidas en la naturaleza: nacimientos, pariciones, brotes,
sueños, esperanzas y emergencias de fuerzas o energías desde el corazón de la
tierra”, explica Armando Marileo, autoridad ancestral mapuche (Ngenpin) que
falleció hace un par de años atrás.
El We Tripantu, también conocido como año nuevo mapuche, se celebra de manera paralela a la Noche de San Juan, que igualmente se asocia al solsticio. Esta festividad se realiza el 23 de junio y tiene un origen cristiano, estando ampliamente difundida en América Latina y Chile, en particular en zona rurales.
En ella se efectúan distintos rituales para “purificar y” lo viejo y dejar
espacio para nuevas energías y amoríos, como azotar a los árboles flojos que no
quieren dar frutos o sentarse bajo una higuera con guitarra para aprender a
tocar ese instrumento.
Más allá de la controversia entre nuestro pasado indígena y la herencia colonial, en estos días donde han revivido los temporales de antaño, es necesario valorizar y dar visibilidad a estas dos festividades que coexisten en nuestro territorio y convocan a diversos grupos sociales.
Ambas celebraciones tienen el
valor de permitir que muchos habitantes de esta larga y estrecha faja de tierra
cotidianamente vivan, gocen y revitalicen sus tradiciones, culturas,
identidades y memorias.
José Albuccó, |
En otras palabras, estas fiestas
representan oportunidades de vivir experiencias de encuentro con otros y de
reconocimiento de nuestra condición de país multicultural.
Como señaló hace un tiempo Armando Marileo, estas manifestaciones de renovación de los ciclos naturales no son propiedad de una u otra cultura, sino que “nos pertenecen a todos aquellos seres que nacimos y cohabitamos en esta parte del planeta: humanos, animales, árboles, ríos, aves, insectos y océanos”.
José Albuccó, académico Universidad Católica Silva Henríquez y creador del blog Patrimonio y Arte
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