Los cuentos de Marcelo Lillo, publicados
por Lumen, son pequeñas odas a la cotidianidad, en las que vidas sin especial
relieve ni glamour adquieren una nueva profundidad.
Por otro lado, la generosidad, la miseria, la
fragilidad y la grandeza afloran en historias que nos revelan la abismal
soledad que resuena en el centro de las relaciones humanas.
Un hombre que lleva su vida entera encerrada
en un coche destartalado y se gana el sustento vendiendo espléndidas mentiras,
o unos hermanos que vuelven a encontrarse con el padre cuando ya no queda nada
por decir y perdonar.
Luego, de repente, la voz de una mujer cansada
de un hombre que la hizo feliz, o un joven que lee en voz alta y una niña que
escucha para olvidar... Entre camas deshechas y jarrones rotos, con las luces
apagadas para contar la verdad, bailan los cuentos de Marcelo Lillo, un
narrador que muestra de cerca la desolación y de vez en cuando se asoma con
pudor a la felicidad.
No estamos hablando de un autor joven que
apunta maneras, sino de un hombre maduro, dueño de un estilo que lo une a los
grandes maestros y que hace tiempo ya, publicó algunos de sus trabajos.
Sin embargo, pasaron los años y Lillo iba
acumulando sus hermosas historias en un cajón sin atreverse a más y sin salir
de Niebla, un pequeño pueblo costero ubicado en la región de los Ríos y cercano
a la ciudad de Valdivia.
De vez en cuando, como todo el
mundo quiere ser un homenaje a un gran maestro casi desconocido. ¿Cabe que
sea tarde ya o que Niebla quede a trasmano? Nunca es tarde y nada está lejos
cuando hablamos de buena literatura.
Marcelo Lillo nació en 1957. Comenzó a
escribir a los quince años y a los cuarenta y cuatro, se dedicó de manera exclusiva
a la literatura después de trabajar en una decena de oficios diversos.
A los cincuenta publicó su primer libro
en España, El fumador y otros relatos (2008), que obtuvo el Premio
del Círculo de Críticos de Arte. Un año más tarde, publicó Gente que baila
sola y meses después Este libro vale un cadáver y Cazadores.
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