En estos últimos cinco años se han manifestado con mucha
fuerza, nuevas demandas ciudadanas sostenidas por un anhelo común de relaciones
más horizontales y por nuevas relaciones colectivas asociadas con la
democratización de la vida ciudadana.
Los cambios culturales, sociales, tecnológicos,
institucionales y de desarrollo humano realizados en Chile durante los últimos
30 años muestran que la sociedad y los ciudadanos no son los mismos que otras
décadas republicanas, sobre todo porque la globalización, la aparición de
Internet y de las redes sociales muestran un ambiente deseoso de un cambio
estructural.
Cambios que no han sido fáciles ya que desde la fundación
del Estado chileno por Diego Portales, hay un concepto de orden y disciplina
que está presente desde la familia, pasando por las organizaciones públicas y
privadas para el control de los subordinados que se ha realizado por medio de
la fuerza física, cultural y social para evitar que se produzcan cambios reales
y significativos en nuestra sociedad.
Fruto de una acuciosa investigación empírica, Katya Araujo
escribió “El miedo a los subordinados. Una teoría de la autoridad”. Publicado
por Lom Ediciones, el hilo conductor es que “ninguna sociedad puede existir sin
autoridad, pero cada una de ellas tiene una modalidad particular para enfrentar
esta inquietud, sin lograr jamás darle una solución definitiva. La sociedad
chilena no escapa a este desafío. Si, por un lado, los individuos revelan una
conciencia generalizada de lo inadecuado del autoritarismo, por otro lado se
encuentra más que asentada la convicción de que sólo su ejercicio discrecional
y fuerte, o sea «autoritario», permite garantizarla de manera efectiva”.
¿Cómo explicar esta ambivalencia? La clave, sostiene
este libro, es el miedo a los subordinados, un fantasma social generalizado en
el país. Se trata del temor constante a ser desbordados por aquellos sobre
quienes se debe ejercer la autoridad. Una aprensión de la que el autoritarismo
extrajo y extrae su fuerza y su continuidad, porque es concebido como la única
manera de lidiar, práctica e imaginariamente, con el temor de no lograr
ejercerla.
Como herencia portaliana, la obediencia ciega es parte de
nuestros hábitos, transformándose en un máximo ideal para toda autoridad, donde
esta se reconoce, se espera, se llama y se celebra, la autoridad se necesita y
se respeta.
Pero, ¿en qué se basa esa autoridad u obediencia ciega? En
un artículo Eugenio Molini habla del miedo al poder y del poder del miedo.
En síntesis, en el artículo expresa que “cuanto más poder
tienes y más alta la responsabilidad, mayor la tentación de actuar como si
en todo momento supieses lo que estas haciendo y como si tuvieses el control de
lo que sucede. A esta tentación hay que añadirle la presión de los demás
para que actúes como si así fuera. Pero la realidad es que cuanto más poder
tienes y más alta la responsabilidad, mayor es la cantidad de decisiones tienes
que tomar con un alto nivel de incertidumbre. Y esto despierta miedos y
ansiedades. Las personas que no lo sienten así son psicópatas muy
peligrosos. Y con esos no acostumbro a trabajar porque en su mente no entra la
posibilidad de trabajar en equipo ni de invitar a participación”.
Es decir, el miedo a quienes dependen de las elites, impide
que se renuncie a la autoridad. Y eso se ve en nuestro país, ya que a los
chilenos no nos gusta el autoritarismo pero, no sabemos ejercer la autoridad de
otra forma y en la sociedad chilena todos amenazamos con usar el garrote cuando
queremos que otro nos haga caso.
Katya Araujo sostiene que “hemos llegado a un callejón sin
salida ya que la desconfianza mutua que reinó durante muchos años, nos enseñó a
tratarnos de una forma que ya no aceptamos, pero sigue siendo la única que nos
resulta.
Para Araujo, en la sociedad chilena actual ya no sirve el
modelo tutelar de “yo sé lo que es bueno para ti” porque los ciudadanos
aprendieron que son capaces de manejar sus vidas sin necesidad de ser tutelados
y todo partió cunado el Estado le dijo a los ciudadanos “anda y enfréntate al
mercado como puedas, ve cómo arreglas tu vida”, lo que constituyó un gran
aprendizaje para los chileno.
Ese modelo, creó individuos mucho más conscientes de su
capacidad de acción en el mundo e intolerantes a que les digan qué tienen que
hacer sin considerar su opinión.
El miedo a los subordinados aparece en la familia y
especialmente, en los trabajos donde el discurso de las buenas relaciones, la
creatividad, la cooperación queda en nada frente al miedo de enfrentar la burla
de otros o de ser desplazado del puesto de trabajo por otro empleado.
Por otra parte, también se critica a los partidos políticos por
el miedo que tienen a abrirse a nuevos candidatos pero, si gana una elección un
candidato que viene del espectáculo se les pide seriedad porque “están
farandulizando la política”.
En ese sentido a los partidos tradicionales se les presenta un problema. Porque
dejar que la calle hable, dar libertad de elección a los ciudadanos implica
perder poder y ese es un gran riesgo y por otro lado esta situación no se
contrapone con la responsabilidad de saber escoger a su candidato. Pero, la
otra opción que se visualiza son las cuatro paredes y ya es demasiado tarde
para ello.
El verdadero miedo está en la perdida de poder y el temor a
perderlo y a la oportunidad de seguir dictando las normas para seguir
manteniendo los privilegios, se manifiesta en una actitud desesperada de ataques
y descontextualizaciones e inyectando un temor especial, tratando de que los
ciudadanos crean que si deciden ser independientes y libres algo grave puede
suceder.
Pareciera que como se está más confundido e inseguro que
nunca, el miedo es el único incentivo que el poder ejerce sobre las personas en
su vida haciéndoles creer que se pueden quedar sin casa, sin trabajo o sin esa
vida tranquila que te da el amigo con poder si se decide ser un ciudadano libre
democrático e independiente porque son muy pocos los que quieren crearse
enemigos o poner en riesgo su sustento o su posición.
De esta forma, la mayoría de los ciudadanos sucumben a la
corrupción y venden sus almas a cambio de tranquilidad y la paz de los
corderos, despojándolos de cualquier valor o principio hasta que en sus mentes
solo queda una cosa: el miedo.
Encarar los temores, hacer que pierdan poder sobre las
personas, explicarlos y/o atenuarlos es el mayor reto al que se enfrentan los
seres humanos. Y no es fácil.