miércoles, 12 de octubre de 2016

Miedo a los subordinados: temor a que la calle hable.



En estos últimos cinco años se han manifestado con mucha fuerza, nuevas demandas ciudadanas sostenidas por un anhelo común de relaciones más horizontales y por nuevas relaciones colectivas asociadas con la democratización de la vida ciudadana.

Los cambios culturales, sociales, tecnológicos, institucionales y de desarrollo humano realizados en Chile durante los últimos 30 años muestran que la sociedad y los ciudadanos no son los mismos que otras décadas republicanas, sobre todo porque la globalización, la aparición de Internet y de las redes sociales muestran un ambiente deseoso de un cambio estructural.

Cambios que no han sido fáciles ya que desde la fundación del Estado chileno por Diego Portales, hay un concepto de orden y disciplina que está presente desde la familia, pasando por las organizaciones públicas y privadas para el control de los subordinados que se ha realizado por medio de la fuerza física, cultural y social para evitar que se produzcan cambios reales y significativos en nuestra sociedad.

Fruto de una acuciosa investigación empírica, Katya Araujo escribió “El miedo a los subordinados. Una teoría de la autoridad”. Publicado por Lom Ediciones, el hilo conductor es que “ninguna sociedad puede existir sin autoridad, pero cada una de ellas tiene una modalidad particular para enfrentar esta inquietud, sin lograr jamás darle una solución definitiva. La sociedad chilena no escapa a este desafío. Si, por un lado, los individuos revelan una conciencia generalizada de lo inadecuado del autoritarismo, por otro lado se encuentra más que asentada la convicción de que sólo su ejercicio discrecional y fuerte, o sea «autoritario», permite garantizarla de manera efectiva”.

¿Cómo explicar esta ambivalencia?  La clave, sostiene este libro, es el miedo a los subordinados, un fantasma social generalizado en el país. Se trata del temor constante a ser desbordados por aquellos sobre quienes se debe ejercer la autoridad. Una aprensión de la que el autoritarismo extrajo y extrae su fuerza y su continuidad, porque es concebido como la única manera de lidiar, práctica e imaginariamente, con el temor de no lograr ejercerla. 

Como herencia portaliana, la obediencia ciega es parte de nuestros hábitos, transformándose en un máximo ideal para toda autoridad, donde esta se reconoce, se espera, se llama y se celebra, la autoridad se necesita y se respeta.

Pero, ¿en qué se basa esa autoridad u obediencia ciega? En un artículo Eugenio Molini habla del miedo al poder y del poder del miedo.

En síntesis, en el artículo expresa que “cuanto más poder tienes y más alta la responsabilidad, mayor la tentación de actuar como si en todo momento supieses lo que estas haciendo y como si tuvieses el control de lo que sucede.  A esta tentación hay que añadirle la presión de los demás para que actúes como si así fuera. Pero la realidad es que cuanto más poder tienes y más alta la responsabilidad, mayor es la cantidad de decisiones tienes que tomar con un alto nivel de incertidumbre. Y esto despierta miedos y ansiedades. Las personas que no lo sienten así son psicópatas muy peligrosos. Y con esos no acostumbro a trabajar porque en su mente no entra la posibilidad de trabajar en equipo ni de invitar a participación”.

Es decir, el miedo a quienes dependen de las elites, impide que se renuncie a la autoridad. Y eso se ve en nuestro país, ya que a los chilenos no nos gusta el autoritarismo pero, no sabemos ejercer la autoridad de otra forma y en la sociedad chilena todos amenazamos con usar el garrote cuando queremos que otro nos haga caso.

Katya Araujo sostiene que “hemos llegado a un callejón sin salida ya que la desconfianza mutua que reinó durante muchos años, nos enseñó a tratarnos de una forma que ya no aceptamos, pero sigue siendo la única que nos resulta.

Para Araujo, en la sociedad chilena actual ya no sirve el modelo tutelar de “yo sé lo que es bueno para ti” porque los ciudadanos aprendieron que son capaces de manejar sus vidas sin necesidad de ser tutelados y todo partió cunado el Estado le dijo a los ciudadanos “anda y enfréntate al mercado como puedas, ve cómo arreglas tu vida”, lo que constituyó un gran aprendizaje para los chileno.

Ese modelo, creó individuos mucho más conscientes de su capacidad de acción en el mundo e intolerantes a que les digan qué tienen que hacer sin considerar su opinión.

El miedo a los subordinados aparece en la familia y especialmente, en los trabajos donde el discurso de las buenas relaciones, la creatividad, la cooperación queda en nada frente al miedo de enfrentar la burla de otros o de ser desplazado del puesto de trabajo por otro empleado.

Por otra parte, también se critica a los partidos políticos por el miedo que tienen a abrirse a nuevos candidatos pero, si gana una elección un candidato que viene del espectáculo se les pide seriedad porque “están farandulizando la política”.

En ese sentido a los partidos tradicionales se les presenta un problema. Porque dejar que la calle hable, dar libertad de elección a los ciudadanos implica perder poder y ese es un gran riesgo y por otro lado esta situación no se contrapone con la responsabilidad de saber escoger a su candidato. Pero, la otra opción que se visualiza son las cuatro paredes y ya es demasiado tarde para ello.   

El verdadero miedo está en la perdida de poder y el temor a perderlo y a la oportunidad de seguir dictando las normas para seguir manteniendo los privilegios, se manifiesta en una actitud desesperada de ataques y descontextualizaciones e inyectando un temor especial, tratando de que los ciudadanos crean que si deciden ser independientes y libres algo grave puede suceder.

Pareciera que como se está más confundido e inseguro que nunca, el miedo es el único incentivo que el poder ejerce sobre las personas en su vida haciéndoles creer que se pueden quedar sin casa, sin trabajo o sin esa vida tranquila que te da el amigo con poder si se decide ser un ciudadano libre democrático e independiente porque son muy pocos los que quieren crearse enemigos o poner en riesgo su sustento o su posición.

De esta forma, la mayoría de los ciudadanos sucumben a la corrupción y venden sus almas a cambio de tranquilidad y la paz de los corderos, despojándolos de cualquier valor o principio hasta que en sus mentes solo queda una cosa: el miedo. 

Encarar los temores, hacer que pierdan poder sobre las personas, explicarlos y/o atenuarlos es el mayor reto al que se enfrentan los seres humanos. Y no es fácil.


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