viernes, 31 de enero de 2025

Conocimientos subterráneos: reflexiones de una residencia geológica

Pedro Donoso 

“Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre.” El comienzo mítico del clásico de Juan Rulfo resuena una y otra vez cuando pienso en la llegada a Antofagasta, al inicio de la residencia en abril de 2024.

“Vine al desierto porque me dijeron que acá estaba mi paisaje”, podría parodiar. Vine al desierto porque ese es el destino para investigar desde lo más básico, desde las rocas y el polvo, desde el lugar que no tiene más que luz, sol y formas minerales. Pensaba en el desierto como un laboratorio social donde el salitre inventó ciudades que después se secaron para dejar todo muerto.

 Como en Comala. Pero si el desierto era el escenario político de una catástrofe, por otra parte, también sospechaba que era el lugar del origen, un territorio fantasmal que concentra los elementos que permiten pensar la vida antes de la vida. O después.

Había conocido Antofagasta en una visita tres años antes. A mi llegada, ya sabía que el agua que circula por las tuberías de la ciudad tiene un alto contenido de arsénico, que los ingresos de las mineras marcan el ritmo de vida, que los inmigrantes ocupan los bordes de la ciudad entre la ciudad y el desierto.

 Toda la información que ya traemos nos ayuda para buscar al inicio de una residencia. Aunque podía decir que sabía reconocer ciertos intercambios de energía en este lugar de nubes sin lluvia, todavía debía entrar en la magnitud de un tiempo distinto que marca el desierto.

Como invitado a la línea de investigación sobre geología de las residencias SACO, ahora puedo decir que tenía todo por aprender sobre los miles de millones de años que se encuentran repartidos en el desierto de Atacama. 

La primera semana en residencia fue un intenso periplo de conversaciones con distintos especialistas, entre los que se contaba un paleontólogo asociado al museo Ruinas de Huanchaca, así como un eximio académico de la facultad de geología y fundador de un museo lleno de maravillas rocosa, además de conocer también a una activista encargada de alertar sobre la explotación de los salares y sus consecuencias.

 Una semana más tarde, lo que hasta entonces habían sido piedras e incógnitas para mi limitada percepción, comenzó a ser un sinnúmero de señales desplegadas, sedimentos materiales de milenios que guardaban en su morfología la acción de vientos inmemoriales, las presiones telúricas, toda la lenta mecánica del planeta. Formas y rocas como un diario de vida de un planeta de 5.000 millones de años. 

Mi tesis de trabajo, justamente, indaga en el “desierto” como un concepto de conveniencia que permite perpetuar la explotación de un territorio cuyo subsuelo contiene recursos geológicos. 

Al decir desierto, se nombra un lugar abandonado, árido, vacío; un espacio de ausencia donde está justificada cualquier explotación, explosión o destrucción. 

Paradójicamente, el encuentro con la geología me permitió revelar una disyuntiva lenta y crucial. Por un parte, los geólogos son aquellos lectores capaces de entender a cabalidad la sintaxis material del paisaje y sus componentes directos.

 Allí donde los restantes ciudadanos solo vemos arena y piedras como señales indiscernibles, un geólogo, en cambio, reconoce épocas, evoluciones, magmas, meteoritos, fósiles… y minerales.

La disyuntiva ética que debe enfrentar al geólogo lo convierte, dadas las circunstancias, en un especialista que puede cooperar con la súbita interrupción de los ciclos de millones de años que llevan a cabo las compañías mineras.

Visita al Museo de Geología 
Ruinas de Huanchaca 
Su acabada comprensión de las rocas como testigos de un lento, lentísimo proceso de transformación planetaria se enfrenta, entonces, con los impulsos de nuestra especie que, aunque solo ha aparecido en la escena geológica hace pocos segundos, sin embargo, ha sido capaz de provocar incalculables alteraciones.

Adoptar las preguntas de la geología significa, finalmente, pensar en cómo actuar en un paisaje donde el tiempo avanza a una escala que escapa a nuestras posibilidades. 

¿Qué gesto del presente reconoce la profundidad del tiempo que estamos alterando con nuestros artilugios y técnicas de explotación? La pregunta de la residencia comenzó entonces a perfilarse como un esfuerzo inabarcable. 

Vine al desierto en busca de un paisaje, como decía al principio, y empecé a entender que la geología, ciencia que apenas inicia su lectura de la materialidad del mundo en el siglo XVIII, marca el límite del entendimiento geopolítico y nos lleva a descifrar el desierto y entender de forma diferente los procesos que subyacen bajo el suelo arenoso.

Un geólogo mira la superficie, pero entiende la profundidad. Al mismo tiempo, su conocimiento subterráneo, en manos de una empresa de explotación de recursos, supone una continuación aplicada y rigurosa de la cadena de extracción mineral.

La pregunta, en términos generales, vendría a ser ¿cómo es que lo humano se entiende con esa materia inmemorial? Hay incluso preguntas más ambiciosas que borran su sentido cuando sabemos que somos una especie que también va a desaparecer. 

Visita al Museo de Geología 
Ruinas de Huanchaca 

En el momento actual, Chile es un país cuyos ingresos dependen de la extracción y exportación de recursos naturales y materias primas.

 La forma en la que desarrollamos la explotación mineral, forestal, agrícola y ganadera es primaria: se trata de un país que arranca pedazos de su territorio o materiales obtenidos de su tierra y los embarca a algún lugar donde son transformados en los productos elaborados que nosotros compramos después para cerrar la cadena de consumo.

El desierto está al inicio y al final de esa cadena: es la fuente primera de extracción y el depósito final como vertedero. En su paisaje palpitan los cables y las sales que forman las baterías de nuestros automóviles y teléfonos inteligentes, de nuestros aviones y parlantes estereofónicos.

Como sostiene Jussi Parikka en su libro Antropobsceno, “los recursos del tiempo profundo de la tierra son los que hacen que la tecnología exista. 

El surgimiento de la geología como disciplina en los siglos XVIII y XIX, así como las técnicas mineras que se han desarrollado desde entonces son fundamentales para la cultura mediática-tecnológica”. 

La construcción de nuestro mundo moderno e hiperconectado pasa por la excavación intensiva de nuestro mundo desértico y remoto. El desierto acoge el paisaje clave de la construcción destructiva que sostiene nuestra sociedad.

Nuestras selfies y reels vuelan por el hiperespacio gracias al litio de los salares atacameños. El desierto es tan real como indescifrable. Esa es la conexión que permite pensar lo que Timothy Morton ha llamado una “ecología oscura”.

En su próxima edición, la Bienal SACO se interna en el ominoso submundo que el desierto encierra.

 Como residente, solo puedo decir que fue tan oscuro como iluminador recorrer su soledad geológica para asomarse a una frontera que se percibe como despoblada, pero donde la herencia colonial sigue imponiendo la lógica espectral de un espacio vacante que justifica toda conquista y expansión.

Antofagasta está ahí para continuar esa tarea extractiva. Mientras, en estas residencias organizadas por SACO, seguimos tratando de entender qué desierto es ese que estamos horadando.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nuevos artistas se suman a la Bienal SACO1.2

  Desde el 24 de junio al 14 de septiembre se llevará a cabo  Ecosistemas oscuros,  la nueva  edición de la Bienal de Arte Contemporáneo SAC...