Y es que antes de que existieran los satélites y
la geolocalización, antes incluso de las brújulas, se usaba el cosmos para
ubicarse. Porque, aunque el cielo nocturno parece estar poblado de
millares de puntos de luz idénticos, no todos son iguales.
Entre ellos, existe uno que ha servido de guía a todo
el hemisferio norte: hablamos, claro, de la poderosa Estrella Polar que, por
ser la más cercana al polo norte, durante siglos ha sido utilizada por los
navegantes para encontrar el norte y ubicarlo y es tan importante, que incluso
la expresión tener un norte se usa como sinónimo de saber a
dónde ir y en el hemisferio sur, el camino lo muestra la constelación de
la Cruz del Sur.
Por otra parte, las dificultades son una piedra de
toque para probarnos a nosotros mismos y reinventar nuestra
realidad. Una existencia sin desafíos ni altibajos resulta cómoda a corto
plazo, pero suele desembocar en la apatía y la falta de objetivos, ya que el
ser humano solo valora y aprende de aquello que le cuesta.
Considerar los problemas como la sal de la
vida, aquello que hace interesante nuestro paso por el mundo, puede
parecer absurdo pero la literatura y el cine demuestran que es así. ¿Cuántas
películas o novelas importantes hay sin un conflicto en su centro? ¿Por qué no
nos interesa lo que sale bien y fluye sin fricciones?
Winston Churchill dijo una vez: "Si estás
atravesando un infierno, sigue adelante". Con esta reflexión, el
mandatario inglés apuntaba a la naturaleza cambiante de las cosas. La vida tiene
mucho de montaña rusa y, cuando tocamos fondo, es para luego volver a
subir.
Esa lección, es quizás el hilo conductor de la novela
“La estrella de la isla Norte” de Sarah Lark publicada por Ediciones B.
En la trama, ambientada en Nueva Zelanda pocos años
antes de la Primera Guerra Mundial, surge una fascinante historia de amor y
traición, desesperación y coraje.
La historia comienza cuando entre la hija de un rico
banquero judío alemán y un joven oficial, surge el amor a primera vista y será el
amor por los caballos lo que finalmente los une y los ayuda a formar una vida
lejos de las circunstancias que parecen estar en contra de su relación. Es así
como deciden emigrar a Nueva Zelanda donde creen que estarán lejos de los
problemas que se vivían y que se estaban gestando en Europa.
Sin embargo, el estallido de la Primera Guerra Mundial
hace que las envidias y odios soterrados salgan a la luz y al denunciarlos como
espías de los alemanes, la vida de los tres protagonistas estalla y deben
enfrentarse nuevas realidades ya que obligados a vivir el conflicto en campos
de internamiento separados uno del otro, no tienen la certeza si el otro está
vivo o muerto, solo tienen la esperanza de volver a encontrarse y seguir con
sus vidas.
En su descenso al infierno, los protagonistas llevan
al lector en un viaje a través de la ambición, el amor, el honor, la guerra y
la supervivencia de las personas que se ven atrapadas en conflictos ajenos pero
que nunca pierden la noción del objetivo que deben lograr que es volver a casa.
Cada uno de los personajes sufrirá injusticias,
penurias y tragedias que los cambian profundamente y que podrían separarlos,
pero estas situaciones los obligan a ir más allá de sus propios límites y todo
aquello que parecía imposible, acaba por resolverse.
A pesar de sus propias tragedias, los protagonistas
nunca perdieron su objetivo porque tenían claro que ni el dolor ni la felicidad
son emociones permanentes y los ayudó a enfrentarse a los
obstáculos, llevándolos a un proceso de maduración personal que les amplió
la perspectiva integrándose a un horizonte más amplio.
Por otra parte, la autora desarrolla el drama de cada
uno de los personajes por separado para luego, unirlos en un punto en que
juntos avanzarán al desenlace de la historia.
En ese sentido, Sara Lark desarrolla a los personajes,
instala el conflicto y desencadena la acción que lleva a la resolución del
conflicto, sin excederse en la descripción de situaciones o dificultades que
debieran enfrentar los personajes y que podrían ralentizar la lectura y aburrir al lector.
Todo lo contrario. La construcción de la novela es ágil, haciendo que la lectura sea fácil y enganche al lector hasta la última página.
Thomas Carlyle escribió: «¿Por qué nadie me enseñó las
constelaciones, para hacerme sentir como en mi casa en los cielos
estrellados que, siempre sobre nuestras cabezas, hoy apenas conozco?».
Mia y Julius confiaron en las estrellas como guías para volver a su hogar y también, confiaron en el amor que cada uno le tenía al otro, que los ayudó a pasar por encima de las adversidades que, injustamente, les tocó vivir. Y nos enseñan, que es bueno recordar que las estrellas también pueden guiarnos y nos invitan a disfrutar del cielo.
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