jueves, 26 de enero de 2023

La Estrella de la Isla Norte: dejándonos guiar por las estrellas.

 William Shakespeare escribió un soneto en el que anunciaba que el amor verdadero era tan confiable como la estrella que usaban los barcos perdidos en el océano para encontrar el camino.

Y es que antes de que existieran los satélites y la geolocalización, antes incluso de las brújulas, se usaba el cosmos para ubicarse. Porque, aunque el cielo nocturno parece estar poblado de millares de puntos de luz idénticos, no todos son iguales.

Entre ellos, existe uno que ha servido de guía a todo el hemisferio norte: hablamos, claro, de la poderosa Estrella Polar que, por ser la más cercana al polo norte, durante siglos ha sido utilizada por los navegantes para encontrar el norte y ubicarlo y es tan importante, que incluso la expresión tener un norte se usa como sinónimo de saber a dónde ir y en el hemisferio sur, el camino lo muestra la constelación de la Cruz del Sur.

Por otra parte, las dificultades son una piedra de toque para probarnos a nosotros mismos y reinventar nuestra realidad. Una existencia sin desafíos ni altibajos resulta cómoda a corto plazo, pero suele desembocar en la apatía y la falta de objetivos, ya que el ser humano solo valora y aprende de aquello que le cuesta.

Considerar los problemas como la sal de la vida, aquello que hace interesante nuestro paso por el mundo, puede parecer absurdo pero la literatura y el cine demuestran que es así. ¿Cuántas películas o novelas importantes hay sin un conflicto en su centro? ¿Por qué no nos interesa lo que sale bien y fluye sin fricciones?

Winston Churchill dijo una vez: "Si estás atravesando un infierno, sigue adelante". Con esta reflexión, el mandatario inglés apuntaba a la naturaleza cambiante de las cosas. La vida tiene mucho de montaña rusa y, cuando tocamos fondo, es para luego volver a subir.

Esa lección, es quizás el hilo conductor de la novela “La estrella de la isla Norte” de Sarah Lark publicada por Ediciones B.

En la trama, ambientada en Nueva Zelanda pocos años antes de la Primera Guerra Mundial, surge una fascinante historia de amor y traición, desesperación y coraje.

La historia comienza cuando entre la hija de un rico banquero judío alemán y un joven oficial, surge el amor a primera vista y será el amor por los caballos lo que finalmente los une y los ayuda a formar una vida lejos de las circunstancias que parecen estar en contra de su relación. Es así como deciden emigrar a Nueva Zelanda donde creen que estarán lejos de los problemas que se vivían y que se estaban gestando en Europa.

Sin embargo, el estallido de la Primera Guerra Mundial hace que las envidias y odios soterrados salgan a la luz y al denunciarlos como espías de los alemanes, la vida de los tres protagonistas estalla y deben enfrentarse nuevas realidades ya que obligados a vivir el conflicto en campos de internamiento separados uno del otro, no tienen la certeza si el otro está vivo o muerto, solo tienen la esperanza de volver a encontrarse y seguir con sus vidas.

En su descenso al infierno, los protagonistas llevan al lector en un viaje a través de la ambición, el amor, el honor, la guerra y la supervivencia de las personas que se ven atrapadas en conflictos ajenos pero que nunca pierden la noción del objetivo que deben lograr que es volver a casa.

Cada uno de los personajes sufrirá injusticias, penurias y tragedias que los cambian profundamente y que podrían separarlos, pero estas situaciones los obligan a ir más allá de sus propios límites y todo aquello que parecía imposible, acaba por resolverse.

A pesar de sus propias tragedias, los protagonistas nunca perdieron su objetivo porque tenían claro que ni el dolor ni la felicidad son emociones permanentes y los ayudó a enfrentarse a los obstáculos, llevándolos a un proceso de maduración personal que les amplió la perspectiva integrándose a un horizonte más amplio.

Por otra parte, la autora desarrolla el drama de cada uno de los personajes por separado para luego, unirlos en un punto en que juntos avanzarán al desenlace de la historia.

En ese sentido, Sara Lark desarrolla a los personajes, instala el conflicto y desencadena la acción que lleva a la resolución del conflicto, sin excederse en la descripción de situaciones o dificultades que debieran enfrentar los personajes y que podrían ralentizar la lectura y aburrir al lector. 

Todo lo contrario. La construcción de la novela es ágil, haciendo que la lectura sea fácil y enganche al lector hasta la última página. 

Thomas Carlyle escribió: «¿Por qué nadie me enseñó las constelaciones, para hacerme sentir como en mi casa en los cielos estrellados que, siempre sobre nuestras cabezas, hoy apenas conozco?».

Mia y Julius confiaron en las estrellas como guías para volver a su hogar y también, confiaron en el amor que cada uno le tenía al otro, que los ayudó a pasar por encima de las adversidades que, injustamente, les tocó vivir. Y nos enseñan, que es bueno recordar que las estrellas también pueden guiarnos y nos invitan a disfrutar del cielo.

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