El espionaje ha sido una actividad que nació junto con
el ser humano.
Sus primeros atisbos se remontan a la antigua
Mesopotamia ya que, en la mitología sumeria, en el poema épico de Ninurta, alrededor
del 2.200 a.C., se menciona el espionaje y desde entonces hasta nuestros días,
independiente del país y del momento histórico se ha continuado con lo que
parece ser el objetivo del espionaje, que es controlar al enemigo o al amigo, a
través de diferentes técnicas de control de la información.
Todo gran imperio ha tenido espías a su servicio.
Desde los romanos hasta las superpotencias de la Guerra Fría, la información
sobre el enemigo ha sido un arma más, muchas veces, el instrumento que ha
logrado desbaratar las operaciones militares más elaboradas. En la actualidad,
un ejército de hackers anónimos, capaces de hacerse con miles de
datos a distancia, han sustituido a los James Bond de carne y hueso.
Fue en el siglo XX, marcado por las dos guerras mundiales
que el rol del espionaje fue extraordinariamente decisivo.
Durante la I Guerra Mundial (1914-18), las redes de
información y contrainformación realizaron una importante labor a través, de la
incursión e infiltración en zonas enemigas para conocer los planes de ataque de
esta durísima guerra, que enfrentó a las principales potencias mundiales y fue,
la Guerra Civil Española (1936-39) el conflicto que supuso el perfeccionamiento
y 'profesionalización' de esta táctica para sacar el máximo partido a sus
acciones militares, siendo su aplicación práctica un banco de pruebas para la
II Guerra Mundial.
En ella, durante cinco años, miles de hombres y
mujeres se movieron a través de una sombra difusa, mortífera y crucial para el
desarrollo de los acontecimientos, una guerra secreta ejecutada por
criptógrafos, espías y agentes de operaciones encubiertas y millones de
personas murieron o vivieron a causa de sus hazañas.
Y pese a que la historia del espionaje se ha
construido gracias a la intervención de hombres y mujeres, siempre se ha
tendido a ensalzar figuras masculinas y acciones realizadas por hombres y las
mujeres han sido las grandes olvidadas ocupando, un papel secundario en la
narración de esta historia.
Cuando se habla de espías femeninas, en la mente del
colectivo mundial aparece el nombre de Mata Hari, espía seductora y mujer fatal
de los alemanes que, gracias a sus encantos, obtuvo mucha información sobre los
aliados pero que no pudo evitar la muerte en manos de estos al ser descubierta.
En ambas guerras mundiales, el valor y determinación
de las mujeres las hicieron tomar roles activos dentro y fuera del campo de
batalla. Enfermeras, combatientes, espías, francotiradoras, trabajadoras
fabriles, todas mujeres dispuestas a luchar por su patria y sus familias.
Pero, una vez terminadas los enfrentamientos fueron obligadas a dejar los puestos de trabajo a los hombres, a volver a los hogares y en muchos casos, los gobiernos intentaron borrar el rol que las mujeres tuvieron durante los conflictos.
María Alicia Timpanaro, socióloga especialista en
temática de género, explica en la entrevista que Laura Gambalé le hiciera para
su artículo “El rol de las mujeres en las guerras”, que, en todo conflicto
armado “la labor de las mujeres espías ha sido clave, aunque descalificada por
ser mujeres, a las cuales se las consideró ´indecorosas´ ya que no cumplían con
las características de las mujeres madres y esposas, esas mismas que solo
podían ser reconocidas por cumplir con los mandatos patriarcales de tradición
judeo-cristiana.
La mujer solo podía ser responsable de la reproducción
y por eso solo podía estar encasillada dentro de ese espacio doméstico” y por
décadas, la historia patriarcal se ha ocupado de invisibilizarlas.
Sin embargo, ser mujer era el mejor disfraz para
convertirse en un activo importante en la dinámica de los servicios
secretos, especialmente en los años de la Guerra Fría. Nadie sospecharía
que una joven secretaria, un ama de casa dedicada a la elaboración de tartas,
una estudiante aficionada a los viajes o una dependiente de una librería
infantil pudieran ser, en realidad, espías.
Y si se
encontraba a la mujer que pudiera ser todas ellas en una, como una
gran Matrioska, se tenía el perfil perfecto del agente secreto.
Ese fue el caso de África de las Heras, la
española que llegó a convertirse en la espía soviética más importante de la KGB
y que Reyes Monforte, recoge su historia en el libro “La violinista Roja”.
Publicado por PLAZA & JANES, el libro muestra la
historia de una española que se convirtió en la espía soviética más importante
del siglo XX.
Fue captada por los servicios secretos de Stalin en
Barcelona, durante la guerra civil española y no hubo para ella misión
imposible de realizar ya que, moviéndose entre las sombras, era la
limpiadora Znoy en una oficina de la Gestapo en el París de la
Resistencia, era la subcomandante Yvonne en los bosques de Ucrania
luchando contra los nazis, fue la modista de alta costura María Luisa de
las Heras en el París del Telón de Acero, la dueña de una tienda de
antigüedades en Montevideo o María Pavlovna en Moscú, la instructora
de la nueva camada de espías de la KGB.
Fue una maestra del maskirovka, la táctica de
camuflaje o «decepción militar», el término castrense para denominar un
engaño o una desinformación que tan bien le funcionó al Ejército Rojo y a la
inteligencia del Kremlin.
Después de 50 años de servicio, abandonó la KGB en
1985 y murió tres años después lo que evitó, que viera como todo aquello por lo
que luchó durante su vida, se disolviera tras la caída del Muro de Berlín.
África de las Heras fue una mujer determinada que quiso hacer historia, pero moviendo los hilos desde las sombras, brilló desde la oscuridad transformándose en historia.
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