El libro “Nadie quiere morir al amanecer”
del escritor Walter Garib acaba de ser publicado por Marciano Ediciones.
A continuación, va el comentario del libro
realizado por la escritora chilena Lucía Guerra, académica de la Universidad de
California.
En la narrative chilena, Walter Garib se
destaca como un escritor cuyo cuestionamiento generalmente irónico de los
sucesos históricos y de la realidad misma, desestabiliza las nociones oficiales
de “lo real”.
En Las noches del Juicio Final (1989),
Garib crea un pueblo imaginario pleno de dimensiones mágicas que, a través del
humor, satirizan lo religioso y lo político mientras en Una vida tantas veces
vivida (2021), los sucesos reales, en este caso, la vida de Salvador Allende,
son susceptibles a modos alternativos de lo que pudo ser.
Esta otra visión de “lo real”, al explorar
posibilidades subjuntivas, amplía la realidad y, al mismo tiempo, deconstruye
toda noción fija de lo histórico encuadrada por una perspectiva desde una
posición de poder que, estratégicamente, se produce y canoniza como “la verdad
absoluta”.
Nadie quiere morir al amanecer fue
escrita en los inicios de la década de los ochenta durante la dictadura de
Pinochet que practicó la tortura y el asesinato de miles de personas.
No obstante ganar el Segundo Premio en los
Juegos Literarios Gabriela Mistral en 1982, la rígida censura impuesta a los
libros de aquella época por un comité de militares en el entonces llamado
Edificio Portales, no permitió la publicación de esta novela que solo ahora
sale a la luz.
Sorprende que a partir de un
acontecimiento relativamente sencillo (el encuentro de un hombre y una mujer),
este hecho sea la plataforma de una interesante recreación de lo urbano, de un
juego significativo entre lo concreto real y lo imaginado corriendo a la par
del flujo de la seducción amorosa y la presencia de la muerte.
El encuentro se produce en la Estación
Mapocho: ella con destino a Copiapó, él de regreso a Combarbalá. La atracción
mutua elimina todo itinerario programado y en una especio de preámbulo erótico,
recorren las calles del sector de Recoleta y Merced.
La ciudad bajo la lluvia crea una
atmósfera ominosa y, al mismo tiempo, un espacio casi cinematográfico por su
multitud de detalles que van cambiando los escenarios. En contraposición al
pitazo de los trenes, los tranvías ruidosos y el griterío de los vendedores
ambulantes merodeando por la Vega Central, emerge el silencio de la ciudad de
los muertos: el Cementerio General con sus calles flanqueadas por tumbas,
piletas de aguas nauseabundas y flores marchitas.
En esta travesía urbana, Desiderio y
Adelaida tratan de descubrir la identidad de quien, dentro de unas horas, se
convertirá en su amante.
Ambos hacen preguntas, inquieren en el
pasado y se postulan suposiciones sospechosas poniendo de manifiesto que la
identidad es siempre un enigma indescifrable. Se produce así otro deambular, el
de la memoria como el espacio de un microcosmos de personajes y experiencias de
la infancia y la adolescencia teñidas de ternura, frustraciones y violencias
traumáticas.
Historias del pasado que también engendran
un vuelo de la imaginación, de aquello que a cada uno de ellos le habría
gustado vivir.
En Nadie quiere morir al amanecer, la
única verdad irrefutable es la muerte—núcleo estructurante de esta novela
escrita durante plena dictadura, en una época en la cual se debía callar el
hecho de tantas persecuciones y prisioneros desaparecidos.
En este período de represión, Walter Garib
no da detalles acerca del asesino o el objetivo de su crimen puesto que el
peligro de la muerte en ese entonces estaba en todas partes.
Lucía Guerra.
Universidad de California
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