“Uno es lo que hace todos los
días, y lo que yo hago todos los días es montar”. Escritor, director y
montajista, Sebastián Brahm llega a Una Señora Invisible con una
trayectoria donde la estructura, la narración y la actuación se piensan desde
un mismo centro gravitacional: la sala de montaje, ese espacio donde las
películas dejan de ser promesas y se vuelven forma.
En cine, montar o editar se
trata de ordenar, seleccionar y combinar las imágenes y sonidos filmados para
que la película adquiera ritmo, sentido y emoción. Es en esa mesa que la
historia encuentra su forma final. El montaje, más que el proceso técnico, es
la escritura definitiva de la película, el lugar donde todo lo rodado empieza
realmente a existir.
Antes de llegar a las salas de montaje, Brahm se formó como periodista tras una adolescencia devorando novelas y una temprana vocación por la escritura.
Pero todo cambió cuando descubrió el
cine desde la artesanía: las cámaras, el celuloide, los primeros ejercicios
documentales, y, sobre todo, una clase de diaporama con el mítico cura Sánchez.
Fue ahí donde entendió “esa sensación física del tiempo al montarse, ese flujo
de signos que empieza a producir sentido”, recuerda. Desde entonces, escritura
y montaje quedaron irrevocablemente unidos.
Brahm comenzó generando sus
propios proyectos, ganó fondos, escribió y dirigió cortos como La
Bicicleta, y luego su primer largo, El Circuito De Román. Más tarde
vendrían La Vida Sexual De Las Plantas y otros trabajos donde
reafirmó un principio que hoy define su método: “el guion es apenas una
traducción inicial; la película real aparece cuando esos pedazos dispersos
empiezan a conversar entre sí”. Para él, montar no es ordenar, sino reescribir.
Su llegada a JUNTOS se ancla en su vínculo con Pancho Hervé, primero como compañeros de universidad y luego como colaboradores en La península de los volcanes y El poder de la palabra. Años más tarde, cuando Oro Amargo atravesaba una etapa compleja en montaje, fue Hervé quien volvió a llamarlo.
Brahm recibió una
película ya rodada y “muy fiel al guion, pero atrapada en esa fidelidad”,
cuenta. Su intervención fue quirúrgica: liberar la narración, destilar información,
elegir otras tomas, proteger a los actores desde el montaje y encontrar un tono
híbrido que permitiera un thriller realista, tenso y ligeramente enrarecido.
El resultado es palpable para cualquiera que haya visto Oro Amargo: una película ferozmente tensa, pero que es capaz de combinar crudeza con humanidad. Como él mismo explica: “Cuando el montaje logra articular, limpiar, reforzar y elegir, te mete en un código realista, pero también te deja vivir la película como una fábula”.
Esa mezcla,
dice, es lo que permite que una cinta trascienda lo rodado y alcance lo que
considera el verdadero oficio: llevar una obra más allá de lo que estaba
originalmente en cámara.
En Una Señora Invisible,
todo ese recorrido encuentra un punto de madurez. Llega con una mirada
estructural extremadamente precisa: “mi trabajo es encontrar la verdadera
traducción del guion a la película”. Su oficio, sostiene, es “hacer aparecer la
película que ya está ahí, pero que aún no se ve”.
Para JUNTOS, su presencia no es solo una decisión creativa. Apostar por Brahm es apostar por el montaje como espacio central, por la narrativa que se construye en capas, por el riesgo controlado y por el gesto de trabajar cada proyecto hasta su forma más depurada.
En esa sala donde se cruzan silencios, intuiciones y decisiones milimétricas, Sebastián Brahm vuelve a hacer lo que mejor sabe: convertir imágenes en una experiencia que se queda grabada en la mente y, ojalá, en el cuerpo del público.

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