Cada día, al despertar, vivimos un pequeño “Big Bang” personal: nos movemos, dejamos huellas y transformamos el espacio que habitamos.
El arte, en este sentido,
funciona como un espejo y como una apertura, recordándonos que cada gesto tiene
el poder de expandir la experiencia colectiva.
En esta muestra confluyeron el
artista Coco González y los estudiantes del Liceo Experimental Artístico (LEA),
quienes trabajaron juntos para abrir nuevos territorios a través de imágenes y
vivencias compartidas.
A esto se sumó la creación
sonora de Rodrigo Aros Gho, realizada en conjunto con tres estudiantes
seleccionados de Música del LEA.
El resultado fue un paisaje
sonoro que acompañaba el recorrido y envolvía al público en una experiencia
sensorial única. Como mediadora, presenciar el asombro de las personas al
escuchar cómo los sonidos se entrelazaban con la instalación fue profundamente
enriquecedor.
Durante las jornadas de mediación,
surgieron innumerables anécdotas que me marcaron. Recuerdo especialmente la
reacción de quienes se emocionaban con la exposición de los objetos personales
de los estudiantes.
El mural inspirado en La
Portada fue otra de las obras que sorprendió al público. Muchos visitantes no
podían creer que haya sido realizado en tan solo una semana, y ese asombro se
transformaba en admiración hacia la capacidad de los estudiantes. Gracias a
estas conversaciones con la gente, descubrí que el mural no solo decoraba el
espacio, sino que funcionaba como testimonio del poder de la colaboración y del
compromiso con el territorio.
Una de las anécdotas más emotivas fue la
de una mujer que, al recorrer la exposición, se detuvo frente a la paleta de
don Waldo Valenzuela. Conmovida, contó que había sido alumna suya y que, en sus
clases de artes plásticas, tuvo el privilegio de usar aquella misma paleta.
Su relato dio un giro inesperado a la
visita: de pronto, la obra dejó de ser un objeto expuesto y se convirtió en un
puente hacia la memoria viva de la enseñanza artística local.
Mi experiencia fue la de acompañar a los visitantes en un viaje donde lo personal y lo colectivo se entrelazaron, y donde cada mirada aportó un sentido nuevo.
Al final, entendí que lo que queda en el espacio no son solo las obras, sino también las huellas de quienes las contemplamos y nos dejamos transformar por ellas.

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