Una de las obras literarias más destacadas e
influyentes de la narrativa española y universal es “El ingenioso hidalgo Don
Quijote de la Mancha”, la novela que Miguel de Cervantes Saavedra presentó
en 1605, una novela llena de humor, idealismo humano, amarga
ironía, un canto a la libertad entre muchas otras cosas.
A partir de entonces, se empezó a calificar
como quijotería a la conducta de aquel que está convencido de la
existencia de cosas que, en realidad, son imaginarias, o que se esfuerza
por realizar cosas imposibles siendo una interpretación, de los ideales más
altos a que aspira la situación humana, lo inaccesible y lo excelso, la
limpieza del alma y la nobleza espiritual.
Por otra parte, situaciones extremas en la vida de las
personas como la muerte, la locura, el amor, el odio, la soledad, la guerra, la
tortura o el hambre que, entendemos o creemos que son externas a la vida
cotidiana, están, sin embargo, a un sólo paso de cada uno de nosotros, en ese
ámbito insustancial e indefinible que constituye lo probable.
Entonces, cuando una persona se encuentra en una de
esas vivencias, que se sitúan al borde del ser humano, cuando todo el orden
establecido se derrumba de golpe, es la consciencia de saberse ante ella, lo que
explicaría que las personas asuman
actitudes quijotescas.
Durante el transcurso de la historia de Chile, en
muchas ocasiones, se han producido situaciones límites que han hecho que las
personas salgan de su espacio seguro para ayudar a los demás.
Una de ellas, comenzó el 11 de septiembre de 1973 y dos
días más tarde, mientras la directiva de la Democracia Cristiana, apoyaba el
golpe de Estado, Andrés Aylwin Azócar y otros doce militantes corrían el riesgo
de firmar una declaración de rechazo categórico, al derrocamiento del gobierno
del presidente Allende y ese mismo día, iría al rescate de Jacques Chonchol,
exministro de Allende, que se escondía en la población La Victoria.
Él sería una de las primeras personas en darse cuenta
de lo que se constituiría, como el drama de los detenidos desaparecidos
iniciando una maravillosa labor como abogado en causas de derechos humanos.
Matías Rivas Aylwin recogería en su libro “Yo no soy
un Quijote”. El legado vivo de Andrés Aylwin Azócar”, la labor de su abuelo, como defensor de los derechos humanos durante la dictadura repartida en tres
épocas: la dictadura militar, la transición a la democracia y su retiro de la
vida pública en 1998.
El libro, es resultado de una investigación histórica
que trasciende los lazos sanguíneos, el autor se propone buscar la huella
señera que dejara su abuelo, con rigor y coraje, sin soslayar sinsabores y
desencuentros.
En el libro, se da cuenta de la tremenda tarea que,
primero, junto a los miembros del comité Pro Paz y luego junto a los
funcionarios de la Vicaría de la Solidaridad realizó a pesar de la indiferencia
de los jueces o del miedo imperante.
El denominador común es la defensa intransigente de
valores morales, ya que sus defendidos no eran sus amigos o compañeros de
partido sino personas desconocidas para él y que incluso, habían sido
adversarios políticos.
También, se muestra el rol que tuvieron los Tribunales
durante la dictadura militar, durante la cual, como sombras humanas elegantes y
cuidadosas de sus privilegios, presos de sus propias convicciones y normas,
fueron la imagen misma de la indiferencia sin importarles el dolor, la angustia
o el miedo o la protesta de los chilenos contra las injusticias sociales y las
desigualdades económicas que acompañaron la dictadura militar.
Por suerte, en un tiempo en que las lealtades
flaqueaban ya sea por el riesgo para la propia vida o la de la familia o bien,
por quedar bien con el poder, Andrés contó con el apoyo de la Vicaría de la Solidaridad, donde sus
funcionarios como Roberto Garretón y otros, hicieron que la esperanza se
refugiara en el actuar de hombres y mujeres que arriesgaron su integridad
personal para ayudar a quienes no conocían.
Este libro deja de ser una biografía y se transforma
en una historia sobre la memoria y sobre la resistencia a olvidar. También, es
un viaje hacia lo profundo de los recuerdos de una parte de nuestra historia
que, muchos quisieran olvidar, ya que hay quienes creen que recordar es caminar
hacia atrás pero no, la memoria es caminar hacia delante.
Por esa razón es que este libro, lleva hacia delante, porque abre los cajones cerrados de la memoria, los airea; convirtiendo el pasado en presente, alumbrando algunas zonas que estaban en la sombra resistiéndose al olvido, sin amnistía para la memoria.
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