Eso es lo que le sucede al lector de “Las niñas traviesas” libro publicado a comienzos de este mes, por Cocorocoq Editoras escrito por Marian Lutzky e ilustrado por Karina Cocq.
Tres niñas son las protagonistas Sayén, Muriel y Ariel Niñas que enjuician, imaginan y leen y que, en mayor o menor grado, observan críticamente su entorno.
Cada una de ellas, tiene una característica que la diferencia de las otras pero que al mismo tiempo son libres y fantasiosas; niñas que se sienten solas y a las que los adultos no escuchan ni responden sus preguntas y que sueñan, imaginan, leen y tienen ganas de crear bajo la lluvia valdiviana.
Estas tres niñas, viven su amistad como solo un trio de niñas puede hacerlo siendo fieles, rebeldes y alegres.
Ellas van creciendo juntas con toda la pasión y la rebeldía que se expresa en los años finales de la infancia y que marcan la entrada a la adolescencia.
Todos los relatos se desarrollan a través de un autor que tiene conocimiento total de todo lo narrado y por narrarse (historia), al igual que los sentimientos más íntimos de los personajes.
El libro se compone por distintos relatos que se percibe como un todo completo, sin reparar ni tener en cuenta las diferentes voces que lo forman, como si se escuchara una sinfonía. Es decir, no se pone atención a cada uno de los relatos por separado, sino que al conjunto de los textos porque hay una unidad temporal y territorial que enmarca la narración.
A pesar de percibir de modo unitario los relatos que componen el libro, no impide que el lector escuche una a una las diferentes voces que se van encontrando en el texto ya que la autora, supo construir el engranaje y la composición de las distintas voces que construyen su relato.
En el caso de este libro, la voz del narrador es la misma del autor que cuenta lo que sucede en la historia que reproduce de forma literal, los pensamientos de los personaje que se muestran sinceros, directos y menos elaborados que si existieran diálogos entre los personajes.
Pareciera que la niña interior que, a lo mejor, existe en el interior de la autora, le decía lo que tenía que escribir, habitó en ella durante la escritura y le decía que no pensara, que no analizara, sino que dejara hablar a las niñas escuchando esa voz que le hablaba al oído.
Para el novelista Leopoldo Alas, como para todos sus colegas del gran realismo, el objeto de la novela y del cuento es el hombre y la sociedad contemporánea, el hombre en su medio y desde luego el hombre en su espacio urbano o rural, espacio que, con el tiempo, es una de las coordenadas necesarias del relato.
La naturaleza está pues siempre más o menos presente en cualquier narración, pero mucho más en los relatos situados en el campo, y aun depende del grado de atención que le dedica el narrador y de la relación que éste es capaz de establecer entre los personajes y su entorno natural.
Lo que sucede con Las niñas traviesas es lo mismo que relata Benjamín Subercaseaux en el libro “Niño de lluvia”, novela aguda que muestra el Santiago de 1900 a través de la mirada inocente de un niño y en la cual, el autor describe su infancia y a sí mismo: "Los niños de lluvia nacen tristes, al decir de las gentes; no es verdad. Nacen preocupados, lo que no es lo mismo; si a veces su mirada parece tornarse sombría y su carácter, retraído, no es por culpa de ellos: los niños de lluvia podrían ser los más felices de la tierra si estuvieran solos en el mundo; pero hay los otros, los de sol".
Es lo que sucede en “Las niñas traviesas” donde la ciudad de Valdivia y la lluvia, marcan no solo la narración, sino que también, el ciclo de la vida y la rutina diaria de los personajes.
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