La ciudad, no es sólo un objeto de estudio muy
importante de las ciencias sociales, sino, un problema que ha ocupado y
preocupado a los hombres desde que éstos decidieron asentarse formando
agrupamientos estables.
Los asentamientos humanos, aún en sus formas más
simples, requieren de un mínimo de acuerdos sociales para asegurar el
equilibrio del grupo y que, de la fragilidad o solidez de dichos acuerdos,
depende fundamentalmente la estabilidad necesaria para la convivencia adecuada.
Por ello, la ciudad debe entenderse como un fenómeno
vivo y permanente, íntimamente ligado a la cultura con la que
comparte la característica de la complejidad, lo que invita a acometer su
estudio desde múltiples puntos de vista.
Asimismo, son numerosas las definiciones que se han
formulado sobre la ciudad a lo largo de la Historia, dependiendo del elemento
constitutivo sobre el que se fijara la atención. Por ejemplo, algunos autores
han destacado el elemento material (la pavimentación, el cierre amurallado, los
equipamientos), mientras que otros han atendido a las relaciones sociales o a
visiones utópico-filosóficas del fenómeno urbano.
Si hay un consenso, es que existe una relación básica
entre la presión demográfica y la cristalización de los primeros núcleos
urbanos y estos procesos se producen y reproducen, de manera independiente en
el tiempo y en el espacio.
El fenómeno urbano, la ciudad, es el apoyo fundamental
para la transformación global de la sociedad porque la ciudad, está unida así
al nacimiento de la sociedad clasista, al estado, a las relaciones de dominio,
a la escritura, a la historia.
Cada tipo de sociedad implica una ciudad característica
unida, inexorablemente, con su propia estructura social ya que, en cada
sociedad, destaca un elemento de la estructura social: el económico, el
político o el ideológico, dando lugar a un tipo de ciudad característico y a
unos elementos urbanos dominantes.
La ciudad capitalista es un centro de acumulación de
capital, un instrumento colectivo de reproducción social, el modo de usar el
espacio más favorable para la reproducción económica y un centro de
distribución e intercambio de mercancías.
Hace tiempo, el periodista Carlos Álvarez Cortés y el licenciado
en Historia Juan Pablo Ormazábal en conjunto con Mandrágora, publicaron el
libro “De Ñuñohue a La Reina. Viaje al patrimonio cultural e identidad de una
comuna”.
El libro, es una aproximación a la historia de la
comuna de La Reina, desde su historia prehispánica, pasando por los hechos
históricos de los siglos XIX y XX y los personajes que la habitaron tocando la
historia, patrimonio y estilo de vida de esa comuna y de sus habitantes.
“Ñuñoa es el origen de todo lo que hoy está a los pies
de la cordillera, desde el Mapocho al Maipo, incluida La Reina. Ñuñoa es la
derivación de Ñuñohue - “lugar de ñuños”-, nombre que los indígenas le daban a
esa tierra donde se daba la flor llamada ñuño”, dice Carlos Álvarez.
La Reina fue creada en 1964, instalándose sobre las
tierras más remotas de lo que hasta entonces administraba Ñuñoa. “Larraín sería
el origen de la denominación de La Reina, o visto desde el ángulo contrario, La
Reina habría surgido como deformación del apellido Larraín, según anota el
historiador, investigador y ensayista René León Echaiz en el libro: “Ñuñohue”
(1972).
“Su primer alcalde fue el arquitecto Eduardo Castillo
Velasco, quien se dedicó a solucionar los problemas que había: los vecinos más
alejados de la entonces Ñuñoa se sentían postergados, los servicios comunales y
el transporte no llegaban tan lejos, y los bordes de Arrieta y Tobalaba eran
basurales”, comenta Álvarez.
Cuando se creó La Reina en el gobierno de Frei
Montalva, Castillo Velasco impulsó la urbanización, los suministros de agua y
electricidad, los servicios de retiro de basura. “En el fondo humanizó la vida
de esos extramuros, que siempre tuvo una identidad: quienes llegaron a La Reina
vinieron a pensar, a crear y a vivir de una manera”, dice el autor.
Los Egaña, los
Larraín y los Arrieta, que tienen avenidas con sus nombres, o los Maroto, cuya
casa de 1920 hoy es la sede del Club de Jazz. “Pero también los vecinos
habituales, que hasta hoy defienden el estilo de vida a escala humana”,
concluye.
Ñuñoa presenció grandes cambios durante el siglo XX.
Pasó de albergar a gran parte de la clase alta santiaguina hasta mediados de
1970 (quienes han ido emigrando al sector nororiente de la capital) para
convertirse en una comuna fundamentalmente de clase media, media alta. En tanto
que su enorme crecimiento demográfico hacia 1980 (más de 600 mil habitantes)
produjo su división en varias comunas.
Egaña, Arrieta, Maroto y Larraín, cuatro linajes que
aquí se consideran una suerte de nobleza criolla de la precordillera. Son las
familias propietarias de estas tierras al oriente de la ciudad y que
protagonizaron, la historia de la comuna de La Reina, en este caso la
prehistoria de un territorio delimitado oficialmente apenas en 1964. Y entre
esos apellidos, posiblemente Larraín sea el más referencial.
“La familia fue
fundamental en el desarrollo cultural de la zona, no solo con las tertulias
literarias y musicales que realizaron en la casona entre 1889 y 1933, y a las
que asistían músicos e intelectuales extranjeros, como Ortega y Gasset. También
se ocuparon de la cultura popular con la construcción del Teatro Circo
Peñalolén, dedicado a la gente que vivía allí y trabajaba las tierras.
Había espectáculos de esparcimiento familiar, baile y
teatro”, cuenta Santiago Marín Arrieta, bisnieto del primer propietario, don
José Arrieta Perera, quien en 1870 le compró esas tierras a doña Margarita
Egaña, hija de Mariano Egaña.
El clan Parra Sandoval, Delia del Carril, Pablo de
Rokha, Pablo Neruda, Margot Loyola, Vicente Bianchi, Roberto Bravo, Nemesio
Antúnez, Roberto Pohlhammer han sido algunos de los vecinos ilustres de esta
comuna.
Entre los hitos patrimoniales están la antigua Villa
Grimaldi, la casa de la familia Maroto (actual Club de Jazz); la casa de la
familia de Gregorio Ossa (actual Casa de la Cultura de Ñuñoa), con los hermosos
jardines del parque Juan XXIII.
Además, está el Monasterio de San Rafael de las
Carmelitas Descalzas, cuya campana más antigua data de 1771, el colegio La
Salle, la Villa Paidahue, donde falleció el presidente Juan Antonio Ríos, entre
muchas obras que sería largo de nombrar.
Este libro, es un rescate patrimonial importante que
es útil para conocer el patrimonio que tienen los santiaguinos y de esa manera
aprender a amar y conservar parte importante de la historia patrimonial de la
capital chilena.