A lo largo de ocho kilómetros, la avenida Libertador General
Bernardo O'Higgins, es la principal avenida y columna vertebral de la
ciudad de Santiago, capital de Chile.
En ella se articula todo el transporte urbano de la capital.
Edificios públicos como ministerios, el Palacio de la Moneda, empresas, Bicicletas,
buses del Transantiago, edificios históricos como la Biblioteca Nacional,
construcciones modernas como la
Torre ENTEL o la Telefónica, oficinistas apurados, turistas,
comercio ambulante, vagabundos y perros callejeros.
Su trazado se hace el mismo día de la fundación de Santiago
de Nueva Extremadura, el 12 de febrero de 1541, cuando se construye el poblado
en una zona especial para evitar posibles ataques de invasores extranjeros o de
los indígenas, que habitaban el valle del Mapocho. Esa ciudad primigenia se extendía
entre el cerro fortaleza Huelén, la actual plaza de armas y los dos brazos del
Mapocho.
El cauce norte y
principal abastecía de agua a la ciudad, y el sur, un pequeño cauce que
transcurría por unos pocos kilómetros fue utilizado como basurero y por la ubicación
de un convento franciscano, se llamó a esta zona como La Cañada de San Francisco.
Sin embargo, el aspecto de vertedero que tuvo durante el período colonial
terminaría cuando en 1820, Bernardo O’Higgins Riquelme ordenó la
remodelación de La Cañada
y su conversión en la Alameda de Las Delicias donde, cuatro filas de
álamos traídos desde Mendoza, fueron plantados y se diseñaron platabandas
centrales.
Durante gran parte del siglo XIX, fue el paseo de la élite
chilena y la Pérgola
de las Flores, un mercado de estos productos, fue todo un símbolo del paseo.
Durante la administración de la ciudad de Benjamín
Vicuña Mackenna, el Cerro Santa Lucía fue convertido en paseo y se instalaron
estatuas a lo largo de la
Alameda.
En 1897, con la inauguración de la Estación
Central de Ferrocarriles, la
Alameda fue extendida hacia el poniente.
Ya en el siglo XX los automóviles, comenzaron a dominar
la avenida y las micros, buses de la locomoción colectiva, produjeron un caos
en la Alameda
debido a la gran cantidad de máquinas que transitaban por la avenida. Durante
los años 70’,
fue completamente modificada, debido a la construcción de la carretera
panamericana y de la primera línea del Metro de Santiago, que la recorre, de
manera subterránea, en su totalidad.
Vólker Gutiérrez, especialista en historia urbana destaca
que “la Alameda
es movimiento, efervescencia. Sus calzadas, veredas, jardines y edificios no
sólo se han visto copados por miles de personas, sino que millones han
observado las imágenes de movilizaciones con esta escenografía de fondo (…) las
razones que llevan a la
Alameda a cumplir este rol son históricamente profundas”.
Seguramente esas y otras razones fueron las que llevaron al artista
Vicente José Cociña a entregar una mirada personal de las dos líneas de
fachadas de la
Alameda Libertador Bernardo O´Higgins, desde las veredas sur
y norte de esta arteria urbana.
Una mirada ciudadana y artística a la Alameda, a mano alzada, es
la que pensó y llevó al papel el dibujante Vicente Cociña en su libro “Alameda
–de ida y vuelta- con textos de Vólker Gutiérrez y publicado por Letra Capital
Ediciones.
Durante años Cociña vivió en el Barrio de los Obispos, un
poco más arriba de Plaza Italia, y cuando tenía que ir al centro, elegía irse
caminando. Así fue madurando la idea de dibujar las fachadas norte y sur de esa
céntrica vía capitalina.
Durante un año, Cociña se paró en las aceras de la principal
avenida de Santiago y fue trazando con minuciosidad las imágenes en que
desfilaban personas, edificios, árboles, vehículos. El resultado fueron dos
largos pliegos con un perfil de cada acera de la Alameda, entre Plaza
Baquedano y la carretera Norte-Sur, que se transformó en un libro desplegable
de seis metros de extensión, al que se agregó información de cuarenta hitos de
ese tramo de la arteria capitalina, investigados y escritos por Vólker
Gutiérrez, y presentados en español e inglés.
En este libro, se da a conocer una representación en dibujo
de toda la línea continua de la
Alameda -desde Plaza Baquedano hasta la intersección con la
carretera Panamericana- que busca dar cuenta de las contradicciones de una
ciudad que puede ser acogedora y hostil al mismo tiempo y que quiere
visualizar, todo lo que el transeúnte deja de ver por estar situado entre las
dimensiones extremas de lo muy grande y lo muy pequeño en el cual se profundiza
el legado arquitectónico e histórico de la Alameda.
Cociña explicó que “hay muchos elementos históricos,
políticos, arquitectónicos y cotidianos en la Alameda. Tenía que
estar La Moneda,
las casas centrales de la
Universidad de Chile y la Católica. Además,
la entrada y salida a otros lugares como el barrio París-Londres, al paseo
Estado”,
En un primer momento,
pensó en dibujar los edificios desde Plaza Italia a Estación Central, pero
finalmente le pareció que era un proyecto demasiado ambicioso entonces, partió desde
Plaza Italia, dividiendo la avenida en tramos. El primero llegaba hasta
Portugal. Antes de dibujar, sacó fotografías de ambos lados y tomó apuntes de
elementos que no quedan claros en las imágenes porque las entradas de Portugal y Lastarria no están frente a frente,
sino que hay un pequeño desplazamiento al cual había que poner atención.
Luego, en su taller, con un lápiz negro para dibujo técnico
y sin usar reglas, sino que a mano alzada, se puso a trabajar.
Cociña define la arquitectura de la Alameda como democrática
ya que “sus fachadas son heterogéneas y visualmente muy interesantes: al lado
de un edificio neoclásico hay uno modernista y así. Eso quiere decir que hay
cabida para todo tipo de estilos”.
Aunque en ningún momento pensó transformar el libro en un
registro histórico, el texto en mismo se transformó en una fotografía de un
momento histórico de esta arteria, por la cual ha transitado la historia de
Chile.
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