El libro “La arquitectura moderna en Chile (1907-1942). Revistas
de arquitectura y estrategia gremial” del arquitecto Max Aguirre González será
presentado próximamente por Editorial Universitaria para dar a conocer como una
realidad implacable hizo que la arquitectura respondiera a los cambios históricos
que se produjeron en Chile.
La tesis del trabajo es que más allá de un proceso de
transculturización, la modernización de la arquitectura en Chile estuvo
“claramente vinculada a la afirmación de una clase profesional que, apoyada en
el conocimiento científico de los procesos constructivos intentó, simultáneamente, afianzar su propia
identidad y resolver problemas sociales concretos”.
Este estudio tiene el mérito de buscar el impulso del
desarrollo de esta profesión no en factores externos, que de hecho
contribuyeron a su modernización, sino que buscó los orígenes en causas
internas en un espacio geográfico y circunstancias históricas y sociales muy
concretas.
Los arquitectos chilenos, en el período que se analiza, contribuyeron
a solucionar incipientes problemas sociales y económicos en un país
frecuentemente sacudido por seísmos que han obligado a una continua reconstrucción.
El libro, se estructura en torno a seis capítulos. En ellos,
Aguirre muestra que la modernidad en la arquitectura llegó de manos de la
revolución industrial, del seísmo, de las publicaciones y de la actividad
gremial.
Para el autor, la transformación urbana y la aparición de
las viviendas populares es uno de los factores que marcan la aparición de la
modernidad en la arquitectura.
El impacto de lo cambios sociales, políticos y económicos
que conllevó la revolución industrial (industrialización de la producción; incorporación
masiva de la máquina como recurso principal de este proceso; la migración
masiva desde el campo a las nuevas zonas industriales) llegaron a Chile de la
mano de la explotación de los recursos mineros (cobre, carbón y salitre) de lo
que emergieron nuevos requerimientos que llevaron a una transformación urbana.
En el libro se establece que en estos enclaves industriales se
aplicaron criterios de planificación y trazado urbanístico ya que se dispuso de
sectores de viviendas, zonas de esparcimiento, emplazamientos de edificios
públicos (escuelas, iglesias, hospitales y otros), se abrieron calles, se
crearon plazas. En estas construcciones se emplearon materiales de la zona como
tierra y piedra y otros de avanzada tecnología para la época como fueron el
acero, el hormigón armado, la plancha ondulada de acero zincado, la madera
terciada como también sistemas constructivos en base a elementos estandarizados
y de prefabricación.
Uno de los fenómenos culturales más evidentes de esta
transformación fue la aparición de las viviendas populares, provocado por el
explosivo aumento de la población y de su concentración en las ciudades en un
tiempo relativamente corto.
Aguirre expresa que este fenómeno congregó a los
trabajadores en torno a sus actividades e indujo el nacimiento de una
conciencia de clase inexistente hasta entonces, que hizo de estos problemas
causa común para incentivar las asociaciones gremiales, políticas o simplemente
reivindicativas, entonces la arquitectura va dejando atrás la tradición histórica,
estética y clásica que venía de la
Grecia antigua y pasa a ser una arquitectura en la cual, “el
problema de la vivienda es un asunto de la época moderna” como diría Le
Corbusier.
Otro factor que empuja a la arquitectura hacia la modernidad
fueron los grandes seísmos ocurridos en Chile a comienzos del siglo XX. El terremoto
de Valparaíso, ocurrido en 1906, puso en crisis el adobe; el de Talca de 1928
impulsó la promulgación de la primera Ordenanza de Construcciones que exigió cálculo
de las estructuras, uso de albañilería reforzada, permiso de edificación y
planes reguladores. Con el de Chillán, ocurrido en enero de 1939, quedó al
descubierto la falta de rigor en el cumplimiento de las normas vigentes y abrió
la inusual posibilidad de reconstruir totalmente la ciudad, lo que coincidió
con la primera generación de arquitectos titulados bajo la reforma de la
enseñanza de la arquitectura.
En otro capítulo, se destaca el rol de los arquitectos que
agrupados en una agrupación gremial son capaces de impulsar, en un período de
treinta y cinco años, cinco iniciativas como son: la creación del colegio
gremial, el apoyo a la creación de facultades de arquitectura como centros
universitarios independientes de los de ingeniería; la participación en los
congresos continentales; la propuesta de reglamentos de edificación y la
publicación de revistas.
En otro acápite, se toca la aparición de manifestaciones de
cambios culturales que comprometen el quehacer de los arquitectos. También se
expone como los arquitectos en las revistas, se hacen cargo del impacto que tiene
la modernización cultural y finalmente como hay un cuestionamiento y crisis de
los estilos y los ornamentos como recursos fundamentales de la generación
arquitectónica.
El libro de Max Aguirre, nos introduce al aporte de los
profesionales de esta área a la modernización de la arquitectura en Chile y cómo
se responde a los cambios poblacionales que se producen, especialmente, en las
ciudades y que marcan el desarrollo de los acontecimientos históricos del siglo
XX.
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