La dominación territorial, el ejercicio del poder y las
confrontaciones por la superioridad han sido las constantes en los conflictos étnicos
durante toda la historia de la humanidad.
Estos conflictos, se enmarcan (por lo menos los más
recientes) en la globalización económica, social y cultural que busca la
homogeneización cultural y cuyo vehículo son los medios masivos de
comunicación, que tienen como objetivo la unificación de los hábitos de consumo
y a la fusión de los diferentes estilos en un solo estilo de vida.
Los pueblos originarios de nuestro país, entre ellos los
mapuches, se ubican en los segmentos sociales más castigados dentro de la
población más pobre. Lo que ha provocado una resistencia étnica.
En la diaria pelea por la existencia, los descendientes de
los pueblos originarios han elaborado distintas modalidades de resistencia
étnica con particulares propias de los países latinoamericanos en las cuales se
ha desarrollado. Pero, siempre siguiendo la lógica del vínculo dominación/
sometimiento.
Por espacio de trescientos años desde 1552 hasta 1852,
Arauco dividió la geografía del estado chileno, cortando el territorio en
dos. No por nada en 1569 Alonso de Ercilla publica la primera parte de su poema
épico La Araucana, dando cuenta de este “Arauco indómito”.
La región de la
Araucanía fue la última en incorporarse al dominio del Estado
chileno, concluyéndose la denominada “pacificación” con la recuperación de
Villarrica en 1883.
No faltaron aventureros, como Orélie Antoine de Tourens,
quien en 1860 se proclamó rey de la Araucanía y la Patagonia con el apoyo
de diversos caciques. Ya en 1641, España reconoció la independencia de la
región en el Tratado de Quillín, y por tanto este denominado reino constituía
un real peligro en un país cortado en dos partes, con Valdivia como frontera
sur y el río Bío-Bío como frontera norte.
Héctor Vázquez, en su artículo “Procesos identitario,
“minorías” étnicas y etnicidad: los mapuches de la República Argentina”
establece que “ dicho proceso de conquista y colonización que vehiculizó un
sistemático genocidio y etnocidio y que concluyó con la destrucción de los
ecosistemas de los territorios indígenas, impulsando la sobreexplotación
económica, la marcada tendencia hacia la desterritorialización y a distintos
modos de discriminación, no se hizo sin una fuerte resistencia por parte de los
pueblos indígenas”.
“Arauco tiene una
pena/ Que no la puedo callar, /Son injusticias de siglos/ Que todos ven
aplicar,/ Nadie le ha puesto remedio/ Pudiéndolo remediar./ Levántate,
huenchullán”.
Los versos anteriores podría haber sido la introducción para
el libro “Arauco en llamas” escrito por Miguel Ángel Roa y publicado por Momentum.
La novela se centra en la lucha del pueblo mapuche por la
autodeterminación y la restauración del territorio que ellos, sienten que se la
ha sido enajenado ilícitamente. Se inicia en una comunidad, en la cual, el
personaje principal, Galvarino, es un joven que ansía seguir en su entorno por
su amor a la tierra en que nació y su pasión, por una joven que lo persigue y
lo atormenta a lo largo del relato.
Acontecimientos y vivencias familiares llevan a parientes
del protagonista a emigrar hacia Santiago mostrando la realidad de las familias
mapuches cuando intentan insertarse en el medio urbano.
En este entorno, el tío de Galvarino asiste a actividades de
grupos organizados donde presencia exposiciones acerca del origen del conflicto
mapuche, y se entera de la historia de la nefasta colonización del wallmapu
(territorio), primero por los españoles y luego por el estado chileno. Entre
esas vivencias se encuentra con un joven mapuche vecino en su comunidad, que va
y viene del sur con misteriosas encomiendas. Por verse indirectamente
involucrado en esas actividades, tiene problemas en su trabajo, y se culpa para
evitar el despido de su primo, quien lo ha acogido en su casa, y vuelve al
sur.
En tanto en las comunidades ocurren varios incidentes en que
está implicado un joven weichafe (guerrero). La trama describe situaciones que terminan
en sentimientos desencadenados, drama y tragedia. Los diálogos, discursos y
acontecimientos son ficticios, pero basados en la realidad de los últimos
tiempos y de la historia.
Resentimientos, arbitrariedades, odios, discriminación desde
la sociedad chilena y desde los mapuches son las emociones que a veces de
manera abierta o más bien soterradas, llenan este relato mostrando como la
inquina va llenando la vida de quienes siempre se ven dejados de lado.
El actual enfrentamiento está gatillado, entre otras cosas,
por el incumplimiento de parte del Estado chileno de un compromiso adquirido en
2008 para la adquisición de tierras para 115 comunidades a lo que se sumó la
adjudicación arbitraria de tierras para algunas de las comunidades.
A lo anterior, se suma un clima de impunidad judicial, sin
que a los presos mapuche se les apliquen las garantías jurídicas debidas y que
continúe la depredación medioambiental puesto que se ha mantenido e
intensificado la actividad forestal, hidroeléctrica y la salmonicultura en
tierras mapuches.
A la sociedad chilena le cuesta reconocer que, a pesar de
estar insertos en un mundo globalizado, es mestiza y además, estamos viviendo
un proceso identitario muy influenciado por el entorno porque, estamos muy
influenciados por culturas extranjeras como lo son la norte americana y la
europea, lo que hace que cada día nos sintamos menos identificados con nuestros
pueblos originarios.
La discriminación racial es un hecho que no puede tolerarse,
sin embargo ¿por qué se dará esta situación de discriminación a los indígenas
cuando fueron y son quienes crearon parte de la cultura actual chilena?
Por ello, el gran desafío de nuestra sociedad,
es reconocer
nuestros orígenes y sentirnos orgullosos de ellos, ya que gracias a los
indígenas que existían antes de la colonización española, podemos tener una
identidad propia.