jueves, 16 de marzo de 2017

La trama oculta del poder: devorándose a ellos mismos.



En un artículo preparado por Elisa Wiener Bravo “la concentración de la propiedad de la tierra en América Latina: una aproximación a la problemática actual” se explica que América Latina fue concebida, como un territorio proveedor de materias primas, un lugar para extraer recursos”.

Lo anterior, facilitó la concentración de la propiedad rural manteniendo a su población en la pobreza, limitando el acceso de los campesinos a tierras más productivas, generando efectos negativos en el medio ambiente y por último, ayudando a que las actividades productivas se conduzcan por las posibilidades de negocios que no siempre coinciden con las prioridades de la población.

El latifundio era una forma legal de ejercer dominio territorial y control político, asociado a grupos conservadores, a empresas transnacionales cuyos objetivos eran la acumulación económica y política.

Según el trabajo de Jacques Chonchol “La reforma agraria en America Latina”, esta concentración de tierras se había iniciado en la región en la época colonial, mediante la formación de los grandes latifundios (haciendas) ganaderos o cerealeros en las zonas templadas y de plantaciones en las regiones tropicales o subtropicales, viéndose reforzada luego de los procesos independentistas de principios del siglo XIX.

A lo anterior se añadió, décadas más tarde, la ampliación del territorio desplazando la frontera interna y la economía tradicional eliminando, de paso, a las poblaciones originarias. Esto sucedió en toda América Latina dando paso a un aumento considerable a la superficie agraria y

agropecuaria destinada a la exportación”.

“Todos estos procesos generaron en aquellos años una enorme expansión de los sistemas productivos, la ocupación de nuevos espacios, fenómenos masivos de emigración para resolver el problema de la falta de mano de obra (con europeos del Mediterráneo, sobre todo italianos, españoles y portugueses y aún con emigrantes del extremo oriente como chinos, japoneses e hindúes), el desarrollo de una potente agroindustria (frigoríficos, secadores de café, centrales azucareras, instalaciones de ferrocarriles y portuarias para las compañías bananeras) y la multiplicación de los medios modernos de comunicación (ferrocarriles y navíos mucho más potentes y veloces), añade Chonchol.

Esto permitió ampliar la capacidad productiva y exportadora consolidando el latifundio sobre el espacio agrícola. Pero, al mismo tiempo, las comunidades rurales se empobrecieron y sus habitantes se vieron obligados a trabajar en las haciendas que ocupaban sus antiguas tierras.

Frente a esta situación, las reformas agrarias que se empezaron a realizar durante el siglo XX, tuvieron como objetivo redistribuir la tierra a favor de quienes no tenían o bien, de los pequeños agricultores justo cuando, los gobiernos creaban políticas agrícolas que los favorecían ya que tenían claro que eran necesario políticas nuevas para el desarrollo económico y social de los países apoyados en un contexto internacional que presionaba hacia una transformación en las estructuras agrarias de producción. 

Este es el contexto histórico del libro, La trama oculta del poder. Reforma agraria y comportamiento político de los terratenientes chilenos, 1958-1973 cuyo autor, es el profesor argentino Óscar Oszlak y publicado por LOM Ediciones.

En el libro, Oszlak relata que “vine a Chile a hacer una tesis doctoral y me encontré, que el tema central en ese momento era la reforma agraria y tuve la suerte de poder acceder, en ese momento, a las actas de sesiones del consejo directivo de la Sociedad Nacional de Agricultura (SNA). Y ahí, me encontré con la fuente de información realmente excepcional para un investigador social. Porque ahí, estaba planteado de manera directa, sin tapujos y de una manera casi impune el pensamiento profundo de los integrantes del consejo.

Accedí a los archivos de la SNA luego de una entrevista con su presidente, porque me interesaba conocer la posición de los empresarios agrícolas frente a la reforma agraria. 

Sin preverlo, pude consultar una valiosísima base de datos que contenía información hasta el momento en que arribé a Chile (diciembre de 1969)”.
 
Durante cuatro meses copio reunió todo el material que le pareciera pertinente y en ellos incluyó tesis doctorales, libros, artículos, discusiones en el congreso, entrevistas con los ex presidentes de la SNA y una serie de recortes periodísticos que de manera oculta le hicieron llegar después del Golpe de Estado en Chile.

Por falta de financiamiento dejó el tema de lado y a lo largo de 47 años mantuvo la ilusión de terminar el libro.

Para Oszlak, “la experiencia chilena, en tal sentido, fue un caso más dentro de un contexto históricamente proclive a la adopción de este tipo de políticas. Lo singular del caso chileno, es el hecho de haberse iniciado tibiamente durante un gobierno conservador, de haber avanzado bajo un gobierno democristiano más progresista y de haber alcanzado su punto culminante bajo un gobierno revolucionario”.

El profesor argentino estima que “no es fácil precisar un momento de comienzo del proceso de la reforma agraria. Para mi, está al comienzo del gobierno de Jorge Alessandri, debido a que es en el segundo año de su mandato cuando encuentro las primeras referencias a propuestas de iniciar una reforma agraria, sobre todo por la inquietud que ello despierta en la burguesía terrateniente porque pese a su enorme poder como caracterizado sector de la clase dominante chilena, los empresarios agrícolas arrastraban por entonces el estigma de ser los principales responsables del estancamiento en la producción del sector, que venía produciéndose desde muchos años atrás.

La reforma de Alessandri, se la llamó “de macetero”, porque de hecho fue inocua desde el punto de vista del proceso de expropiación y redistribución de la tierra. Él se vio forzado a adoptar una ley, casi inaplicada, a raíz de la presión de los Estados Unidos, cuando el presidente Kennedy, que temía el posible impacto de la revolución cubana, lanzó la llamada Alianza para el Progreso, una política que supeditaba la concesión de créditos y ayuda externa a la adopción de varias leyes importantes, entre ellas, la de Reforma Agraria.

Pero también comenzaban a producirse presiones desde los partidos políticos (el Partido Radical condicionó ingresar a una coalición con el gobierno a que se discutiera un proyecto de reforma agraria), la prédica de la Iglesia, la posición de los industriales y el comienzo de los movimientos campesinos. Obviamente, todos estos procesos sociales tuvieron repercusión posterior y crearon una creciente amenaza al sector terrateniente”

Ahora bien, el libro de Oscar Oszlak no analiza si los gobiernos cometieron errores o no en el diseño e implementación de esta política sino que las consecuencias sobre el comportamiento de los agricultores.

“Pero es evidente que al profundizarse el grado de radicalización de la política gubernamental en materia de expropiaciones y estatizaciones de empresas, el gobierno de la Unidad Popular consiguió estrechar, mucho más que antes, los contradictorios lazos que mantenían las distintas fracciones de la burguesía, unificando así el frente opositor”, añade Oszlak en su libro.

En la portada del libro se ve una corrida de toros y el momento en que se mata al toro. Estas imágenes sirven de metáfora para preguntarse si la reforma Agraria fue un éxito o un fracaso ya que cincuenta años después, la agricultura se ha convertido en uno de los sectores más competitivos de Chile.

Alfonso Dingemans, académico del Departamento de Historia, Universidad de Santiago de Chile explica que “la metáfora de la corrida de toros, que representa los “tres tiempos” de la Reforma, ilustra en realidad bien esta indefinición de objetivos: ¿para qué queremos matar un toro? ¿Qué propósito sirve? Así, la corrida evoca más bien imágenes de vidas perdidas, inútilmente sacrificadas, donde el fin y el medio fueron confundidos. Una mayor atención al contexto habría permitido darle sentido a esta corrida.

Para el académico Dingemans, “la Reforma Agraria fue un éxito ya que permitió romper de forma irreversible una institución excluyente que ni siquiera el gobierno de Pinochet revirtió por completo. La redistribución de los terrenos reconfiguró de forma permanente el agro chileno. La era de los terratenientes, al menos de los tradicionales, había llegado a su fin”.

Desde entonces, especialmente desde el 16 de julio de 1967, estos cambios estructurales fueron tan profundos en la agricultura que transformó la reforma agraria en uno de los temas de mayor interés político, económico, social e histórico cuyas consecuencias aún se hacen sentir y de la cual, aún no se escribe la última palabra.

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