En un artículo preparado por Elisa Wiener Bravo “la
concentración de la propiedad de la tierra en América Latina: una aproximación
a la problemática actual” se explica que América Latina fue concebida, como un
territorio proveedor de materias primas, un lugar para extraer recursos”.
Lo anterior, facilitó la concentración de la propiedad rural
manteniendo a su población en la pobreza, limitando el acceso de los campesinos
a tierras más productivas, generando efectos negativos en el medio ambiente y
por último, ayudando a que las actividades productivas se conduzcan por las
posibilidades de negocios que no siempre coinciden con las prioridades de la
población.
El latifundio era una forma legal de ejercer dominio
territorial y control político, asociado a grupos conservadores, a
empresas transnacionales cuyos objetivos eran la acumulación económica y
política.
Según el trabajo de Jacques Chonchol “La reforma agraria en
America Latina”, esta concentración de tierras se había iniciado en la región
en la época colonial, mediante la formación de los grandes latifundios
(haciendas) ganaderos o cerealeros en las zonas templadas y de plantaciones en
las regiones tropicales o subtropicales, viéndose reforzada luego de los
procesos independentistas de principios del siglo XIX.
A lo anterior se añadió, décadas más tarde, la ampliación
del territorio desplazando la frontera interna y la economía tradicional
eliminando, de paso, a las poblaciones originarias. Esto sucedió en toda
América Latina dando paso a un aumento considerable a la superficie agraria y
agropecuaria destinada a la exportación”.
“Todos estos procesos generaron en aquellos años una enorme
expansión de los sistemas productivos, la ocupación de nuevos espacios,
fenómenos masivos de emigración para resolver el problema de la falta de mano
de obra (con europeos del Mediterráneo, sobre todo italianos, españoles y
portugueses y aún con emigrantes del extremo oriente como chinos, japoneses e
hindúes), el desarrollo de una potente agroindustria (frigoríficos, secadores
de café, centrales azucareras, instalaciones de ferrocarriles y portuarias para
las compañías bananeras) y la multiplicación de los medios modernos de
comunicación (ferrocarriles y navíos mucho más potentes y veloces), añade
Chonchol.
Esto permitió ampliar la capacidad productiva y exportadora consolidando
el latifundio sobre el espacio agrícola. Pero, al mismo tiempo, las comunidades
rurales se empobrecieron y sus habitantes se vieron obligados a trabajar en las
haciendas que ocupaban sus antiguas tierras.
Frente a esta situación, las reformas agrarias que se
empezaron a realizar durante el siglo XX, tuvieron como objetivo redistribuir
la tierra a favor de quienes no tenían o bien, de los pequeños agricultores
justo cuando, los gobiernos creaban políticas agrícolas que los favorecían ya
que tenían claro que eran necesario políticas nuevas para el desarrollo
económico y social de los países apoyados en un contexto internacional que
presionaba hacia una transformación en las estructuras agrarias de producción.
Este es el contexto histórico del libro, La trama oculta del
poder. Reforma agraria y comportamiento político de los terratenientes
chilenos, 1958-1973 cuyo autor, es el profesor argentino Óscar Oszlak y
publicado por LOM Ediciones.
En el libro, Oszlak relata que “vine a Chile a hacer una
tesis doctoral y me encontré, que el tema central en ese momento era la reforma
agraria y tuve la suerte de poder acceder, en ese momento, a las actas de
sesiones del consejo directivo de la Sociedad Nacional
de Agricultura (SNA). Y ahí, me encontré con la fuente de información realmente
excepcional para un investigador social. Porque ahí, estaba planteado de manera
directa, sin tapujos y de una manera casi impune el pensamiento profundo de los
integrantes del consejo.
Accedí a los archivos de la SNA luego de una entrevista con su presidente,
porque me interesaba conocer la posición de los empresarios agrícolas frente a
la reforma agraria.
Sin preverlo, pude consultar una valiosísima base de datos
que contenía información hasta el momento en que arribé a Chile (diciembre de
1969)”.
Durante cuatro meses copio reunió todo el material que le
pareciera pertinente y en ellos incluyó tesis doctorales, libros, artículos,
discusiones en el congreso, entrevistas con los ex presidentes de la SNA y una serie de recortes
periodísticos que de manera oculta le hicieron llegar después del Golpe de
Estado en Chile.
Por falta de financiamiento dejó el tema de lado y a lo
largo de 47 años mantuvo la ilusión de terminar el libro.
Para Oszlak, “la experiencia chilena, en tal sentido, fue un
caso más dentro de un contexto históricamente proclive a la adopción de este
tipo de políticas. Lo singular del caso chileno, es el hecho de haberse
iniciado tibiamente durante un gobierno conservador, de haber avanzado bajo un
gobierno democristiano más progresista y de haber alcanzado su punto culminante
bajo un gobierno revolucionario”.
El profesor argentino estima que “no es fácil precisar un
momento de comienzo del proceso de la reforma agraria. Para mi, está al
comienzo del gobierno de Jorge Alessandri, debido a que es en el segundo año de
su mandato cuando encuentro las primeras referencias a propuestas de iniciar
una reforma agraria, sobre todo por la inquietud que ello despierta en la
burguesía terrateniente porque pese a su enorme poder como caracterizado sector
de la clase dominante chilena, los empresarios agrícolas arrastraban por
entonces el estigma de ser los principales responsables del estancamiento en la
producción del sector, que venía produciéndose desde muchos años atrás.
La reforma de Alessandri, se la llamó “de macetero”, porque
de hecho fue inocua desde el punto de vista del proceso de expropiación y
redistribución de la tierra. Él se vio forzado a adoptar una ley, casi
inaplicada, a raíz de la presión de los Estados Unidos, cuando el presidente
Kennedy, que temía el posible impacto de la revolución cubana, lanzó la llamada
Alianza para el Progreso, una política que supeditaba la concesión de créditos
y ayuda externa a la adopción de varias leyes importantes, entre ellas, la de
Reforma Agraria.
Pero también comenzaban a producirse presiones desde los
partidos políticos (el Partido Radical condicionó ingresar a una coalición con
el gobierno a que se discutiera un proyecto de reforma agraria), la prédica de la Iglesia, la posición de
los industriales y el comienzo de los movimientos campesinos. Obviamente, todos
estos procesos sociales tuvieron repercusión posterior y crearon una creciente
amenaza al sector terrateniente”
Ahora bien, el libro de Oscar Oszlak no analiza si los
gobiernos cometieron errores o no en el diseño e implementación de esta
política sino que las consecuencias sobre el comportamiento de los
agricultores.
“Pero es evidente que al profundizarse el grado de
radicalización de la política gubernamental en materia de expropiaciones y
estatizaciones de empresas, el gobierno de la Unidad Popular
consiguió estrechar, mucho más que antes, los contradictorios lazos que
mantenían las distintas fracciones de la burguesía, unificando así el frente
opositor”, añade Oszlak en su libro.
En la portada del libro se ve una corrida de toros y el
momento en que se mata al toro. Estas imágenes sirven de metáfora para
preguntarse si la reforma Agraria fue un éxito o un fracaso ya que cincuenta
años después, la agricultura se ha convertido en uno de los sectores más
competitivos de Chile.
Alfonso Dingemans, académico del Departamento de Historia,
Universidad de Santiago de Chile explica que “la metáfora de la corrida de
toros, que representa los “tres tiempos” de la Reforma, ilustra en
realidad bien esta indefinición de objetivos: ¿para qué queremos matar un toro?
¿Qué propósito sirve? Así, la corrida evoca más bien imágenes de vidas
perdidas, inútilmente sacrificadas, donde el fin y el medio fueron confundidos.
Una mayor atención al contexto habría permitido darle sentido a esta corrida.
Para el académico Dingemans, “la Reforma Agraria
fue un éxito ya que permitió romper de forma irreversible una institución
excluyente que ni siquiera el gobierno de Pinochet revirtió por completo. La
redistribución de los terrenos reconfiguró de forma permanente el agro chileno.
La era de los terratenientes, al menos de los tradicionales, había llegado a su
fin”.
Desde entonces, especialmente desde el 16 de julio de 1967, estos
cambios estructurales fueron tan profundos en la agricultura que transformó la
reforma agraria en uno de los temas de mayor interés político, económico, social
e histórico cuyas consecuencias aún se hacen sentir y de la cual, aún no se
escribe la última palabra.
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