El origen de la palabra viaje se encuentra en el idioma
catalán ya que viene de viatge, que a su vez procede del vocablo
latino via, que puede traducirse como “camino”
Según la definición más común, viaje es “la acción y
efecto de viajar (trasladarse de un lugar a otro por cualquier medio de
locomoción)” y el concepto engloba el traslado en sí mismo, el tiempo en que se
hace dicho traslado y la ida a cualquier destino elegido.
Implica un cambio en la ubicación de las personas y los
motivos pueden ser muy variados desde vacaciones pasando por atender asuntos
familiares o bien puede ser realizado como un camino para encontrar la propia
identidad.
El algunas oportunidades viajar es parte de la necesidad
urgente de realizar un cambio importante en la propia vida ya que la monotonía,
la rutina diaria termina por saturar y viajar es dar un giro a la vida, para
sacarle el jugo.
En todo caso, todo viaje es una forma de cambiar, de
renovación o de búsqueda de trascendencia, por lo tanto, implica cambios que
suelen ser muy duros para la mayoría de las personas, por lo que la decisión de
hacerlos se mueve entre el miedo que se tiene a cualquier cambio que se pueda
producir en la actual monotonía y la necesidad irrevocable del mismo.
Sin embargo, ¿tiene un real sentido ir de un sitio a otro? Lo
que le da sentido a ese viaje es lo que sucede en medio del trayecto que tendrá
vida propia en la medida que avancemos. ¿Qué sabemos de ese trayecto? Que está
lleno de incertidumbre, que nunca sabemos con que nos iremos a encontrar en los
próximos minutos. Nada más.
A comienzos de este año, Lolita Editores presentó el libro
“Tres Viajes” de Francisco Mouat en el cual, a través de tres relatos se
introduce en la aparente fragilidad de tres personas que viajan a través de las
catástrofes enfrentándose a sus miedos personales y las precariedades del viaje
que realizan.
El primero de esos viajes es el de un médico a la guerra de
Vietnam, donde vive y observa los horrores de la guerra como asesinatos,
ajustes de cuentas, fusilamientos, torturas y venganzas que se hicieron en uno
y otro bando además, de saber de la muerte de compañeros de labores.
El segundo viaje relata el viaje del protagonista al sur de
Chile en los años ochenta para participar en la llamada “guerra del loco” una
situación generada por la veda del loco, en que año a año en el archipiélago de
Chiloé, se vive una pelea que mueve millones de pesos y que puede tener tanta o
más adrenalina que si jugara Chile en la semifinal del Campeonato Mundial de
Fútbol. Lo distinto es que esta es una competencia clandestina que mantiene en
vilo a numerosos medianos y pequeños empresarios que cosechan locos en áreas
marítimas de manejo a riesgo de la vida y de la cosecha de locos que, en
algunos casos, es arrebatada por otros enfrentándose incluso a tiros.
El tercer relato, es el viaje de una mujer en su lucha
contra el cáncer de mamas que finalmente la derrota.
Curiosamente, al llegar al tercer relato, el interés del
lector no se mantiene en el mismo nivel que en los relatos anteriores. La razón
principal podría ser que no se divisa como la protagonista enfrenta este viaje.
Al viajar, las personas se adaptan a nuevos entornos, a
nuevas condiciones de vida, que generalmente distan mucho de las que se tienen
en casa; se socializa con personas muy diferentes; se aprende de distintas
culturas y se comienza a entender que el propio conocimiento limitado y se
aprende a tener una visión más rica, precisa y global del mundo y de la vida.
Eso pasa con los dos primeros relatos. Uno ve la evolución
de los protagonistas, que de sus viajes volvieron más maduros, más centrados en
sus objetivos de vida y menos egoístas pero no sucede lo mismo con el tercero.
El tercero, es tratado sin profundidad, sin mostrar lo que va sintiendo la
persona y sólo mostrando lo práctico que vive un paciente de cáncer, anotando
el control del día siguiente, los medicamentos que tenía que tomar pero nada
más llevando al libro, de más a menos.
Paola San Martín, especialista
en Psicooncología, Dolor y Cuidados Paliativos de la unidad de dolor y cuidados
paliativos de la Clínica
Oncológica Arturo López Pérez explica que “cuando el paciente
sabe que su enfermedad está en una etapa terminal, hace una remembranza de toda
su vida y piensa en lo que no va a alcanzar a hacer producto de esta nueva situación
y la enfrenta como haya afrontado situaciones límites durante su vida. Si son
jóvenes, puede ser de manera esperanzadora o muy angustiante. Y, si son
personas mayores sienten que su ciclo vital ha llegado a su fin ya que ha hecho
su vida a través de lo esperado.
Ahora bien, los que más se niegan a afrontar esta situación
terminal son los familiares directos que niegan la realidad y la noticia
aferrándose a la persona. Ahí, surge la pugna entre ellos. Es decir, mientras
la familia empieza a pensar en nuevos médicos, nuevas medicinas, nuevas
terapias el paciente que ya está cansado y consiente de sus molestias físicas
lo único que quiere es descansar, de estar en su tiempo, con su familia y amigos.
Y el duelo de la familia tiene mucho que ver con un
sentimiento egoísta, relacionado con que va a pasar con la persona cuando el
paciente ya no esté y por miedo a la soledad. Finalmente, un paciente terminal
siempre prepara a su entorno familiar más cercano dando mensajes y a pedir que
las cosas se hagan de determinada manera mostrando su preocupación por los
demás.
Nada de lo anterior, se refleja en el tercer relato. En él
se habla de dos hijas ¿qué pasa con ellas? ¿Dejó algún mensaje para las hijas? ¿Habló
con ellas de su enfermedad? ¿Cómo reaccionaron ante el diagnóstico final?
Ese viaje interior a veces doloroso, a veces esperanzador, a
veces arriesgado crea los mapas por los que transitamos y por los cuales
queremos que transite nuestra familia una vez que ya no estemos.
Eso fue lo que, justamente, faltó en este viaje: el mapa que
nos mostrara hacia donde iba la protagonista y cual era, en fin, su meta.
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