sábado, 12 de abril de 2014

Juan Carlos Onetti: cuando el lector es protagonista de la novela.



A fines del año recién pasado, Carlos María Domínguez junto a Penguin Random House publicó el libro “Construcción de la noche. La vida de Juan Carlos Onetti. 

Hijo de Carlos Onetti y Honoria Borges, nació en Montevideo el 1º de julio de 1909. En 1939, es nombrado secretario de redacción del semanario Marcha y trabaja allí hasta 1941 cuando comienza a trabajar en la agencia Reuters y viaja a Buenos Aires donde vivirá hasta 1955, cuando a fines de ese año, regresó a Montevideo y comenzó a trabajar en el diario Acción.

Durante la dictadura de Juan María Bordaberry, en 1974, es encarcelado por haber sido miembro de un jurado de cuentos y fue internado en un psiquiátrico. Entre el poeta español Félix Grande, director de Cuadernos Hispanoamericanos, y el diplomático Juan Ignacio tena Ybarra, director del Instituto de Cultura Hispánica, consiguieron su liberación y pudo viajar a España, donde fijó su residencia en Madrid hasta su muerte.

Onetti, rompió con la literatura academicista uruguaya y propuso una renovación narrativa que no tuvo seguidores al publicar El Pozo, su primera novela.

En la construcción de su narración, Onetti usó personas, momentos y hechos reales, deformados e inventados. Él, jugaba al construir sus novelas incluyéndose en la narración logrando que los personajes vivieran suspendidos entre la inmediatez y la imaginación y él, acompañando a sus personajes, viviendo lo que escribía.

Su obra es de una gran intimidad provocando emociones que el lector teme y reconoce. Onetti, al igual William Faulkner, encubrió muchos episodios de su vida con contradicciones, ironías y olvidos y con una ambigüedad que construyó a una figura más insondable.

El libro “Construcción de la noche”, escrito como un ensayo, trata de ahondar en esa ambigüedad con los testimonios de quienes lo conocieron pero queda en evidencia que esa imprecisión siempre fue el mejor escondite del escritor, situándolo en una posición cómoda, segura resguardándolo, tranquilizándolo.

“Onetti, como persona, como reticente interlocutor, comprende en dos palabras y una ojeada casi toda la desviada conducta de sus contemporáneos; como lector de Dostoievski, de Hemingway, de Sartre, se subyuga ante el mundo de la acción ajena, es un atento observador de sus motivaciones, pide una riqueza y a veces un sonido a lo que lee”, explica Domínguez.

Integró, junto a Rodríguez Monegal; Rama; Real de Azúa; Martínez Moreno; Benedetti y muchos otros, la llamada generación del 45 que, además de producir creadores excepcionales, desmenuzó muchos de los valores literarios avejentados y sobrevalorados en los antiguos mundos de la poesía y de la narrativa, fundando una crítica responsable y exigente. Implacables, a veces crueles, agudos, brillantes, infatigables en la mordacidad y en la soberbia, algunos mirando de reojo a lo nativo, quienes integraron aquella generación, apoyados por sus propias revistas literarias y el semanario Marcha, ejercieron una función rectora sobre quienes vinieron detrás.

Esta generación de escritores, vivió una época hegemónica, que se unió a la cultura promoviendo un espíritu crítico, que revisaba constantemente el contexto, cuestionando y discutiendo la modernización del país que era mantenida por una estructura social que se denunciaba como inoperante y caduca.  

Y de ahí, que la generación de Onetti, define una identidad de la cual no podrá huir, como es la identidad de la añoranza que esta generación de escritores suplió con crítica y cultura apropiándose de la capital uruguaya que deja de ser un simple escenario o espacio de evocación para ser la protagonista de una realidad denunciada y circundante, de la cual solo era posible arrancarse a través de la creación.

“La generación del 45 ejercía la polémica pública como expresión de las vocaciones individuales sin atentar contra la pertenencia a una fraternidad que tenía las reglas menos agresivas en la esfera privada”, escribe Carlos María Domínguez

Ellos, lograron apropiarse de la realidad imponiendo un nuevo imaginario cultural porque trabajaron como periodistas y profesores de todos los niveles académicos, lo que les permitió introducir una nueva intelectualidad crítica para instruir a las nuevas generaciones sobre el nuevo país que les tocaría vivir.

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