El año pasado, Editorial Catalonia publicó el libro “La
verdad Amordazada”. Autobiografía no autorizada., del australiano Julian Assange,
quien desde el martes 19 de junio de 2012, se encuentra refugiado en la embajada de la República del Ecuador en
Londres, Inglaterra solicitando asilo político.
Con la lectura de “La verdad amordazada, el lector va
descubriendo una vida bastante difícil que fue marcada por el abandono de un
niño por parte de su padre biológico, criado por una mamá que no impuso reglas
ni límites y más tarde, junto al nuevo
marido de su madre (artista teatral intinerante), durante nueve años recorrió
ron Australia de lado a lado, obligando a Julian a estar en más de 30 colegios durante su juventud lo que no le
dio ni una estabilidad a su vidas.
Luego, al separarse del segundo marido, “el rubio teñido y
buenmozo los hizo vivir a salto de mata, entre separación y separación, y que
los tuvo dominados gracias a las técnicas que manejaba la secta a la que
pertenecía”.
De una infancia disfuncional pasó a ser una especie de Robin
Hood cibernético que se convirtió en un adulto acusado de dos violaciones;
perseguido por varios gobiernos por introducirse en sus archivos dando a
conocer información clasificada como pasó en cuando 2010 burló la seguridad
informática de los Estados Unidos y filtró más de 250 mil documentos secretos
del Departamento de Estado y finalmente, asilado en una embajada de un país
sudamericano.
Assange aparece como una figura contradictoria. Por un lado
se le alaba su capacidad de introducirse en archivos secretos y develar
información entregándola a gotas y
rápido.
En muchos casos, fue información que no era necesariamente
relevante y muchos menos investigada o chequeada con la fuente a la cual se le
ha añadido material adicional y por otra parte, se le acusa de no respetar
límites, de robar información privada y de no responder a lo que se espera de
un verdadero periodista.
Fernando Savater, escribe en un artículo referido a lo que
hace Assange que “en esa vasta colección de materiales filtrados no hay
prácticamente revelaciones importantes, que las informaciones y opiniones
confidenciales que han salido a la luz eran ya sabidas o presumibles por
cualquier observador de la actualidad política más o menos informado, y que lo
que prevalece en ellas es sobre todo una chismografía destinada a saciar esa
frivolidad que, bajo el respetable membrete de
transparencia, es en verdad el entronizado
‘derecho de todos a saber todo: que no hay secretos y reservas que puedan
contrariar la curiosidad de alguien (…) caiga quien caiga y perdamos en el
camino lo que perdamos’.
Sin embargo, debido al cerco comunicacional, a los intereses
ligados al poder, a los procedimientos fraudulentos; al miedo a ser
descubiertos nunca podremos conocer verdaderamente las verdaderas causas de la
situación de Assange.
Por cierto tratar de comprender las contradicciones que
sugen , también hay tomar en cuenta tres
aspectos importantes de la vida de Assange.
El primero, no hay que olvidar que él es un hacker, un
experto en redes e informática, capaz de infiltrarse y vulnerar los sistemas
secretos y encriptados de organizaciones públicas y privadas y de gobiernos.
Dos, él espera llevar a cabo, de manera extrema, uno de los
objetivos de ser periodista como es contribuir a la libertad de expresión sin
medir las consecuencias.
Y tercero, fue el fundador de Wikileaks desde donde,
haciendo caso omiso de posiciones políticas o religiosas rompió atávicos secretos
de quienes podrían perder toda veracidad al ser puestos en evidencia.
Sin embargo, aquí se
dio un doble juego. Por un lado, quienes aceptaron, transmitieron y lucraron
con la información emitida desde Wikileaks, más tarde argumentaron que no él cumplía con la ética
periodística negándole reconocimiento dentro de la profesión. Entonces, tal
como apuntara el catedrático de la Comunicación y profesor de Opinión Pública en la URJC, Víctor Sampedro “se minimiza su alcance y se escamotean los
debates de fondo”.
Por otro lado, pareciera que a Assange no le molesta mucho
que se identifique a Wikileaks con él. Según opina el antropólogo de la
sociedad digital Alberto Corsín e
investigador en el CSIC “él mismo ha
entrado en el juego del espectáculo, como ocurre ahora con su salto a la
televisión ya que si se parte desde el punto de vista antropológico de
la red, la gestión de la imagen de Assange podría ser una estrategia consciente
y muy meditada, porque es un error de
base personalizar en su figura las redes de distribución dado que su esencia de
fondo no responde a estos principios ya que caada vez que caemos en la trampa de asociarlas a un nombre y
apellido, le hacemos un favor al propio
movimiento en red porque contribuye a desestigmatizarlo”.
En un mundo en que todos tenemos límites (biográficos,
educacionales, de gustos y de carácter; geográficos) el estilo de Assange
revienta las fronteras en las cuales actúa el ciberactivismo, trasformándose en
un fenómeno comunicacional convirtiendo a Julian Assange en un héroe para algunos y en un villano para otros.
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