lunes, 5 de enero de 2015

Una ventana al Bósforo: espectadores y actores de la propia historia.



A fines del año pasado, Ediciones B publicó la novela histórica “Una ventana al Bósforo” escrita por Theresa Révay,  que relata los últimos años del imperio turco otomano y su  tránsito a una república democrática, secular, unitaria y constitucional, cuyo sistema político fue establecido en 1923 bajo el liderazgo de Mustafa Kemal 

La trama empieza en noviembre de 1918 cuando Estambul, aún llamada Constantinopla, bulle de actividad tras el término de la Primera Guerra y recibe en calidad de vencida a las tropas aliadas que ocupan la ciudad y los vencidos deben recibir en sus casas a los oficiales vencedores provocando encuentros entre culturas diferentes y que una vida ordenada según las costumbres ancestrales, se rompa y que en medio de los pedazos que se logran rescatar, se tenga que pagar un alto precio por la independencia y la libertad.


A través de las ventanas de su hogar, Leyla verá como se suceden los acontecimientos al dejarlos entrar en su vida, asomándose al mundo que cambia y se refleja en los vidrios de las ventanas de su casa, usándola de filtro ante lo que sucede afuera, para no tocar lo que la seduce, intentando protegerse de la tragedia y su búsqueda de la verdad.

La ventana, es una metáfora y a la vez un símbolo. Su esencia da sentido a su existencia ya que es una abertura en la pared para dejar entrar la luz, para poder ver lo que nos rodea.

En ocasiones, las ventanas nos permiten ver pero impiden que nos vean; otras son nuestra defensa en contra del enemigo pero siempre nos hablan de la curiosidad y de la indiscreción pero siempre es la forma en que nos asomamos a otras vidas por las cuales, en ocasiones vivimos nuestras propias vidas.

En su artículo de la revista ARCE, “A través de la ventana”, Rosa Olivares dice que “la ventana “a la vez, nos separa del mundo, nos protege y somos espectadores de historias ajenas, nostálgicas miradas y toda la vida se va a través de ese cristal que nos separa con su fría presencia del mundo que observamos, convirtiéndonos en espectadores, en público, de historias ajenas, particulares o universales, que se suceden unas a otras, que se repiten frente a nuestros ojos sin que podamos intervenir, sin que queramos dejar de ser observadores fieles de una historia hecha de fragmentos de tiempo y de sentimientos que, como ajenos que son, pretendemos que no nos afecten”.

La celosía y la ventana se transforman en la frontera que media entre dos maneras de entender el espacio y el modo de habitarlo. En una de ellas está el silencio, la quietud, la soledad, la tensión que todo ello produce, el descubrimiento del propio interior personal En el otro lado, se ubica el mundo cotidiano, sus ruidos, actos, movimiento vida exuberante, generosa o mezquina; la luz, el color, la materia activa, en suma el espacio del hombre.

Sin embargo, Leyla no se protege de la vida tras las ventanas y las celosías de su palacio sino que da un paso hacia delante y deja de ser espectadora de su propia vida, vence sus temores para responsabilizarse de ella

En esas circunstancias, a Leyla Hanim, la joven esposa de un secretario de Mehmet VI, la vida le impondrá, entre Oriente y Occidente, dolorosas elecciones entre el respeto a las costumbres ancestrales y el amanecer de un mundo moderno y que deja desgarradoramente atrás, costumbres y personas.

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